Perfil (Sabado)

Periodismo cuidado

- NANCY GIAMPAOLO

“A la generación de Cristal se le muere el gato y no va a trabajar”, dijo María Julia Oliván durante una entrevista, dando lugar a un debate propicio para la semana que pasó, en la que se celebró el día del periodista. Lo primero que pensé es que, si mi gata muere, lo más probable es que no tenga ningún deseo de trabajar ese día. De modo que lo dicho por Oliván a quien, mientras estudiaba en TEA, encomiaba por haberse abierto camino en los medios masivos, de entrada, me chocó. Algunos colegas señalaron que es una comunicado­ra que viene de una generación que sufrió rigores excesivos por parte de jefes de programaci­ón o redacción, y que ahora, bajo el imperio de los nuevos paradigmas del buen trato y la empatía, defiende valores que atrasan.

Mi primer trabajo periodísti­co no fue, como en su caso,

Como ocurre en muchos ámbitos, las ofensas ya no se exhiben, so pena del escarnio público

durante los 90, sino una década después, cuando, sin embargo, perduraba bastante de ese modus operandi autoritari­o por parte de los superiores. No puedo decir que ese marco haya tenido un efecto estrictame­nte negativo, porque en el trato hostil que detestaba y detesto, muchas veces también había enseñanzas de orden práctico. Cuando entregué mi primera nota en El Cronista Comercial, mi editor dijo enojadísim­o que era “un asco”. Tenía razón. Me retó a los gritos, disparando pautas de escritura que era imposible desoír y que hicieron que la segunda nota saliera mil veces mejor. Aquel placer de escribir algo publicable después de un fiasco me hizo elegir la gráfica para siempre.

Pero, más allá de mi caso en particular, el problema del mal trato en los medios, creo, está lejos de resolverse, por más simpáticos que se muestren los que ofician de jefes y por más nuevas tecnología­s que se implemente­n. Comparando las condicione­s de trabajo en 2005 o 2006 con las de un presente donde lo único seguro es la pérdida de sostén, corroboram­os que el panorama es mucho más complicado, a excepción de algunos casos puntuales. Como ocurre en muchos ámbitos, las ofensas ya no se exhiben, so pena del escarnio público, pero subsisten bajo otra cara: la precarizac­ión sistémica de métodos y resultados. No parece haber buena onda ni trato cuidado capaces de compensar un estado de cosas que, en materia de derechos laborales, atrasa y ofende a cada rato un poquito más.

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