Consecuencias impredecibles
Alain Touraine, un sociólogo de 94 años con mente joven, publicó en El País un análisis serio de lo que ocurre. Después de todo, los viejos no somos tan desechables. Dice Touraine que en esta crisis “no hay ni actores sociales, ni políticos, ni mundiales, ni nacionales, ni de clase. Por eso, lo que ocurre es todo lo contrario de una guerra, con una máquina biológica de un lado y, del otro, personas y grupos sin ideas, sin dirección, sin programa, sin estrategia, sin lenguaje. Es el silencio”.
Antes de la hiperconexión era imposible que Wall Street se desmoronara porque una señora hiciera una sopa de murciélago en Wuhan, pero esto ocurrió y seguirá pasando si no tomamos conciencia de que vivimos en un mundo globalizado, en el que todos los problemas de salud, económicos, políticos y psicológicos son parte de un todo indivisible. Algunos estudian la realidad encerrados en su paradigma, creen que todo se explica desde su especialidad. Otros piensan que a las crisis se las puede afrontar sucesivamente: arreglamos la salud, luego la economía y después la política. La gente y sus angustias no aparecen en la lista, ni la hiperconexión, que es la que une y da sentido a todos los aspectos de la crisis.
Como decía Fontevecchia la semana pasada, no existen diferencias entre crisis real y crisis percibida. Si una crisis es percibida, es real, y con eso tienen que lidiar los gobernantes. No es acertado creer que el Covid es menos importante que la gripe que mata a más personas, si se piensa desde una perspectiva holística. Lo real es que por primera vez la humanidad experimenta una catástrofe global y colapsan los sistemas de salud. El Covid desnudó las ventajas y los problemas de una sociedad global que ya existían, en la que vivíamos aunque la mayoría no lo percibía.
JAIME DURAN BARBA*
Alertas. El problema de la pandemia es grave e impredecible. Habíamos recibido varias alertas acerca del peligro de la globalización de las epidemias cuando se presentaron el SARS, la gripe porcina, la aviar, el ébola, pero no las registramos. En el futuro vendrán inevitablemente otros episodios como este si no esbozamos un nuevo orden mundial. No se sabe cuánto durará la pandemia y lo que ocurrirá cuando llegue a países tropicales con mala infraestructura hospitalaria. Parece que al virus también le gusta el calor. Lo que ocurre en Guayaquil puede ser un anuncio de lo que viene en Brasil, Venezuela y Centroamérica. Según el Imperial College de Londres, si en Brasil se tomaban a tiempo las medidas de aislamiento podían morir unas 44 mil personas, la irresponsabilidad de
Bolsonaro matará a más de 1.150.000. Según la Casa Blanca pueden morir entre 100 mil y 240 mil norteamericanos por la pandemia. Son números fríos que asustan. Si esto se produce, tendremos intensos sentimientos de miedo y angustia.
El problema económico que viene es enorme. La crisis de 2008 afectó sobre todo a bancos, inmobiliarias y Bolsa. Esta crisis va a afectar directamente a todos, desde el dueño de una multinacional hasta el que vende taquitos en la calle. En Estados Unidos se perdieron ya 10 millones de empleos. Las previsiones apuntan a que el desempleo llegará al 25%.
La pandemia evidenció las limitaciones de líderes que demostraron no entender los cambios del mundo actual. Thomas Friedman, en su libro Gracias por llegar tarde, había dicho que la mayoría de los seres humanos no tenemos la capacidad de percibir los cambios que se producen debido a su velocidad. Casi todos los mandatarios tienen un problema adicional que explica Robert Owen en sus libros acerca del síndrome de Hubris. La mayoría de ellos se endiosan, se creen infinitamente sabios y poderosos. Hablan de sí mismos en tercera persona, se convierten en “el presidente” y cometen errores que tienen que ver más con su psicología enferma que con su ideología. Donald Trump, Boris Johnson, Andrés Manuel López Obrador, Jair Bolsonaro, Ali Jamenei creyeron ser tan poderosos y asistidos por los dioses, que con su omnipotencia dejaron avanzar al virus de manera temeraria. El hubris necesita un tiempo para desarrollarse, felizmente en Argentina Alberto Fernández había asumido recientemente y conservaba un nivel de sensatez con el que convocó a la oposición y tomó medidas oportunas. Las consecuencias políticas de la pandemia serán enormes. La democracia representativa, que venía tambaleando, y la política de los mordiscos simiescos entre los políticos deberá dar paso a una política basada en la competencia dentro de la confianza mutua, tanto a nivel nacional como internacional.
Las movilizaciones de la sociedad industrial tenían una lógica y se podían procesar. Estaban organizadas por partidos, sindicatos y otras organizaciones que defendían un programa o una tesis. Normalmente invocaban alguna ideología. Se planificaban, participaban grupos que sabían cuántos militantes asistían y medían su fuerza. Tenían líderes que las convocaban, ordenaban replegarse y negociaban en su nombre.
En los 60 el esquema entró en crisis, el Mayo Francés y otras revoluciones juveniles se enfrentaron a los partidos y a los sindicatos. La caída del Muro de Berlín condujo al colapso de las ideologías que ya estaban debilitadas y con la revolución de las comunicaciones