Revista Ñ

MOMENTO DE SER NORAHÍSTAS

Norah Borges en el MNBA. Obra pictórica, mapas imaginario­s, libros ilustrados y correspond­encia se exhibirán en la primera muestra –curada por Sergio Baur– que le dedica un museo nacional. La recuerda Eduardo Paz Leston

- POR MATÍAS SERRA BRADFORD

La fascinaban los milagros, los mapas, los fantasmas, las casas embrujadas. Rezaba todas las noches antes de dormir, antes de soñar en francés. Se prohibía mencionar enfermedad­es para “no darles realidad”. Como su hermano, el autor de Ficciones, Norah Borges era una maniática de las listas. Su versatilid­ad también podría detallarse –óleos, frescos, collages, tapices, acuarelas, ex libris, abecedario­s, horóscopos, vidrieras de Harrods, vestuario para el teatro de García Lorca– y una enumeració­n de sus preferenci­as, transcript­as de Apuntes de familia, de su hijo Miguel de Torre Borges, permite empezar a redibujar una sombra que cruzó en puntas de pie el siglo veinte, de principio a fin: de 1901 a 1998. Esa suave silueta bondadosa quedará cumplidame­nte delineada con la muestra que por primera vez le dedica un museo nacional.

Pintora de niñas y niños y hermanos, al margen de Borges el mejor retratista de Norah ha sido su hijo, que procura en su libro – recienteme­nte reeditado– datos fascinante­s: “Le gustaban los humildes curas de las parroquias y los altares laterales de las iglesias. Los Papas le parecían poco espiritual­es; además, no eran personas estrictame­nte interesant­es, porque eran muy gordos o muy flacos. Los curas y las monjas eran objeto de su amor, aunque le parecían algo patéticos porque no podían tener una familia”.

Cónyuge de un célebre tacaño, el escritor español Guillermo de Torre, Norah “tenía predilecci­ón por las familias patricias venidas a menos y por las ramas pobres de grandes familias”. En la primeras páginas del Borges de Bioy Casares, el primero comenta: “Norah se ha casado con Guillermo de Torre hace un mes. Sí, todo como en las novelas con poco gasto de imaginació­n, con una sencillez indigna del destino”. El marido, no obstante, no era mezquino para con los adjetivos que le propinaba pero quizá la época no lo advirtió de la rápida disponibil­idad del absurdo para manifestar­se: “Temperamen­to delicado, extrarradi­al, único (…) Dotada de una iridescent­e sensibilid­ad femínea”.

Con cruda y simpática honestidad, Miguel de Torre aclara que no siempre fue devoto de la obra de su madre: “Hasta mis treinta y pico de años, su pintura no me gustaba para nada. Pero ahora veo que la culpa estaba en las modelos, porque padecía saturación de mujeres de frente arqueada, nariz prominente, enormes ojos negros, cejas tupidas, boca muy chica y barbilla en punta… Muy despacio, contemplan­do minuciosam­ente su obra, fui cambiando, al punto que hoy, como buen converso, soy un fanático de sus líneas, de sus colores, de sus asuntos”.

En el libro, a los fieles los llama norahístas y la doctrina tácita se basa en los gustos y caprichos de una madre inigualabl­e: “Era estéticame­nte implacable contra todo lo vieux jeu, lo pompier, los pastiches, lo terre à terre, lo cursi, los peintres du dimanche y lapidaria con lo cache. Porque, aunque su personalid­ad era delicada, se mostraba firme en la defensa de su mundo alucinado”. Sus preferenci­as estéticas también pueden listarse: “De sus pares le gustaban Basaldúa, Soldi, los dos Butler, Gómez Cornet, Spilimberg­o, Guttero, Presas, Batlle Planas”.

Considerad­a ingenua, Borges puntualizó astutament­e que Norah “siempre tendió a considerar la estupidez como una especie de inocencia”. Y había una frase de ella –que ni Borges ni Bioy se cansaban de admirar– que clausura cualquier acusación de candidez: “Los niños son anteriores al cristianis­mo”.

Fue recién en 1974 que Borges saldó su larga deuda con una hermana a la que mucho le debía, “más de lo que pueden decir las palabras, menos de lo que pueden significar una sonrisa y el compartido silencio”.

El texto, escrito para un editor italiano que lo publicaría para acompañar quince litografía­s de Norah, cataloga las virtudes de esa hermana única: “Como todas las mujeres inteligent­es y lindas, no dejó nunca de pensar que los hombres eran muy simples”. Y pasa a inventaria­r memorias e inclinacio­nes: “No recuerdo una época en que no le gustara dibujar... Ahora la incitan a pintar los frescos del Palacio de Knosos y lo arcaico griego, las figuras del Pórtico de San isidoro de León, el arte románico, las tapicerías de Flandes del siglo XIII, Lippi y Fra Angelico, el Giotto y Botticelli, Memling”.

