Una monja es la creadora del sistema que se usa en el mundo
Huellas de Esperanza es la adaptación de un proyecto iniciado por la hermana Pauline Quinn en la década del 80. Comenzó en la prisión de mujeres de Washington DC, Estados Unidos, donde colaboraba. Desde entonces, el Prison Dog Program (nombre original en inglés) se ha extendido por el mundo, con más de 300 proyectos similares, incluyendo los de Argentina.
“Cuando era chica fui abusada y maltratada, eso afectó mucho mi vida, y lo que aprendí fue que los perros ayudan a reconstruir la autoestima. En los años 50 pasaban cosas terribles en las prisiones en general y en los hogares de menores por donde pasé, por eso quise hacer algo diferente: cambiar el corazón de toda la gente inmersa en los sistemas carcelarios”, subraya la religiosa dominica, que alguna vez de adolescente incluso vivió en las calles.
La experiencia personal le enseñó que los cambios surgen cuando el trabajo es voluntario y la persona se siente valorada. Si algún participante desea abandonar el programa, se lo respeta, pero primero se lo escucha para mejorar posibles errores. Para Pauline, “en la mayoría de las instituciones carcelarias se busca solamente mantener personas confinadas hasta que puedan salir, sin darles la posibilidad de mejorar su futuro cualitativamente”. Dice que a los discapacitados “no se los trata con respeto. Por eso, facilitarles tener un perro que los asista es una manera de darles autoestima”.