Liliana Bodoc, la escritora humanista
1958. Bajo distintas máscaras, Bodoc supo evocar a sus abuelos Fortunata y Silvestre; ella, esmerándose en el cuidado de la casa, y él, amando la vida y riendo. La furia frente al desprecio de un jefe de su padre que apagó un cigarrillo en el postre que Fortunata preparó para agasajarlo. La biblioteca familiar donde conoció a Rulfo, Cortázar, Amado, Mayakovski, Neruda, Guillén, García Lorca. Las charlas con sus hermanos sobre la serie El hombre que volvió de la muerte, con Narciso Ibáñez Menta. La emoción ante un libro que le regaló su madre, con un duende sentado en la taza de café con leche, del que nunca pudo recordar el autor, pero sí que la atrapó más que los personajes de Disney. La madre que luego murió en sus brazos, también de un ataque al corazón, cuando apenas tenía 7 años. Su padre, José Chiavetta, narrando cuentos, dirigiendo teatro y recitando sus “versitos de colores” que inspirarían el libro Sucedió en colores, que a su vez dio nacimiento a piezas teatrales de la compañía Los Tres Gatos Locos, integrada por su hijo Galileo, en un hecho que la llenaba de orgullo al comprobar cómo ciertos rituales y saberes pasaban de una generación a otra. Liliana Bodoc bregaba por mantener viva la memoria histórica y por evocar lo perdido mediante un personal lenguaje poético, y ahí no termina su magia. Comprendía que recordar nuestra niñez es clave para entender al ser humano en su verdadera dimensión, con sus luces y sus sombras, en la relación con el prójimo, en el devenir con la vida y la muerte. Su espíritu indomable de niña revelándose ante las arbitrariedades del mundo atraviesa la esencia de toda su obra.