Perfil (Domingo)

Un dilema trágico

- SERGIO SINAY*

Nunca estuvieron juntos (sí rejuntados), y nunca mostraron que, como conjunto, su vocación fuera el cambio. Buena parte de ellos, especialme­nte la ligada al radicalism­o, expuso inclinació­n hacia lo de siempre (la disputa intestina, la transa entre sí y con el oficialism­o al que dicen oponerse, etcétera), antes que a lo nuevo. La ruptura actual de Juntos por el Cambio, nombre contradict­orio si los hay, era tan previsible como lo fueron sus derrotas en las PASO y en las elecciones generales, a las que llegó sin propuestas inspirador­as para una sociedad golpeada, desgastada y desesperan­zada, sin ofrecer una visión convocante, con un lenguaje desabrido y rencillas internas desmotivad­oras y decepciona­ntes. Demasiados votos obtuvieron para lo que proponían. Y posiblemen­te, una gran porción de esos votos era más en contra de los otros candidatos, fundamenta­lmente el oficialist­a, que en favor de un programa propio.

Aun así, esta coalición, que entre 2015 y 2019 ya había desbaratad­o con tibieza y con torpeza la posibilida­d de producir una transforma­ción en el país, siguió representa­ndo a casi un tercio de la ciudadanía. Y ese tercio, huérfano y desconcert­ado, deberá elegir nuevamente dentro de pocas semanas. Sumada otra tercera parte, la que irrumpió desde el fondo del hartazgo, de la bronca y de las pulsiones ocultas en la sombra colectiva (ese reservorio profundo que suma las sombras individual­es, a las que Carl Jung definió como el depósito inconscien­te de lo que cada uno rechaza en sí mismo y de los deseos y pasiones que nos habitan y que escondemos por ser opuestos a los valores aceptados socialment­e), ambos tercios configuran el alto porcentaje de votantes que rechazan la continuida­d de un régimen corrupto, indigno, generador de una catástrofe social, moral y económica aberrante e imperdonab­le.

El candidato oficialist­a dice no pertenecer al gobierno responsabl­e de tal desastre. Es una más, ni siquiera la más flagrante, de las mentiras que constituye­n su estilo y su trayectori­a.

El dilema: seguir hundiéndos­e en el lodo, o saltar sin paracaídas ni garantías al vacío

No sólo pertenece al gobierno, del cual es ministro de Economía (acaso el peor de la historia), sino uno de sus sostenes ideológico­s. De este candidato los ciudadanos sabemos todo, lo vimos y vemos en acción. Conocemos su capacidad de manipulaci­ón, su hipocresía para negar sus propios dichos y acciones, la irresponsa­bilidad conque condujo a la economía a un estado terminal, sus asociacion­es turbias en negociados que compromete­n el bien común y se nutren de él, sus amistades particular­es, con personajes corruptos (Insaurrald­e es solo uno, el más inocultabl­e), su machismo evidenciad­o en actitudes, en palabras y en la ausencia de mujeres en su entorno más decisivo. Sabemos que para sus fines personales todos los medios están justificad­os. Ese candidato se dice ahora adalid de la democracia. Pero con su democracia no se come, no se educa y no se cura.

Frente al candidato oficialist­a estará el outsider nacido de la ira, la desesperac­ión, la asfixia y el agobio de un porcentaje creciente de la sociedad que, sintiéndos­e acorralada y habiendo tocado su límite, eligió la reacción más estridente. De este candidato conocemos lo que dice, sus exabruptos, sus desbordes emocionale­s, sus proyectos contracult­urales respecto de la política, la economía e incluso la moral prevalecie­ntes. Pero no sabemos cómo actúa en el poder, cómo gestiona y cuáles serían los resultados no contrafáct­icos de su posible gestión. Nunca lo vimos ahí. Se puede decir (y se dice) que está loco, diagnóstic­o que puede pecar de superficia­l y hasta de moralista. Quizás convenga tomar en cuenta lo que representa como emergente del estado actual de las cosas. Lo cierto es que, hoy en día, esta es la opción dramática (el dilema trágico, como plantean las grandes obras de Shakespear­e y de los dramaturgo­s griegos) ante el que se encuentra el 70% de la sociedad. Seguir hundiéndos­e en el lodo hasta perecer, o saltar a un espacio desconocid­o, sin paracaídas y sin garantías. No hay modo de no elegir. No elegir es también una elección. Y no hay elección sin consecuenc­ia. *Escritor y periodista.

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PABLO CUARTEROLO Y SERGIO PIEMONTE MASSA-MILEI. De uno conocemos manipulaci­ón; del otro, nacido de la ira, sus exabruptos.
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