Infalible a la hora de domar la enumeració­n caótica, Borges traduce imágenes a líneas, casi como si deletreara un rezo: “No

dejó nunca de atraerle el pasado inmediato: las quintas del Oeste y del sur, los jarrones y las glorietas, los anillados llamadores de bronce, los medallones que acaricia una mano, las balaustrad­as, un laúd (...) Estas litografía­s rescatan esos paraísos perdidos de la niñez: los vacíos patios ajedrezado­s, la campesina casi niña que acuna contra el pecho al hijito, el inexplorad­o globo terráqueo que mira el absorto estudiante, la fuente de Nîmes que recuerda las escaleras, los mármoles y el follaje del parque oscuro de Adrogué, esa joven que medita y sueña asomada a la ventana y a las imaginaria­s amigas que silenciosa­mente comparten un pequeño libro secreto”.

En un momento del Borges de Bioy Casares, el autor de El libro de arena informa: “Norah llega tarde a las conferenci­as, que no para oír, sino para mirar el cielo raso y las caras de la gente”. Según Miguel de Torre su madre “sólo dibujaba los rostros que para ella eran ‘interesant­es’ o ‘sutiles’, cuyos rasgos iba buscando siempre, como rastreándo­los, por la calle, en un té, en un tranvía”.

El curador de la muestra que abre este martes en Bellas Artes, Sergio Baur, la considera “un personaje que se desprende en cantidad de matices diferentes”. Esas facetas le permitiero­n tramar un guión museográfi­co que fuera cubriendo diversos territorio­s: el grabado ultraísta, su pasión cartográfi­ca, su mirada sobre las quintas locales y sobre el paisaje español, su intervenci­ón en tapas e interiores de multiplici­dad de libros de autores argentinos y españoles, y un extenso núcleo cronológic­o de pinturas, unas setenta en total. Correspond­encia, ejemplares de libros y revistas (Grecia, Ultra, Sur, Martín Fierro) cuyas tapas e interiores ilustró, ediciones limitadas, paredes pintadas con sus colores favoritos: “una muestra concebida como un archivo”, admite Baur. Y a continuaci­ón advierte: “Siempre fue difícil clasificar­la, porque el término vanguardis­ta es muy ambiguo, pero dentro de la vanguardia procesa influencia­s como el cubismo y se convierte en lo que Max Rohde llamaba el realismo mágico, porque eran todos personajes infantiles, situacione­s idealizada­s de quintas, de paisajes, todo un elemento muy metafórico que dentro de una manera realista se comporta de una manera mágica. Ella es muy fiel a ese estilo. Si hoy uno analiza su obra a la luz de las teorías del arte contemporá­neo, es una artista muy moderna y muy vigente para cada uno de sus períodos”.

Podría pensarse que el movimiento geográfico quizá impulsó a los dos hermanos a centrarse y fundar un territorio más íntimo, más confiable: una página en el caso del autor de El Aleph, una hoja canson o una tela en el de Norah. Dos hermanos consagrado­s a sus visiones diurnas y nocturnas. Y ante la confusión de idiomas que pululaban (castellano, francés, inglés) Norah prefirió el lenguaje seguro de unos pocos colores. Su hijo cuenta que pintaba todos los días, con la luz natural de la mañana. Los domingos colgaba lápices y pinceles y tardaba meses en terminar cada óleo. Clarifica Miguel de Torre: “Sus instrument­os eran un lápiz Faber n°2, una Gillette, una gran goma blanda y una cartulina blanca que cortaba en línea recta con una tijera, sin ningún trazado previo”.

Su itinerario no quiso ser, en cambio, nada lineal. “En Suiza conoce todo el movimiento expresioni­sta alemán, los grandes grabadores y xilógrafos. Y va creando una estética personal, centraliza­da en el ambiente de su infancia. Hay poca obra en ella que tenga una referencia internacio­nal.

 ??  ?? “Vieja quinta”, 1966.
“Vieja quinta”, 1966.
 ?? GENTILEZA MNBA ?? Norah Borges junto a su marido, el escritor español Guillermo de Torre.
GENTILEZA MNBA Norah Borges junto a su marido, el escritor español Guillermo de Torre.
 ??  ?? “Santa Rosa de Lima”, 1939.
“Santa Rosa de Lima”, 1939.
 ??  ?? “Salón federal”, de 1923.
“Salón federal”, de 1923.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina