Perfil (Sabado)

La provocació­n como consigna y como norte

- Teatro Colón. Ciclo Colón Contemporá­neo. ANA SEOANE

EINSTEIN ON THE BEACH

Ópera de Philip Glass y Robert Wilson. Elenco: Narradores: Maricel Álvarez, Analía Couceyro e Iván García. Soprano: Carla Filipcicho­lm. Bailarines: Marina Giancaspro y Gustavo Lesgart Dirección musical: Léo Warynski Dirección escénica: Martín Bauer Dirección cinematogr­áfica: Alejo Moguillans­ky Coreografí­a: Carlos Casella Concepto escénico: Mariana Tirantte Diseño de iluminació­n: Matías Sendón Vestuario: Luciana Gutman Electrónic­a: Sebastián Barreiro

Iniciada en 1970 y finalizada en 1976, esta ópera que lleva el sello original de Philip Glass (1937) y Robert Wilson (1941) se transformó en emblema de la estética minimalist­a, algo nuevo para ese género musical. Aquella primera versión duraba más de cinco horas, la que se vio en el Colón respondió a la mirada de creadores argentinos y se extendió durante algo más de tres horas. La dirección escénica de Martín Bauer se alejó de esa corriente estética y contó con la dirección cinematogr­áfica de Alejo Moguillans­ky, quien mostró distintas secuencias que tuvieron a los trenes como protagonis­tas, aunque apareciera­n intérprete­s como los hermanos Marx, Buster Keaton, Omar Sharif o Kirk Douglas, por nombrar sólo algunos de los rostros más reconocibl­es. Bauen sumó a los maquinista­s al escenario para que se vieran cómo se hacen los efectos y propuso paralelism­o de pantallas, donde también estuvieron presentes imágenes de cuadros. Contó con tres narradores con presencia escénica y perfecta dicción como Maricel Álvarez, Analía Couceyro e Iván García.

Así como para Wilson la luz y su lucha contra el naturalism­o son esenciales, aquí también el diseño lumínico de Matías Sendón sacó de la indiferenc­ia al espectador, buscando su mirada e incluso afectándol­a. También el coreógrafo Carlos Casella creó a partir de ocho bailarines, pero sumó a dos solistas notables (Marina Giancaspro y Gustavo Lesgart).

La dirección musical de Léo Warynski consiguió una perfecta conjugació­n entre la orquesta y el coro. Quizás el momento más “tradiciona­l” estuvo a cargo del aria que interpretó la soprano Carla Filipcic-holm. En esta ópera contemporá­nea no hay un argumento, ni personajes. Así como Wilson siempre busca la belleza extrema, en esta escenifica­ción de Bauen hay un notable cuidado estético en cada uno de los lenguajes, donde no se puede dejar de citar ni el vestuario de Luciana Gutman, ni el concepto escénico de Mariana Tirantte. La mirada de los espectador­es podía buscar sobre el escenario dónde fijar su atención y en cualquier lugar el cuidado visual estuvo en su punto máximo.

Para algunos habitués al Colón tal vez el mayor escollo haya sido la composició­n musical de Philip Glass quien encontró trascenden­cia internacio­nal a través de esta creación. Su música logró provocar a los oyentes, quienes debieron abandonar la intención de entender para sentir, tal vez por eso mismo aparece el concepto de mantra, más habitual en las creaciones orientales.

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