Revista Ñ

La pieza nocturna

Poesía. Hace diez años se iba el escritor británico R.F. Langley. Diestro para líneas extrañas, crepuscula­res y cinematogr­áficas, poseía un don prodigioso para entrometer­se con la naturaleza.

- (Traducción de Joaquín de Tristero)

Las jaulas están cerradas. Alguien cacarea en la de los gansos por las maniobras de los monstruos. En la cocina blanca pego un salto y me friego las manos.

Ni una sola huella ahí afuera en la nieve iluminada por la luna. Después miro oblicuamen­te. Después sé. Miles de pequeños manifiesto­s donde sea que vayan los ratones azules.

Limpio el piso y corto el pasto. Alguien se suena la nariz frente a los gansos de guardia.

Cruzo el agua hasta la próxima entrega tenebrosa, silbando entre dientes, buscando en la paja y en la estrategia y en todo ese interminab­le esto y aquello. Acto seguido las réplicas corren enérgicame­nte por las vigas. Apago mi linterna y observo los ojos que brillan.

Debo hacer una entrada en caso de que haya un mensaje. Entro dos veces.

La gansa espera, estricta en su odio, en el establo. Alza su pico y los ratones muestran dos incisivos cada uno.

Ciertas verdades estorban el rincón del alféizar, pero Júpiter se refleja en el vidrio. O una lámpara que vaga por el camino.

Probá con la canilla de afuera, pero no mantengas la respiració­n.

El aire grueso se volvió fino.

Escuchame. Poco es seguro. Un ratón dispara una trampera. Masajeo piel lisa mientras salen los granos.

Cuanto más angosto el espacio entre cortinas, más vívida la punta del alfiler.

Cronos le cuelga hierro al cuello del viejo olmo. El árbol más oscuro se coloca estrellas alrededor de su cabeza. La gansa es el único romano que queda. Desfila de una punta a la otra concentrad­a en la punta de su pico.

¿Por qué debe un guardia estar tan desposeído? Si yo dijera

“¡Bú!” cada pulgada muerta del patio chillaría.

Exactament­e. El pestillo se cierra. Ahora el viajero podría pasar, pero le place apoyarse sobre su cetro.

El metal se abraza a la madera extenuada. El oporto acarrea el sabor de la vasija. La valija huele a queso. La gansa se frena, congelada, al final de su sombra. Ponete de pie y hacelo.

Los ratones entran en delirio mientras luchan en el pasto ensordeced­or.

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ILUSTRACIÓ­N: DANIEL ROLDÁ

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