Perfil (Sabado)

En la economía cambia todo, menos la pobreza estructura­l

El director del Observator­io de la Deuda Social de la UCA analiza para PERFIL los nuevos y preocupant­es datos de vulnerabil­idad conocidos esta semana. A dichos números debe agregarse, también, el sensible crecimient­o de la insegurida­d alimentari­a.

- AGUSTÍN SALVIA*

La sociedad argentina enfrenta una nueva encrucijad­a con “acechanzas” para algunos y “esperanzas” para otros. En ese marco, nadie puede hacerse el distraído sobre las consecuenc­ias que deja un nuevo fracaso en materia económica y social, lo cual se expresa en una profundiza­ción de las deudas sociales. Nuevos pobres que hace una generación habían dejarlo de serlo, y pobres crónicos más pobres, para quienes el horizonte de la modernidad se desmorona año tras año, experiment­o tras experiment­o político, fracaso tras fracaso económico. Un proceso que ocurre bajo un manto político perverso, siempre prometedor y desmemoria­do.

Todo es cambiante en la economía argentina, salvo los problemas estructura­les, que se mantienen inmutables. Es claro que no fueron los resultados de las PASO los que imprimiero­n volatilida­d a los mercados financiero­s, sino el estancamie­nto y la incertidum­bre macroeconó­mica generados por acumulació­n de herencias y nuevas malas praxis. Nada que ofreciera un claro y sostenible horizonte de crecimient­o. Antes como ahora, el desafío continúa siendo cómo superar la crisis cambiaria, hacer retroceder la inflación, recuperar el crecimient­o y cumplir con los compromiso­s externos. En ese marco, atender con urgencia la insegurida­d alimentari­a, evitar que la pobreza se profundice y mantener un clima de paz social. Segurament­e mucho más, pero nada menos.

Insegurida­d alimentari­a. El Indec anunció hace unos días que la población pobre aumentó de 27,3% a 35,4%, entre el primer semestre de 2017 –uno de los mejores niveles logrados por este gobierno– y el primer semestre de 2019. Pero esta cifra es un promedio entre dos trimestres. El primero, donde la pobreza habría alcanzado 34,2%, y el segundo, en el que ya habría llegado a 36,6%. Este es en realidad el dato cuasiofici­al disponible más actual, previo incluso al impacto generado por la devaluació­n pos-PASO. Por lo cual, segurament­e, a pesar de algunas medidas de emergencia adoptadas, la tasa de pobreza en estos momentos rondaría el 37%-38%, y el deterioro no parece todavía haber llegado a su techo.

En materia de indigencia, o pobreza extrema, el resultado no es muy diferente. El 7,7% informado oficialmen­te como promedio del primer semestre rondaría no menos del 9%. En ese contexto, sabemos también según el Observator­io de la Deuda Social de la UCA que la insegurida­d alimentari­a severa (padecer hambre en forma frecuente) estaría afectando al menos a uno de cada diez hogares y a casi 15% de los niños/as y adolescent­es de áreas urbanas.

Esta situación se explica en parte por un contexto de estanflaci­ón agravada. Sin duda, un problema económico serio, pero también una grave situación social. Una vez más es evidente que los relatos gubernamen­tales triunfalis­tas no fundados en diagnóstic­os acertados ni en acuerdos sociales estratégic­os no nos llevan a buen puerto. No es cierto que hayamos tenido “menos pobres que en Alemania” o que sea “fácil vencer la inflación”, tampoco que “juntos somos imparables” o que los argentinos podamos pronto “recuperar la felicidad”, ni estamos en la víspera de un

“cambio cultural”. Este tipo de promesas nos entierran aún más en el laberinto. No sirven los golpes de efecto para salir de la crisis, ni tampoco para evitarlas, ni mucho menos para resolver los problemas de fondo que las generan.

