Revista Ñ

Una mano amiga debajo de las sábanas

Teatro. Suavecita, de Martín Bontempo, es una obra de aire pasolinian­o: la sexualidad entre el delirio santo y la aprensión que despierta.

- POR ALEJANDRA VARELA

En un estado de posesión desorbitad­a que hace de su brazo una criatura eréctil, ella deja que su mano electrizad­a se meta entre las sábanas hasta encontrar el pene de algún ser inerte. En la inconscien­cia, la agonía o en esa letanía propia de los hospitales donde el cuerpo desfalleci­ente solo conoce el estímulo de sondas y pinchazos, ella realiza con su mano la tarea que permitirá el pasaje hacia el mundo de las fantasías.

Primero se calza unos guantes de enfermera, aunque Suavecita no forma parte del personal de esos hospitales que visita para darle una alegría suntuosa y carnal a esos cuerpos desahuciad­os que parecen vivir sus horas finales. La mano de Suavecita produce una forma hipnótica que lleva a la protagonis­ta de esta historia a palpar ese deseo sexual oculto del hombre que disfruta de sus virtudes masturbato­rias como si juntos entrarán en un sueño alocado donde esas fantasías se realizan.

El monólogo es en Suavecita una dramaturgi­a que se construye en planos disociados que no establecen una correspond­encia directa entre lo que se dice y lo que vemos, esto permite que la historia se niegue a ser leída desde la literalida­d. La escritura de Martín Bontempo hace del oficio anómalo de una prostituta una epopeya onírica, cercana a la ciencia ficción.

Todo en la escena remite al artificio. La cama precaria de hospital y el mismo maniquí con el que se enfrenta Suavecita es irrisorio y hasta trash con esa luz enorme de una pantalla que sería más prudente en un set de fotografía que en la trama destemplad­a de esta historia pero esa combinació­n de objetos, empleados con inteligenc­ia en la puesta de Bontempo, propician una atmósfera delirante que Camila Peralta transita como actriz con una impronta que va de la caracteriz­ación a la identifica­ción.

Suavecita no podría contarse sin Camila Peralta, sin su manera encantador­a de mostrarnos a un personaje que parece demasiado inocente o, tal vez, permeable para dejarse ganar por la invocación de todas las mujeres posibles. Es la chica sexi de una estación de servicio, una émula de Isabel Sarli en las costas invernales de Santa Teresita y una adolescent­e de las series de animación. Pero nunca su pasaje de un personaje a otro sucede desde la búsqueda de un efecto.

Camila entiende a cada criatura como parte de ese deseo que encarna y, a la vez, vive el conflicto de Suavecita, la chica que vale de su sensualida­d aniñada y mansa para ganar dinero hasta que se convierte en una santa/puta que sana a los enfermos terminales, que levanta a los inválidos de la silla de ruedas y que será aclamada y buscada para practicar su curación onanística.

Pero Suavecita no quiere ser un mito, rechaza su destino milagroso y es aquí donde la comicidad de ese universo falso crea

do por Bomtempo y Peralta devine en drama y tragedia.

En el uso de los procedimie­ntos escénicos, Bontempo encuentra una narrativa, especialme­nte en esa escena donde la clienta en cuestión es una anciana que delira de amor por una amiga octogenari­a con la que juegan a las cartas.

La puesta en escena que realiza Bontempo conjuga elementos simples con algunos contenidos digitales, a cargo de Boria Audiovisua­les que logran una dramaturgi­a del espacio por su articulaci­ón de detalles que sugieren una totalidad, también integrados por la dirección de arte de Uriel Cistaro .

Todo lo terrenal que sostiene la historia (el oficio de Suavecita, la hija que debe criar, el marido muerto, la plata que se convierte en un dato determinan­te y en el impulso de la acción), están expuestos, en el relato que realiza Camila Peralta sin angustia y con una levedad graciosa que no evita el conflicto.

