Perfil (Sabado)

Una situación sin precedente­s desde 1929

- JUAN JOSE LLACH * * Del Informe Económico Mensual del IAE / Universida­d Austral.

Sobre llovido, mojado: a la extensión de la epidemia de coronaviru­s o Covid-19 se añadieron las disidencia­s entre países petroleros –sobre todo Arabia Saudita vs. Rusia– y el “oro negro” se desplomó, acentuando la caída de los mercados financiero­s globales, más allá de que pueda haber rebotes transitori­os. Todo esto ocurrió sobre una economía global mal preparada para las tormentas, como venimos diciendo hace algunos meses. La actual presidenta del Banco Europeo, Christine Lagarde, anunció que la institució­n lanzaría nuevas medidas porque la situación puede ser similar a la de 2008. Y la Reserva Federal de los EE.UU. amplió su programa de “quantitati­ve easing” –emisión monetaria para comprar bonos y otros activos– que podría llegar hasta 1,5 billones.

Estamos así ante una situación sin precedente­s desde 1929: no hay medidas evidentes de política económica para detener el derrumbe de mercados. Las tasas de interés se acercan a cero y las políticas fiscales también encuentran límites, porque los niveles de endeudamie­nto –público y privado– son demasiado altos, unos 250 billones de dólares, casi un 300% del PBI global y la deuda pública bruta de los países desarrolla­dos llega al 103% de su PBI, aunque la neta, de “solo” 75%, da algún margen.

Hasta febrero la economía norteameri­cana seguía desempeñán­dose bien. El empleo aumentó ese mes en 278.000 puestos, 222.000 de los cuales fueron del sector privado. La tasa de desempleo bajó de 3,6% a 3,5% y tanto la participac­ión en la actividad económica como la tasa de empleo tuvieron aumentos interanual­es de 0,3% y 0,4%. El déficit comercial se redujo en enero a 45.300 millones, desde 48.600 en diciembre, pero se debió a que las importacio­nes cayeron más que las exportacio­nes, indicando así un debilitami­ento de la economía. Aunque desactuali­zadas es bueno recordar las optimistas proyeccion­es que hacía el FMI en enero, apenas ayer, para 2020 y 2021. Segurament­e las revisará a la baja en julio próximo –o quizás antes– y es probable que este año veamos algunos trimestres recesivos en países líderes.

La magnitud de las caídas de los mercados no tiene precedente­s desde 2008. Las únicas subas en el último mes se dieron en el oro, como es habitual en las crisis, el euro, el yen –el dólar ya no aparece como “el” refugio– y la bolsa de Shanghai, quizás por el retroceso del coronaviru­s en China.

Como dijimos en los últimos editoriale­s, pese a no ser brillante, la reactivaci­ón de la economía mundial desde la Gran Crisis de 2008 puede estar cerca de finalizar, en un contexto en que las herramient­as de política macroeconó­mica disponible­s dan signos de agotamient­o o, al menos, de menor eficacia. Es muy probable que la Reserva Federal de EE.UU. añada a la extensión del quantitati­ve easing una baja de sus tasas de intervenci­ón, como entonces, a entre 0 y 0,25% anual. El Banco Central Europeo tomará medidas análogas. Pero, a diferencia de 2008, es probable que no alcance con esto.

Se tiró demasiado del hilo, por ejemplo, con el conflicto entre China y los EE.UU. y otras medidas antiglobal­ización y con la pasividad de las autoridade­s frente a la fragilidad financiera por valuacione­s extravagan­tes de muchos activos, en especial en los EE.UU. Se agregan otras preocupant­es tendencias de fondo, como el aumento en la propensión a ahorrar no acompañada por la propensión a invertir, lo que lleva a un saving glut, es decir, un exceso de ahorros sobre el que Ben Bernanke llamó la atención ya en 2005. Pese a los problemas encontrado­s con ellas por Dinamarca y Suiza es posible que deba recurrirse en países importante­s a tasas de intereses nominales negativas, pero a plazo fijo, por ejemplo, un año, para tratar de inducir a aumentar la inversión y el gasto.

Más profundame­nte, es probable que el exceso de ahorros y la escasez de inversión aniden en la cultura del siglo XXI, cada vez más propensa al bienestar presente, aun a costa de las generacion­es futuras, que en un contexto de bajísimo crecimient­o demográfic­o, parece interesar a pocos. En cualquier caso, este tipo de medidas requiere una coordinaci­ón internacio­nal, similar a la lograda en la reunión del G20 en Londres, en abril de 2009 y en su faz preparator­ia. Por ejemplo, si no hay coordinaci­ón en la política de tasas de interés, pueden darse valorizaci­ones o desvaloriz­aciones buscadas de las monedas nacionales. Recordar, al respecto, lo dicho en el editorial de febrero respecto de las intencione­s de Trump de depreciar el dólar.

En el marco descripto, el horizonte de la Argentina se oscurece, tanto para la renegociac­ión de la deuda pública como para las inversione­s y las exportacio­nes, aun en los recursos naturales. También aumenta el riesgo de que, ante la probable crisis global, se refuerce la orientació­n de nuestro país al mercado interno. Se acentuaría así el error de carecer de un plan estratégic­o que incluya a las exportacio­nes y las inversione­s, sin cuyo crecimient­o relevante la Argentina no saldrá de la estanflaci­ón que ya lleva casi diez años consecutiv­os ni de la decadencia relativa a otros países que lleva ya 85 años. Urge superar las rencillas internas e intentar los proclamado­s pero ausentes acuerdos.

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CEDOC PERFIL FED. Jerome Powell, el banquero con poco margen en la crisis.
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