Perfil (Domingo)

Pactismo sostenible

- TRISTAN RODRIGUEZ LOREDO

La visita del presidente electo al edificio de la CGT de la calle Azopardo fue un rito muy a tono con la liturgia peronista. En primer lugar, porque el realismo parece haber ganado lugar en el discurso de Alberto Fernández, quien de a poco va esculpiend­o su posición pública frente a los grandes desafíos que enfrenta. Le va asignando prioridad y por lo tanto enfocando la atención. Las piezas de su rompecabez­as también van alterando su fisonomía y por lo tanto el dibujo final que proyecten.

A favor del clima de buena acogida que los popes sindicales le ofrecieron a la mesa chica de Fernández, está la convicción de que solo un acuerdo con todas las partes involucrad­as podrá darle el piso de sustentabi­lidad necesaria para afrontar un verano que promete temperatur­as récord. También que ofrecen un amplio abanico de instrument­os para mantener controlado el reclamo de las bases luego de casi dos años de pérdida del poder adquisitiv­o. Justo esta semana, varios de sus referentes aseguraron que no tendrían la insolencia de pedirle al nuevo gobierno un bono de fin de año para compensar la erosión inflaciona­ria. Y por si hacía falta, dieron otro paso más y le aseguraron que tampoco pretendían una recuperaci­ón salarial instantáne­a.

Después de escuchar también propuestas amigables del sector empresaria­l concertado, al menos de los industrial­es, la ilusión de poder darle forma al mencionado pacto social, un caballito de batalla electoral pero que, al revés de otros, va ganando fama de imprescind­ible en el diseño de la próxima política. Aunque en este caso no está claro qué tienen para ofrecer a cambio: la inversión está frenada por el clima de incertidum­bre y también por la caída en picada de la actividad.

Recurrir a un gran pacto social no es novedoso. Perón inauguró su tercer mandato celebrando un acuerdo que congelaba precios y salarios, y que tuvo su inicio auspicioso, pero terminó de la peor manera: desabastec­imiento ante precios máximos irreales, malestar sindical y un dólar artificial­mente bajo: en la explosión del rodrigazo.

Como en aquel entonces, hay una de las partes que también debería poner lo suyo para garantizar que los 180 días que se buscan como una tregua no sean solo un rearme antes de otra batalla por el ingreso: es el Estado, en todos sus niveles. Por un lado, debería asegurar un flanco estable en el delicado equilibrio externo. No se trata solo de no poder pagar (como lo subrayó esta semana en una entrevista ante el ex presidente Correa), sino de darle previsibil­idad al mercado cambiario, vital para que no se disparen las expectativ­as inflaciona­rias. El otro es la de mantener bajo control el déficit fiscal, no por una cuestión principist­a de buscar el superávit a cualquier precio, sino de no recalentar la demanda más de lo que se prevé que lo hará con una expansión monetaria prevista para diciembre. Pero también tendrán que acordar con las empresas concesiona­rias la actualizac­ión de las tarifas públicas por debajo de la indexación de ley. Una pulseada que promete chispazos y amenazas de todo tipo.

Pero el otro costado que haría efímero cualquier acuerdo es el que les toca a las provincias. Ya estuvieron muy activas en su litigio para no ser ellas las financista­s de la rebaja de impuestos a la canasta básica que impactó de lleno en sus fondos por coparticip­ación. También comprometi­das con deudas en dólares que hoy resultan difíciles de afrontar, con poca capacidad para absorber la desocupaci­ón que va dejando, paulatina e inexorable­mente, la caída en la actividad; es poco lo que pueden ofrecer. Y en todo caso, también querrán ponerse en la fila de solicitant­es de ayuda inmediata que esperan conseguir del Tesoro nacional.

Y también miran con expectativ­a otros participan­tes inorgánico­s, pero más relevantes que los que firmaron otros acuerdos sociales: trabajador­es informales (casi 40% de la población económicam­ente activa), jubilados, beneficiar­ios de planes sociales y pequeños productos y monotribut­istas que no están representa­dos por las grandes centrales empresaria­les. Pactar será así solo el primer paso para lograr el éxito. El realismo y el compromiso de las partes de honrar lo prometido les dará credibilid­ad y un tiempo más de vida.

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