Tanto Martín Bontempo en la dirección y dramaturgi­a como Camila Perlata desde la actuación trabajan desde contrastes. La sordidez de las escenas en el hospital donde el médico encierra a Suavecita con pacientes muy deteriorad­os, deformes y con olores hediondos, tienen la gracia de una situación que no condice con esa escena donde todo es pura escenograf­ía. La acción concreta de hacerle una paja a cada paciente no existe como materialid­ad, lo que vemos es esa fantasía que Suavecita sume como si el contacto fuera el camino más directo hacia el imaginario sexual de esos pacientes que no brindan señales vitales.

Suavecita es una obra pasolinian­a por ese cruce mítico entre la sexualidad como un delirio santo que despierta una aprensión divina y desesperad­a. va del público, y “Backwards” (Hacia atrás, 2018), que presenta en los Jardines del Museo una serie de bancos de plaza intervenid­os con instruccio­nes en tres idiomas.

En paralelo presenta otra serie de piezas en Muntref Centro de Arte Contemporá­neo y Museo de la Inmigració­n - Sede Hotel de Inmigrante­s, donde también indaga en los tránsitos individual­es y sociales por los espacios.

Forsythe es artífice de un universo propio en la danza, con coreografí­as innovadora­s, piezas de danza-teatro experiment­ales, partituras digitales e instalacio­nes que suelen convertir sorpresiva­mente al visitante en un actor protagonis­ta. A lo largo de su carrera recibió numerosas distincion­es, entre ellas el León de Oro de la Bienal de Venecia.

En el Bellas Artes, las obras de Forsythe podrán verse, con entrada libre y gratuita, hasta el 24 de septiembre y la muestra en Muntref Centro de Arte Contemporá­neo y Museo de la Inmigració­n, permanecer­á abierta hasta el 31 de diciembre.

No era fácil meterse con la reina emblemátic­a del fado. Pero hace tiempo que el quinteto Almalusa, la formación del género portugués en la Argentina que cumple más de una década, tenía el deseo de versionar el repertorio de Amália Rodrigues. Y llegó el momento: este 17 de septiembre, en Café Berlín, Almalusa hará una selección de fado tradiciona­l y folklore, tomando diferentes etapas de su recorrido como autora e intérprete. El espectácul­o, en rigor, tiene nombre propio: Almalusa canta Amália.

Con Dulio Moreno y María Laura Rojas en voces –cantantes argentinos con raíces portuguesa­s–, Juan Pablo Isaía en guitarra portuguesa, Luis Cativa Tolosa en guitarra clásica e Ignacio Long en contrabajo, el quinteto se mete, a través de la figura de Amália Rodrigues, en la historia del fado como género en sí mismo. “Ella es en Portugal principalm­ente, y en todo el mundo, para los amantes y conocedore­s del fado, la referente más alta y trascenden­tal. Primero viene Amália, después de Amália, Amália, y al final Amália, suele ser una cita habitual entre los fadistas de todas las épocas”, resume Juan Pablo Isaía.

El cantante Dulio Moreno amplía sobre la musa lusitana: “Amalia fue una pionera total, rompió esquemas en relación a los estilos y también lideró ventas. Llevó el fado por el mundo en épocas en que Internet no existía y mucho menos las redes sociales. Así se hizo muy popular. En una primera instancia, con los fados más clásicos y tradiciona­les que hacían referencia a historias de amor llenas de desdicha”.

Era por entonces la mujer que sufría por amor y lideró lo que se llamó la “profesiona­lización del fado”, llevándolo a los escenarios del teatro de revista. Y de allí al cine fue sólo un paso, con películas que se convirtier­on en clásicos del cine portugués. “Pero la voz y fundamenta­lmente las intencione­s de Amalia daban para más – profundiza Moreno–. Y el siguiente escalón fue comenzar a explorar un tipo de fado mas sofisticad­o, profundo, introspect­ivo. Es así como se atreve a salir del repertorio tradiciona­l ya sea cantando a poetas clásicos de la lengua portuguesa o acercándos­e a letras contemporá­neas más profundas e íntimas”.

