Perfil (Domingo)

Relectura y actualidad

- POR DAMIÁN TABAROVSKY

Envejecer es también un modo de releer. Solo se relee si se llega a cierta edad. Pues el mes pasado se me dio por releer todo lo que tenía a mano de Victor Sklovski. Aunque en realidad no era solo una relectura, sino que incluía la ilusión de leer un libro que nunca antes había leído, La disimilitu­d de lo singular, en la vieja edición de Alberto Corazón Editor. Tenía el libro en mi biblioteca hacía por lo menos una década, y nunca antes lo había leído. Ya era hora. Y fue, precisamen­te, hora de encontrarm­e, otra vez, como siempre en Sklovski, con una escritura inteligent­e y poética, como solo lo sabían hacer los rusos de esa generación. Sklovski nació en San Petesburgo en 1893, y no murió en ningún Gulag, ni en el exilio, sino en la propia URSS, en Moscú en 1984, donde llevó una vida relativame­nte digna, hasta donde era posible en un contexto tan desfavorab­le. Precursor del formalismo ruso, su obra es inmensa, y siempre interesant­e. Y luego de La disimilitu­d… texto marcado por lo autobiográ­fico, lleno de anécdotas (“el joven Tolstoi amaba a Rousseau y en el cuello llevaba colgado su retrato”) y una búsqueda incesante de lo nuevo (“en la arquitectu­ra, está claro, lo viejo perdura, porque la piedra es duradera. Lo viejo queda y revive en su nueva cualidad. En la literatura la cosa no es tan clara”) salté a mi favorito, sin dudas su obra maestra: Zoo o cartas de no amor, en la vieja y querible Serie Informal de Anagrama (segurament­e la mejor colección de Anagrama, obviamente hoy discontinu­ada, y que incluía, entre otros libros, off- off de Alberto Arbasino, y las Conversaci­ones de Pierre Cabanne con Marcel Duchamp). Zoo narra la historia de un hombre, separado de su mujer, al que ella le prohíbe mandarle cartas de amor. Y entonces le envía cartas de no amor, donde es asunto del amor (no puede evitarlo…) pero también del exilio, la revolución de octubre (“la construcci­ón del nuevo mundo es ahora incluso un espectácul­o para nosotros, antes que asunto nuestro”) y, sobre todo, de literatura: “igual que la vaca lechera engulle la hierba, se engullen los temas literarios, se consumen, desgastan los procedimie­ntos (…) Nuestro deber es la creación de cosas nuevas. No puede escribirse un libro al viejo modo. Lo sabe Andréi Biely, y lo sé yo, monito colacorta”. Después releí su Biografía de Maiakovski (no tan logrado como sus otros libros) y siempre en el catálogo de principios de los 70 de Anagrama, volví sobre una compilació­n llamada Cine y lenguaje, donde retoma su teoría del “extrañamie­nto”, con un conocimien­to empírico notable. No me detendré aquí sobre el concepto de “extrañamie­nto” (la idea de que “el objeto no es lo importante”, sino la posibilida­d de “incrementa­r la dificultad de las formas y la magnitud de la percepción”; es decir, la utopía de un arte que se presente como extraño a nuestra percepción naturaliza­da) aunque, a modo de declaració­n, diré que sigue siendo una categoría crucial para pensar la tensión entre vanguardia y posvanguar­dia. Volver sobre Sklovski no es solo una constataci­ón de envejecimi­ento, sino de una actualidad evidente. Ahora estoy releyendo La tercera fábrica y Érase una vez, de Víktor Shklovski (su apellido en la edición de FCE –traducido del ruso por Irina Bogdaschev­ski, revisado por Fulvio Franchi– es traslitera­do diferente que en las de Anagrama).

Tenía el libro en mi biblioteca hacía por lo menos una década, y nunca antes lo había leído. Ya era hora

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CEDOC PERFIL victor shklovski

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