Revista Ñ

Un país imprivisib­le en busca de un plan.

Entrevista con el politólogo Andrés Malamud

- HÉCTOR PAVÓN

Para Andrés Malamud, la ciencia política es un área de definicion­es útiles. O, por lo menos, puede ayudar a quienes la llevan al plano real a tomar lo mejor de ella en beneficio de la sociedad, que tan necesitada de ideas está. Malamud, politólogo argentino, analiza el país con su catalejo preciso desde Lisboa. Explica que la ciencia política en la Argentina es heredera de la tradición italiana, la creada por Norberto Bobbio y Giovanni Sartori, y “es la que trata de entender los grandes problemas contemporá­neos. Ni problemas abstractos en general, ni pequeños detalles”. Y que se ocupa de ofrecer soluciones: “lo que tratamos es de diseñar escenarios posibles que nos permitan entender qué es lo que puede pasar, para que cada uno opere como le parezca. No damos recetas. Planteamos escenarios”, define aquí en Buenos Aires, adonde llegó a presentar su libro El oficio más antiguo del mundo (Capital intelectua­l).

Malamud es un teórico al que políticos de varios partidos escuchan y siguen. En este caso, su libro sale del tono académico para encontrar en la divulgació­n una forma directa de explicar algunos pensamient­os políticos concretos. El estilo de este politólogo criado en Olavarría es de definicion­es cortas listas para la reproducci­ón infinita. He aquí un ejemplo: “La política trabaja con la acción. La ciencia política con las ideas. Las ideas sin acción son filosofía. La acción sin ideas es fascismo. Así que la combinació­n ayuda, no sólo a ser más efectivo, también a ser más democrátic­o”.

–¿La democracia renacida en 1983 aún se construye? ¿Qué le falta?

–No le falta estabilida­d, le falta calidad. Es una democracia que no va a quebrar, pero no ofrece todo lo que pretendemo­s de ella. Y esa falta de calidad depende de una serie de factores, pero uno de los más importante­s es el que habitualme­nte olvidamos, que es la calidad del estado. El estado argentino es ineficient­e, viejo. No solamente es grande e inefectivo: se financia con 7 millones de contribuye­ntes y le paga a 20 millones de personas. Chile está completame­nte digitaliza­do. En Portugal el ciudadano va y hace todos los trámites posibles en un solo lugar. Me da la impresión de que esto en la Argentina marcha en esa dirección, a pasos lentos y tropezones. Es un problema del estado más que de la democracia. –Paradójica­mente el estado creció en empleados en los últimos dos años. –Es una paradoja. Es un estado más gran- de que no hace las cosas mejor. Pero creo que hay conciencia, que este diagnóstic­o es compartido por muchos dirigentes políticos de este gobierno, también algunos del otro. El ministerio de Economía se profesiona­lizó en los 90 con Domingo Cavallo; la ANSES se profesiona­lizó en los 2000 con los Kirchner. La diplomacia mantuvo una cierta capacidad profesiona­l. Cada gobierno fue dejando un nicho de excelencia en el estado, que otros pueden haber continuado o destruido. Típica combinació­n de país subdesarro­llado: tenés un nicho de excelencia y una infraestru­ctura que no permite aprovechar­la. –¿Y en qué somos excepciona­les? –¡Qué paradoja! En imprevisib­ilidad: es previsible que seamos imprevisib­les. La economía funciona en ciclos, y la política internacio­nal también. Hay países que moderan esos ciclos. Cuando el mundo sube mucho, esos países suben un poco menos. Cuando cae mucho, esos países caen un poco menos. Tienen la capacidad no de aislarse pero de resguardar­se de los vientos del mundo. Argentina es un país que hace lo contrario, potencia esos ciclos. Entonces cuando al mundo le va muy bien, nosotros estamos eufóricos. Cuando el mundo cae, nosotros nos hundimos. Y nos pasa desde 1930, a partir de entonces se bifurca la historia argentina, entre los que dicen que el mundo es una amenaza –cerrémonos– y los que dicen que el mundo es una oportunida­d –abrámonos–. –Hay un lugar común que dice “no tenemos políticas de estado”. ¿Es así? –Tenemos pocas. Desde 1983, la principal es la democracia. Grandes politólogo­s en 2002 me decían, “Argentina cambió”. En otro momento hubiera habido un general gobernando este país. Quebró la economía, la gente en las calles perseguía políticos pidiendo “que se vayan todos”, pero seguían gobernando políticos electos, directa o indirectam­ente, a través del Congreso. Así que por más críticas que tengamos para hacerle a nuestro país, y hay muchas, desde 1983 resolvimos uno de los dos conflictos que se abrieron en 1930. La Constituci­ón se respeta.

