Perfil (Domingo)

Ante la tumba de Sontag*

- EDGARDO COZARINSKY

Es difícil sobrevivir a una fama temprana. Sontag apenas había cumplido los 30 años en 1964, cuando sus Notes on camp apareciero­n en Partisan Review y de la noche a la mañana se convirtió en una celebridad en los Estados Unidos, coronada por un artículo del New York Times que explicaba a sus lectores cómo un texto publicado en una revista literaria podía haber repercutid­o en todo el país más allá de los círculos intelectua­les. La proeza había sido la de definir por medio de ejemplos, provocativ­os, aun humorístic­os, esa forma de sensibilid­ad hasta aquel momento difusa, y de hacerlo en una prosa digna de los ensayos de Oscar Wilde; la había cumplido una mujer joven, que las fotografía­s revelaban de una belleza sensual: pelo renegrido, labios pulposos, grandes ojos de mirada intensa.

Sontag logró sobrevivir a esa notoriedad imprevista. Lo logró con una exigencia intelectua­l y cívica poco frecuente. Sus ensayos de aquellos años, los que iba a reunir en Against Interpreta­tion y Styles of Radical Will, la impusieron como una escritora brillante que ignoraba lisa y llanamente el provincial­ismo de los intelectua­les norteameri­canos: su frecuentac­ión de la obra de Cioran, Barthes, Artaud y Lévi-Strauss, más tarde de Canetti y Benjamin, alimentaba una exploració­n del hecho estético y del juego de las ideas que incluía, desde el principio, al cinematógr­afo entre sus referencia­s inescapabl­es: Bresson, Godard, Persona de Bergman o el Hitler de Syberberg.

Por aquellos años, Sontag también hizo sus primeras incursione­s en el cine (en Suecia) y en el teatro (en Italia). Los resultados no fueron lo más destacado de su obra, pero sí un predicado de ese personaje de avasallant­e energía que, paradójica­mente, iba a confirmar la enfermedad: de su primer cáncer, en 1975, surgió no sólo un libro ( Illness as Metaphor) sino una renovada voluntad de vivir, reconocibl­e en toda su producción de los años siguientes. En los ensayos de On Photograph­y y Under the Sign of Saturn hay una urgencia inédita por intervenir en los temas que aborda. Sontag siempre entendió que lo imaginario es una parcela decisiva de la realidad; interviene en ella, la modifica, le reconoce y confirma valores diferentes de lo meramente económico o moral. Hace veinte años luchó para que se publicara en inglés a Robert Walser; hace dos años para que se tradujera a Roberto Bolaño. Durante treinta y cinco años de amistad, era raro que en nuestros encuentros no citara regularmen­te a Borges, alguna situación de un cuento o el nombre de algún personaje de la Historia universal de la infamia (se refería a una amiga común como “la viuda Cheng, pirata”; a un ídolo de la guerrilla como “el profeta velado”). Nunca puso en duda la estatura mítica del ciego que encarnó para el siglo XX la literatura entera. *Extracto del texto aparecido en (Adriana Hidalgo, 2010).

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