Revista Ñ

Nada como el Delta del Tigre para reinventar­se

Narrativa. Con un aire de novela policial, Playa de barro es una meditación sobre las relaciones frágiles y el tiempo.

- POR MERCEDES ÁLVAREZ

“Habla la novia”. Así empieza la pesadilla de Luciana cuando recibe el llamado de una mujer desconocid­a preguntand­o por su marido. “Habla la novia”; frase que implica una importante dosis de crueldad, porque quien la enuncia sabe que la persona a quien llama está casada. El matrimonio se rompe. Juan se va con la voz detrás del teléfono. Ella se llama Dominica y tiene veinticinc­o años. Luciana entra en crisis; la depresión la hunde en camas y sofás. Un día, desesperad­a, sale con su hijo autista a las cinco de la mañana y lo pierde. Matías desaparece y no hay búsqueda policial que lo encuentre.

¿Quién no ha querido alguna vez abandonar todo, dejar atrás la vida pasada, los objetos, la ropa, cada una de las cosas a las que nos aferramos aun sabiendo que somos mortales y que “nadie sabe el día ni la hora”? Abandonar todo y convertirs­e en otro. La dicha de eliminar toda acumulació­n, de renunciar a toda propiedad. Para Luciana es fácil: ya perdió marido, hijo, y su madre está muerta (aunque a lo largo de las páginas de esta novela insistirá en hablar desde el más allá como la madre de Woody Allen en Historias de Nueva York).

El lugar elegido es una isla en Tigre alejada e ignota, donde convertirs­e en escritora y empezar de nuevo. A partir de allí, empieza una existencia extraña, que sin embargo Luciana aceptará sin preguntas. La llegada al Delta tendrá trágicos tintes de novela policial, y luego vendrá el encuentro con la Sociedad, un grupo de personas “inadaptada­s” con las que pasará a compartir sus días en la isla.

Playa de barro está narrada en dos planos: por un lado, el de Luciana en primera persona, quien va construyen­do una vida nueva en un lugar desconocid­o, y por otro el de Dominica –obsesionad­a con Luciana y su matrimonio con Juan– para el que curiosamen­te la autora elige una tercera persona.

¿Qué significa vivir veinte años de una vida con alguien? Playa de barro intenta responder a esta pregunta, entre otras.

En el tango “Andate con la otra”, la protagonis­ta canta: “ella será más linda / ella será más buena”. Solo que en este caso, quien lo canta es “la otra”. Porque Dominica vive con el fantasma de Luciana en la cabeza, acuciada por celos retrospect­ivos y una necesidad de saber que la persigue día y noche.

El fantasma de la Mujer, mientras ella se muere de angustia en casa de su mamá, donde habita una habitación pintada de rosa. Peculiar juventud la de esta chica de veinticinc­o que no se muestra para nada como una hija de su tiempo y plantea la búsqueda de “una relación seria”.

Pareciera que este tipo de pensamient­o no tiene mucho lugar hoy que nos cansamos del amor, pero Dominica se maneja dentro de una fantasía vintage donde los tipos hechos son los que hay que buscar para vivir una vida de verdad.

Más interesant­e es el vínculo de Luciana con Matías, su hijo adoptado de pocos años que se pierde en una estación de tren. Matías “no se dirigía a nadie, no sonreía a la gente, ni siquiera parecía advertir la presencia de otros”. Inconscien­temente, ¿puede querer una madre deshacerse de su hijo? Si un hijo siempre es de alguna forma una sombra de su padre, ¿qué es un hijo autista que jamás dijo una palabra?

Playa de barro es, además de lo dicho, una invitación a meditar sobre los modos en que nos relacionam­os con el tiempo y las infinitas posibilida­des de una vida. Porque de la misma forma en que Luciana se va al Delta para cambiar, todos podemos decir con ella que la vida podría ser otra cosa si tuviéramos paciencia.

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ALEJANDRA LÓPEZ
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240 págs.
$ 699
Playa de barro Silvia López Alfaguara 240 págs. $ 699

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