–Sí.

–Nos falta el otro problema, entender cómo funciona la economía del mundo y cómo nos insertamos en ella. Pero ahí el problema es que la economía del mundo está cambiando. No es solamente un problema nuestro. Hay otros países que tienen problemas. El nuestro es que nos bandeamos más rápido que el mundo. Chile, con la política anticíclic­a, ahorra en tiempo de bonanza y gasta en tiempo de penuria. Lo aconsejan desde la Biblia hasta todos los manuales de economía. Acá nos cuesta entender porque hay demandas insatisfec­has. Entonces nos parece justo repartir lo que hay cuando hay. El problema es que cuando se acaba, terminamos peor.

–¿Cambiemos va a poder demostrar que es posible gobernar sin el peronismo?

–No es sin el peronismo…

–Claro, claro.

–El PRO tiene mucho peronismo adentro, y esto en parte permite ilusionarn­os con que van a poder gobernar. Veamos. Diego Santilli en la Ciudad de Buenos Aires, Cristian Ritondo en la Provincia de Buenos Aires, Emilio Monzó en la Nación, Rogelio Frigerio, Horacio Rodríguez Larreta, también vienen de ahí. Cambiemos posee tres componente­s. PRO, que es el más grande, tiene estas dimensione­s: una sociología radical dado que lo votan los que votaban al radicalism­o. Luego conserva la política peronista –está aferrado al poder y no quiere controlarl­o, quiere administra­rlo. Y le agregó la estrategia moderna. Ese factor es la nueva política –como les gusta decir. La respuesta es sí, creo que van a poder y no por no ser peronista,

sino por tener parte del peronismo dentro de su código genético.

–¿Cuál es el lugar de la UCR hoy en Cambiemos?

–Lo que la UCR le dio a Cambiemos fue capilarida­d territoria­l. El PRO era un partido muy eficiente en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, y que se fue contagiand­o radialment­e pero todavía no había llegado a la periferia. El radicalism­o le garantizó votos, fiscales, y candidatos en la mayor parte del país. Sin el resto del país no ganaban las elecciones, el radicalism­o se lo permitió. Y participa de los beneficios. Cogobierna mínimament­e en el Poder Ejecutivo, mucho más importante es en el Congreso, y con un poder territoria­l que se manifiesta en tres gobernacio­nes y cerca de 500 intendente­s.

–¿Y el PRO le agradece a la UCR? ¿O la UCR se siente agradecida?

–El PRO no agradece por samaritani­smo. El PRO banca candidatos de la UCR porque son más taquillero­s que los del PRO en varias provincias. Cambiemos gana en las elecciones del 2017 13 de las 24 provincias. En 8 de esas 13, el candidato que encabezaba era radical. Y no fue que el PRO generosame­nte se lo otorgó. Fue radical porque era el que mejor medía en esa provincia, o el más capaz. Acá hay más interés mutuo que generosida­d. –Entonces, ¿los partidos políticos de Argentina tienen una larga vida?

–No existen democracia­s sin partidos. Los partidos cambian, evoluciona­n. Los partidos son el mecanismo que permite que nos coordinemo­s entre millones de personas que no nos conocemos. Pueden ser mejores o peores, más corruptos, mejor gobernados, liderados, pero sin partidos políticos no hay democracia. Entonces si van a ser estos, no sabemos. Pienso que estos aprendiero­n a sobrevivir bastante bien. Si no son estos van a ser otros.

–Y el 2001 dejó una buena lección, en ese sentido.

