UNA VOZ QUE FLUYE ENTRE LAS CUERDAS
La cantante Silvia Iriondo repasa los orígenes del primer disco grabado con Juan Falú: Antiguo rezo, versiones de una selección de temas compuestos por el guitarrista.
Quizás la canción sea el primer rezo, el más antiguo, donde el alma expresa sus sentires y añoranzas”. Con esas palabras Silvia Iriondo define su nuevo disco, Antiguo rezo, el primero en dupla con el guitarrista Juan Falú. El encuentro es, en efecto, uno de los más extraordinarios en la escena de la música popular actual. Un disco íntimo y a la vez visceral, con una calidad sonora que se disfruta en el equilibrio de voz y guitarra. Falú-Iriondo: una cumbre de la interpretación folclórica donde desfilan zambas, gatos, chacareras y tonadas con letras de Pepe Núñez y Teresa Parodi, entre otros.
“Son un puñado de canciones elegidas entre tantas composiciones de Falú. El decir de la guitarra lleva su canto propio, fluye singular entre las cuerdas. Y la voz dibuja acompañando el ruego a la palabra, que respira sonidos de aire nuevo. La canción de Juan es un recorrido de encuentros sorpresivos y singulares, paisajes del alma y sus adentros que la tierra acuna y nombra”, comenta Iriondo, y confiesa que el disco es un homenaje al compositor mendocino Jorge Marziali, con una buena parte del repertorio compuesto por canciones cuyanas como “A San Juan” y “Tonada de antiguo rezo”, última composición que hizo Falú con Marziali antes que este falleciera y la cual nunca había sido grabada.
Una conversación placentera, sin rumbo fijo, que condensa una hermandad en el gesto artístico: la de buscar, cada uno desde sus trayectorias, una mirada diferente del sonido folclórico. Iriondo dice que el desafío de hacer un disco a dúo surgió del guitarrista tucumano de 70 años –sobrino de Eduardo Falú, leyenda del folclore nacional– cuando ella estaba armando el repertorio de Tierra sin mal, en 2018. Entonces, Falú le fue dando varias carpetas, y con el tiempo, la cantante hizo una selección de los temas, muchos de ellos inéditos, “piezas bellísimas que fuimos grabando en el estudio de Néstor Díaz”, cuenta.
Cuando cantar, Iriondo mueve sus brazos, flacos y largos, como si cada canción significara una ofrenda. Acostumbrada a agitar el “chas chas” –manojo de pezuñas– o una caja vidalera, con Falú estará despojada de elementos de percusión sin que su identidad se sienta alterada: lo rural, lo urbano, lo ancestral y lo contemporáneo conviven en un universo musical que Iriondo cultiva como anfitriona desde su canto llano y virtuoso, sin grandilocuencia.
En Antiguo rezo, los matices exquisitos de una voz magnética junto al rodeo tan sofisticado como singular de la guitarra es un viaje hacia el interior –del país y del alma– y allí brillan con cadencia lenta y entrañable la zamba “Cantorcita” y el ritmo endiablado de la chacarera trunca “Pa que la quiero redonda”.
No es un año más para Iriondo. Además, está grabando un nuevo material con su grupo, en un tramo de su carrera donde alcanzó una proyección internacional notable como intérprete.
–Tu producción está en un momento incesante. –Sí, es una alegría encontrarse con nuevos proyectos. Estoy grabando Pasionarias, que es un disco tributo a la mujer indoafroamericana, pasando por Leda Valladares, Violeta Parra y Chabuca Granda. Mujeres desde cuya obra se puede conocer el corazón profundo de América, verdaderas pasionarias, fundadoras de lenguaje y referentes de nuestra cultura. Y, por otro, las presentaciones de Antiguo Rezo con Juan Falú, que para mí es un orgullo. Él es un mago, audaz y exigente. Cantar con él es
como atravesar el aire en un hilo. Te cambia siempre los arreglos, pero a mí eso me desafía, es inspirador.
A la hora de hablar de arreglos y de desafíos, hace unas décadas que su música supo renovar, siempre con una relectura sutil, las melodías y ritmos de la música popular argentina. Ya desde sus primeros trabajos, Río de los pájaros (1995) y Tierra que anda (2004), dio prioridad al repertorio “anónimo” y a la vez se dedicó a reversionar temas tradicionales –y no tan conocidos– del cancionero folclórico, que luego continuó en Ojos negros (2006), Mujeres argentinas (2010) y Anónima (2014), su disco homenaje a Leda Valladares.
–¿Cómo es tu mirada amplia sobre el folclore?
–Es una mirada que va desde el Noroeste al Litoral, desde Cuyo a la llanura. Es un movimiento que viene desde hace más de 40 años, más allá de las individualidades, cuando con un montón de músicos empezamos a construir otros lenguajes sobre nuestro paisaje. Aprendimos de otros que nos dejaron la posta, como Dino Saluzzi, el Cuchi Leguizamón, Eduardo Lagos, sin olvidar los momentos duros que pasó el país, porque defender ciertos lugares poéticos y políticos costó percusiones, exilios y muertes.
Junto a una camada que bajo la órbita de Mercedes Sosa revolucionó los modos del canto folclórico femenino, entre las que se encuentran Verónica Condomí, Liliana Herrero, Suna Rocha y Liliana Vitale, la música de Silvia Iriondo tiene un sonido moderno, por momentos jazzístico, por otros recuerda a armonías brasileñas, pero su anclaje es profundamente telúrico. De ancestros vascos y familia musical –su madre era cantante lírica–, ya a los cinco años integraba un coro. Sus principales referentes, dice, son la dupla Eduardo Falú-Jaime Dávalos (“tesoros de mi sensibilidad musical”) y Atahualpa Yupanqui (“me convoca su reflexión calma y profunda sobre el paisaje de lo cotidiano del hombre argentino”).
–¿Qué significó para tu carrera el encuentro con Egberto Gismonti, referente de tantos músicos populares latinoamericanos?
–Me cambió la carrera. Imaginate la admiración que sentía por él y de pronto me ofreció laburar con él. Para mí, fue fundamental la escucha del disco que hizo con la cantante Marlui Miranda, Olho d’Água (1979). Había ahí una forma de interpretar los ritmos del Amazonas que me partió la cabeza. Curiosamente, cuando empezamos a trabajar me dijo que lo que yo hacía le recordaba aquel disco con Miranda. Una conexión increíble. Gismonti es muy generoso, solidario y quiere que el folclore siga vivo. –¿Y cómo ves la escena actual del folclore en nuestro país?
–Hoy estamos viviendo un momento de incertidumbre económica y cultural y cuesta encontrar lugares para nuestra creación artística. La música no es un mero divertimento, es también construir soberanía. Pero siento entusiasmo por escuchar a músicos jóvenes que se apropian del folclore con mucha libertad, lo digo también como docente del conservatorio Manuel de Falla. Somos un país multicultural con un gran abanico de posibilidades armónicas y rítmicas. Y que sin quitar lo propio y lo singular de nuestras raíces, podemos trascender hacia un paisaje universal, porque no podemos transmitir la música con los ojos de quien nació en medio de la montaña, sino desde la realidad inmediata en la que estamos.