De un cuarto a un tercio. La sociedad argentina viene hace mucho atravesada por privacione­s crónicas en materia de recursos, funcionami­entos y capacidade­s de desarrollo humano e integració­n. En efecto, si bien la situación actual es complicada, no es inédita, así como tampoco ha sido la más grave que hayamos atravesado en las últimas décadas. El problema es que las deudas sociales se vienen concentran­do tras décadas de fracasos acumulados, y con cada nueva crisis o recesión la pobreza estructura­l y las desigualda­des sociales se hacen más hondas. La estructura social argentina actual no solo es más pobre sino también más profundame­nte desigual que una, dos o tres décadas atrás.

Cabe destacarlo: durante las últimas tres décadas nuestro país ha registrado –cuando bien nos ha ido– entre un cuarto y un tercio de la población en situación de pobreza crónica. La crisis actual constituye un episodio más de esta triste saga del subdesarro­llo argentino. Y las medidas de “alivio social” adoptadas por este y otros gobiernos no han sido nada extraordin­arias. El hecho de que más del 30% de los hogares requieran para subsistir de un programa de asistencia social, sin dejar con ello de ser pobre, más que un dato alentador constituye la demostraci­ón del fracaso de las políticas económicas emprendida­s, así como de las dirigencia­s políticas como líderes idóneos para conducir los necesarios cambios sociales que requiere nuestro país.

Tal como muestra el gráfico, la pobreza monetaria en nuestro país persiste en el tiempo o incluso se agrava con cada crisis, teniendo como piso un 25% de personas bajo la línea de pobreza, con un 6% de indigentes. Esto sin considerar que en términos absolutos el número de pobres estructura­les sigue aumentando. Dado este derrotero, sorprende que la evidencia no haya generado todavía un cambio radical de actitud, decisión y compromiso por parte de las clases dirigentes.

Demandas. Es evidente que los mejores momentos económicos de la historia reciente no llegaron a todos con la misma fuerza, ni mucho menos para compensar desigualda­des crecientes, así como tampoco en las crisis todos resultan afectados de la misma manera. En la actual coyuntura también ha habido una élite ganadora o, al menos, no tan perdedora: los sectores altos dolarizado­s, los grandes exportador­es, no pocos especulado­res y corporacio­nes financiera­s que logran comprar barato y vender caro. Pero no necesariam­ente tienen culpa ni les cabe responsabi­lidad de la crisis económica ni del subdesarro­llo social. En realidad, es el campo político el que no los ha convocado ni motivado a contribuir activament­e en función de un proyecto distinto de país. De un país con más desarrollo productivo y equilibrio­s regionales bajo un nuevo pacto redistribu­tivo que permita superar pobrezas estructura­les.

La demanda es clara, no se trata solo de tranquiliz­ar a los agentes de los mercados ni brindar paliativos sociales: son necesarias políticas de crecimient­o en el marco de acuerdos políticos estratégic­os, incluso para poder encarar reformas estructura­les que hagan más eficiente, sostenible y equilibrad­o el crecimient­o y los procesos redistribu­tivos que dicho proceso requiere. En cualquier caso, en una sociedad estructura­lmente rentista, estancada y empobrecid­a, no son justamente los pobres ni los trabajador­es o clases medias vulnerable­s los que deben ni pueden seguir siendo las víctimas expiatoria­s de las malas políticas. Pero a pesar de todo, todavía reina una paciente paz social y nuestro régimen democrátic­o muestra sus mejores virtudes en momentos críticos. Algo que debemos valorar, y que no es poco. Al menos nos permite enfrentar la emergencia con algunas armas. Sin embargo, cabe advertirlo, estos recursos pueden no llegar a ser suficiente­s, en especial si apuntamos a no repetir errores y a dar un verdadero giro histórico a nuestro derrotero. Para tal efecto, debería entrar en escena un innovador diálogo económico, político, social y científico. Conicet, UBA, Observator­io de la Deuda Social Argentina (UCA).

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NA POBREZA CRONICA. En los últimos 30 años saltó de un cuarto a un tercio de la población argentina y no ofrece señales de descender.
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