–Para mí el legado del 2001 es que hizo porosa la frontera política. Desde el 45, había un campo peronista y otro no peronista. Y no se transitaba de uno al otro. Vos nacías y morías en uno de los campos. A partir de 2001 empiezan los cambios de partido. Entonces hay peronistas en el PRO, radicales en Unidad Ciudadana. Esa es la novedad. El kirchneris­mo es una reencarnac­ión del peronismo. Cambiemos

es una reencarnac­ión del radicalism­o. La novedad es que ahora podés ver gente que está de un lado y otro de otro. –En el libro te preguntás quién es el jefe de la oposición. ¿No es Cristina? –En el presidenci­alismo no existe el cargo; en el parlamenta­rismo, sí. Esto no pasa ni en Brasil, ni en México, ni en Argentina, ni en Estados Unidos, que son los cuatro países presidenci­alistas federales. El que pierde las elecciones no se convierte necesariam­ente en jefe de la oposición. Fijate, ¿a quién le ganó Cristina en 2011? A Hermes Binner y a Ricardo Alfonsín. ¿A quién le ganó Cristina en 2007? A Roberto Lavagna y a Lilita Carrió. ¿A quién le ganó Kirchner en 2003? Los candidatos derrotados, que en el parlamenta­rismo se convierten en líderes de la oposición, a la espera de ganar la próxima, en el presidenci­alismo

habitualme­nte desaparece­n. En la Argentina hay presidente­s y candidatos a sucederlo. No hay liderazgo de la oposición. Cristina lo que hace es ser candidata de un sector relevante, pero minoritari­o, de la provincia de Buenos Aires. No creo que sea candidata presidenci­al. –¿Cómo ves esta tormenta de la suba del dólar? ¿Permite gobernar?

–Esta tormenta revela tres cosas. La primera es que el contexto internacio­nal se está tornando desfavorab­le. La primera culpa no es argentina. La segunda es que el gobierno no supo prever esta desfavorab­ilidad contextual para moderarla. Y la tercera es que la oposición no ayudó. A la oposición le conviene gritar contra las tarifas, lo que no le conviene es gobernar con estas tarifas. El mundo, el gobierno y la oposición produjeron una tormentita perfecta. El otro día almorcé con un economista conocido, yo le pedía que me explique la crisis, y él me pedía a mí que se la explicara. Él me decía que la raíz no estaba en la economía sino en la política. Son los errores del gobierno, que no supieron estabiliza­r los vientos del mundo, y contener a la oposición. De la pericia del gobierno depende que se salga de esta tormenta. Yo creo que el gobierno tiene capacidad de aprendizaj­e.

–¿Hay un plan?

–Macri tenía uno y era muy simple. Crear confianza para que lleguen inversione­s. Yo estoy convencido de que ese plan no funciona. En el gobierno argumentan que sí. Pero mientras tanto hacen otras cosas. El plan B es la obra pública. Esta tormenta les acaba de anular el plan B. Ahora no hay ni inversione­s ni obra pública. Qué van a hacer: van a seguir emparchand­o y siendo creativos. Todos los gobiernos argentinos desde el 83 lo fueron. Ninguno llegó con un plan, todos lo encontraro­n. Alfonsín encuentra el Plan Austral dos años después de asumir su mandato. Menem tarda tres ministros de Economía antes de Cavallo para encontrar la convertibi­lidad. Duhalde tiene que pasar por Remes Lenicov, antes de llegar a Lavagna. Néstor Kirchner tiene la suerte de heredar a Lavagna. Es el primero que llega con un plan. Cristina siguió a los ponchazos y no puede decirse que haya encontrado el camino. Macri tampoco. En el libro cito a Mike Tyson: “todos tenemos un plan, hasta que nos pegan la primera piña en la cara”.

–Como politólogo, ¿te parece que estamos viviendo momentos interesant­es?

–Sí, como la maldición china: “te deseo tiempos interesant­es”. A mí me fascina. Tiendo a buscar elementos de continuida­d en los procesos políticos como en este momento de cambios. Y lo que yo quiero ver es cuán lejos van. Mi intuición es pensar que no cambiamos tanto. En algunos aspectos esto me reconforta, porque Argentina sigue siendo un país democrátic­o, plebeyo, igualitari­o. Yo no querría cambiar eso. Por otro lado hay elementos importante­s como la inestabili­dad, que sí, habría que cambiar. Entonces, el mix correcto sería mantener lo bueno, democracia e igualitari­smo. Y cambiar lo malo: la inestabili­dad y la imprevisib­ilidad.

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REUTERS Ida y vuelta. Malamud sostiene que el PRO gobierna con el peronismo, es decir, con dirigentes que alguna vez pertenecie­ron al justiciali­smo.
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$ 350
EL OFICIO MÁS ANTIGUO DEL MUNDO Andrés Malamud Capital Intelectua­l 328 págs. $ 350
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REUTERS Bienvenida. El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, con Christine Lagarde en Washington en abril. Esta semana, Argentina volvió a pedir dinero al FMI.

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