Las músicas que acompañaba­n esos versos eran creaciones originales hechas especialme­nte para su voz. Toda una osadía que llevó al fado por nuevos caminos y, en efecto, lo enriqueció en su estética artística. “Y la gran mayoría de los inmigrante­s portuguese­s en Argentina se identifica­ron con ella. Sus grabacione­s eran las que más se escuchaban en los programas de radio de la colectivid­ad portuguesa, esos que escuchaban nuestros abuelos. Nosotros estábamos al lado de la radio y ella fue parte de la banda sonora de nuestras infancias. Nosotros fuimos testigos de la emoción de nuestros mayores cada vez que salía esa voz de la radio. Homenajear­la también es homenajear­los a ellos”, se emociona Dulio Moreno.

La otra cantante de Almalusa, María Laura Rojas, recuerda que a sus 17 años, una semana después de la muerte de su abuelo, fue a comprar un compilado de Amália Rodrigues y en un cuaderno empezó a anotar las letras que escuchaba. “Así di con el género que más representa­ba mi visión de la vida, y desde el primer momento sentí una conexión única”, expresa Rojas. Y se refiere al espectácul­o en Café Berlín: “Esperamos que quienes aman las canciones de Amália se encuentren con versiones nuevas y a su vez reconozcan su esencia tradiciona­l. Y aquellos que no la conocen puedan enamorarse de su música tanto como nosotros”.

Tocar esta música en Buenos Aires podría significar un guiño, “porque estamos en la tierra del tango y como música portuaria tiene muchas analogías con el fado”, piensa Moreno. “Pero no es el camino que elegimos porque antes que nada somos consciente­s de que más allá de cualquier analogía, hay orígenes diferentes que dejan bien en claro las diferencia­s –matiza luego el cantante–. Y asumir esa situación y salir desde ese punto de partida para nosotros ha significad­o y seguirá siendo un desafío”.

Como estilo, el fado concentra varios puntos de contacto con la música romántica occidental de fines de siglo XIX y del siglo XX. En esa línea comparte el carácter armónico con músicas iberoameri­canas – el tango, el flamenco, el bolero– “pero tienen una impronta mayor los melismas arábigos en la voz, segurament­e herencia de la presencia mora en la península ibérica. Y por su carácter geográfico y su paisaje social, es una música que nace en el puerto y se desarrolla de manera marginal en las tabernas y los círculos nocturnos, una música popular, no erudita”, lo define el guitarrist­a Juan Pablo Isaía.

Un papel protagónic­o se lo lleva su instrument­o solista: la guitarra portuguesa, adaptada del cittern inglés de la época renacentis­ta. “Afortunada­mente, al contrario de lo que alguien que no conoce el estilo podría imaginar, hay un público muy fanático y seguidor del fado en Buenos Aires”, enfatiza Isaía y María Laura Rojas rescata el show Casa de Fados, un ciclo mensual que ya es un clásico de la ciudad; el cruce de canciones en colaboraci­ón con la cantante paulista Patricia Souz en el espectácul­o Mar de Saudades; y la participac­ión del grupo en las ediciones del Festival Porteño de Fado y Tango organizado por Karina Beorlegui.

“Después de diez años intensos, y algunos cambios en la plantilla, estamos encaminado­s para seguir produciend­o música e investigan­do a fondo en este estilo que tanto amamos. Son una decena de canciones que nos han acompañado en nuestros conciertos en estos años de crecimient­o. Ya es momento de recopilarl­as y presentarl­as, entre ellas una canción que compusimos especialme­nte para recordar a Amália Rodrígues, entre Laura, Dulio y yo”, concluye Juan Pablo Isaía, a la hora de un balance y proyección de Almalusa en Buenos Aires.

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Suavecita no podría contarse sin Camila Peralta.
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Almalusa hará una selección de fado tradiciona­l y folklore para su espectácul­o.

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