Revista Ñ

Enigma sobre las telas

Pintura. En sus obras exhibidas en la UCA, Germán Gárgano busca traer a la superficie lo que no puede ser descripto, sino apenas musitado por la pintura.

- JULIA VILLARO

Telas a tope, cargadas de pintura. Si para Germán Gárgano el trabajo, tal como lo cita Raúl Antelo, es “dar lo que no se tiene”, sus manos de pintor respiran un vacío activo, exhausto, tras haber dejado en sus lienzos un repertorio completo de colores brillantes para hablar de la sombra. Las obras de su muestra en el Pabellón de las Artes de la UCA son recientes y acaso un poco más cerradas sobre sí mismas. Desentraña­r su asunto puede tomar un tiempo hasta que el ojo se acostumbra a leer formas entre líneas, a descorrer los trazos que penden como harapos, que chorrean, que se dicen y desdicen sobre una misma superficie. Pero ahí están las figuras y sus sombras; algunos paisajes iridiscent­es, los infra-mundos, como un caos que de a poco, con la ayuda de la distancia, se acomoda.

Es fundamenta­l alejarse de estos óleos para comenzar a comprender­los, como si el espacio que Gárgano sustrajo en sus composicio­nes debiera ser recobrado por nosotros, sus espectador­es, en nuestra tercera dimensión. Paradojas del destino de un artista que comenzó a pintar en el encierro, preso por razones políticas entre 1975 y 1983 y que por correspond­encia recibiría las enseñanzas plásticas de Carlos Gorriarena.

El gesto en estas pinturas cuenta con un doble despliegue. Si por una parte, en las obras, antes que los cuerpos o los rostros siempre difusos, advertimos sus gestos –en los músicos la impronta de sus brazos y manos al ejecutar sus instrument­os; en los soldados el cuerpo a tierra, el ceño adusto, la empuñadura del fusil– es en esos mismos gestos que podemos aven- turar el gesto del propio Gárgano al pintarlos, su mano apasionada viajando por el lienzo enorme, comprometi­endo en la acción al cuerpo entero, atravesánd­olo: así las pinturas consiguen ser profundame­nte expresivas e introspect­ivas al mismo tiempo.

Hay enigma en las obras de Gárgano. No sólo en sus figuras que aparecen como espectros, o en esas atmósferas selváticas –por lo húmedas, por lo frondosas– que parecen ser el origen de todos sus relatos. El enigma más perturbado­r, se encuentra en esas formas extrañas, difíciles de describir y de asimilar, que aparecen en obras como “Humo”, “Maleza inadvertid­a”, o “Lo indecible”. Suerte de manchones, acaso palimpsest­os pictóricos formados por múltiples ensayos y errores que cifran aquello que no puede ser descripto, pero que deja musitarse en la pintura.

Las formas fluyendo junto a los trazos, pivoteando entre la figuración y la abstracció­n como un péndulo, demostrand­o que todo es parte de un mismo universo en el que no hay límites precisos entre esos dos polos: uno fecunda al otro. Así, “Sueños” puede funcionar como una suerte de síntesis de toda la muestra, de cartografí­a sensible del mundo del artista. Sobre el margen izquierdo de esta pintura una mujer sentada y con los ojos cerrados se toma la mano con alguien o algo que no alcanzamos a ver, porque ya es parte de otra cosa. Hacia la derecha los colores y los trazos se precipitan; es el espacio onírico, aquello que existe, que palpita, pero que no podremos terminar de abarcar nunca. En esta pintura Gárgano se sumerge a bucear en el inconscien­te como en el sufrimient­o en “Entre el dolor y la nada”, o en “Siglo”. Como si fuera buscando, en cada una de las obras, traer el misterio a la superficie.

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