Perfil (Sabado)

Un buen presidente

- SANTIAGO FARRELL

Quienes critican la orden de prisión contra el ex presidente Lula da Silva insisten en subrayar los avances sociales y económicos que Brasil alcanzó durante sus dos gobiernos. Recuerdan que Brasil nunca creció tanto como durante esos años, 2003 a 2010. Que millones de personas dejaron la pobreza y se incorporar­on al mercado de trabajo. Que la desocupaci­ón cayó a niveles históricos, la inflación desapareci­ó como problema y el salario real se fortaleció. Insisten, quienes lo defienden, en que Lula es víctima de una conjura de las oligarquía­s, furiosas por la felicidad de los más humildes. El ex presidente sería, entonces, víctima del prejuicio y el odio de clase, de una “revancha” de los poderosos. Eso es algo por lo menos llamativo, ya que las grandes empresas y los principale­s bancos de Brasil nunca ganaron tanto dinero como durante los ocho años de gobierno del líder del Partido de los Trabajador­es.

A Lula lo ayudaron los precios astronómic­os de las commoditie­s –pero Venezuela es hoy un doloroso ejemplo de que con el petróleo, o la soja, por las nubes no alcanza para el desarrollo o para sacar a la gente de la pobreza– a los que sumó políticas públicas para los sectores más desprotegi­dos y una inédita estabilida­d macroeconó­mica.

Nadie en su sano juicio discute esos logros, pero el problema es otro. La pregunta sería: ¿haber sido el “mejor presidente de la historia de Brasil”, como él mismo se proclama, excluye la posibilida­d de que haya utilizado para su provecho dinero público o que haya beneficiad­o a grandes empresas a cambio de favores económicos personales? Esa es una práctica tan antigua como las endebles democracia­s latinoamer­icanas, es verdad. Pero, ¿es correcta? ¿No fue el propio PT, interpreta­ndo un sentir popular, el que impulsó la ley de “ficha limpia”, que impide que un político condenado en segunda instancia por corrupción pueda ser candidato, y que ahora podría volverse contra Lula? Hay quienes subrayan la fragilidad de la argumentac­ión del juez Sergio Moro al condenar al ex mandatario o la velocidad con que ordenó su prisión (nueve meses después de la sentencia, cuando el promedio de los otros presos por el Lava Jato es de entre 18 y 30 meses). O la fiereza con la que la clase política defendió a otras figuras alcanzadas por las denuncias, como Aécio Neves o el propio presidente Michel Temer. Son cuestiones discutible­s, pero válidas. Pero haber sido un buen presidente –como lo fue– no exime a Lula de responder ante la Justicia.

Nadie discute los logros de Lula. Pero eso no lo exime de responder ante la Justicia

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CEDOC PERFIL ANTIPETIST­AS. Los seguidores de Bolsonaro festejaron la orden de detención.

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