ESQUI Y HUSKIES DE TRINEO
En los Alpes escandinavos, un centro de actividades invernales ofrece de todo en cincuenta pistas y 70 mil kilómetros cuadrados.
Hasta hace pocos minutos los huskies estaban tumbados tranquilamente sobre la nieve mientras se dejaban acariciar por mis hijas, pero ahora Elsa aúlla y Carsten abre el hocico para lanzar un aullido. Sin embargo, Johan Müller, un noruego deportista con antepasados alemanes, les resta importancia: “Siempre hacen eso justo antes de empezar”, dice. Desde hace 15 años Müller ofrece excursiones en trineos tirados por perros huskies alrededor de Hemsedal, un lugar para la práctica de deportes de invierno situado en el corazón de los Alpes escandinavos, que se alzan a unos 200 kilómetros al noroeste de Oslo. Müller tiene cuarenta animales, de los cuales hoy nos acompaña una docena. Seis huskies tiran de cada trineo, que tiene 60 centímetros de ancho y espacio para un adulto o dos niños. Además, otra persona se sitúa en la parte trasera y controla a los perros con ayuda de dos frenos de pie. Efectivamente, los ladridos, gruñidos y aullidos desaparecen justo en el momento en el que Müller da la señal de salida al grito de “ho”. El trineo pega una fuerte sacudida cuando los animales echan a correr, después se desliza con facilidad sobre la gruesa capa de nieve. “Relájate”, me dice Müller, “mantente siempre relajada”. En mi familia somos todos principiantes con conocimientos previos, y enseguida ha detectado que yo soy el punto débil. Los niños aprenden de manera más intuitiva. En comparación con las extensas zonas de esquí de los Alpes, Hemsedal es abarcable: de sus casi cincuenta pistas, prácticamente todas desembocan en el centro de esquí. Esto es lo que hace que el lugar sea especialmente atractivo para familias, que representan el 75% de los huéspedes. La montaña más alta, Toten, mide 1.497 metros y la bajada más larga tiene seis kilómetros. A cambio hay todo un mundo infantil con una extensión de 70 mil kilómetros cuadrados. Si se evitan la época navideña y el mes de febrero, cuando los países escandinavos tienen vacaciones de invierno, las pistas están libres y no hay que hacer largas colas para acceder a los cerca de 25 telesquíes y telesillas. “La época perfecta para viajar son los meses de invierno tardíos”, revela Oscar Lundstrom, profesor de tenis. A partir de marzo disminuye el frío y los días empiezan a ser más largos. Pero incluso en los meses más oscuros nada impide la diversión al anochecer, ya que muchas de las pistas se iluminan por la noche. Algo que, por desgracia, tampoco se les escapa a mis hijas ya que nuestra vivienda se encuentra justo junto al centro de esquí. “Mamá, todavía hay mucha gente esquiando. ¿Podemos ir?”, pregunta la mayor. Así que nos toca llegar a un acuerdo, como tantas veces en los viajes familiares. Poco después nos encontramos de nuevo sobre la nieve. Junto a la pista de principiantes hay un puñado de cabañas con hogueras, leña gratuita y parrillas. A la mañana siguiente me despido de mi familia y
El esquí de fondo, algo que todo noruego aprende de niño
voy al encuentro de Hanne Morud para probar el esquí de fondo, algo que todo noruego aprende de niño. En comparación con las pesadas botas de esquí, los zapatos son ligeros y cómodos y los esquíes largos y elegantes. De los 250 kilómetros de pistas de esquí de fondo disponibles mi profesora se decide por un circuito que comienza en el centro de esquí. “Es muy sencillo, solo tienes que seguir las huellas”, dice. Y añade lo mismo que ya me dijeron el profesor de esquí y el guía del trineo de perros: “¡Mantente relajada!”. Efectivamente, enseguida encuentro mi ritmo. Atravesamos pinos de montaña cubiertos de nieve y rocas erráticas que decoran el paisaje como si se tratara de troles helados. Hay huellas de zorros y linces que han debido cruzar el camino poco antes. El miedo a caerme ha pasado y disfruto este brillante paisaje invernal. Lo consigo: me relajo y me deslizo.