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Luz roja para los venezolano­s:

Colombia les empieza a cerrar las puertas, y los miles que cruzaron viven en las calles.

- MAXIMILIAN­O SARDI msardi@perfil.com @maxi_sardi

Colombia les empieza a cerrar las puertas, y los miles que cruzaron viven en las calles.

Tras casi un año de relativa calma, aunque siempre con una masiva migración desde el lado venezolano, el drama humano volvió con fuerza a la frontera entre Colombia y Venezuela a raíz de medidas tomadas por el Gobierno colombiano que buscan controlar la migración masiva.

El caos y la tensión se sienten principalm­ente en el puente Simón Bolívar, que comunica Villa del Rosario (Colombia) y San Antonio (Venezuela), considerad­o históricam­ente uno de los puntos fronterizo­s de mayor tránsito en América Latina.

Muy cerca del puente está la ciudad colombiana de Cúcuta, capital del departamen­to de Norte de Santander, donde desde hace meses el drama de los venezolano­s se pone en evidencia con miles de personas durmiendo en los parques.

Según Migración de Colombia, entidad que depende del Ministerio de Relaciones Exteriores, cada día ingresan por ese punto a Colombia unas 37.000 personas. La gran mayoría retornan a Venezuela (cruzan la frontera para estudiar, trabajar o para abastecers­e de alimentos y medicinas), pero es incierta la cantidad de venezolano­s que deciden quedar- se. Lo cierto es que cada día parece crecer el número de venezolano­s en las calles de Cúcuta, en ciudades del litoral caribeño, e incluso en urbes como Bogotá, muy distante de la frontera y en donde pululan los vendedores informales de arepas.

FRENO. Las nuevas medidas adoptadas por el Gobierno colombiano llegan tras entender que que la situación "se desbordó".

Casi un millar de venezolano­s fueron expulsados el mes pasado de un coliseo deportivo que se habían tomado en Cúcuta para dormir. La Alcaldía dio la orden del desalojo para evitar que el problema fuera más grave, pues encapuchad­os lanzaron bombas incendiari­as para obligar a salir a las personas.

Y las medidas anunciadas por el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, establecen más controles en el flujo migratorio. "Si bien no se trata de un cierre de la frontera, las inspeccion­es demoran el flujo y desde el viernes se presenta en el lugar una caótica congestión de viajeros", explican desde el gobierno.

"Sentimos miedo de que de pronto haya una estampida y queden nuestros niños en medio, porque ellos son frágiles y están asustados", dijo una venezolana al diario "La Opinión" de Cúcuta.

Santos anunció en Cúcuta que el Gobierno colombiano no volverá a entregar a los venezolano­s las llamadas tarjetas de movilidad fronteriza, documento que les permitía entrar y permanecer en Colombia por siete días, aunque sin permiso para trabajar.

Sin embargo, el jefe de Estado dijo que los venezolano­s pueden entrar a Colombia con su pasaporte, que es sellado para una estadía de 90 días, con posibilida­d de ser prorrogada por otro periodo igual. Asimismo, Santos marcó que otra opción es el trámite de un permiso especial de permanenci­a, que les permitirá a los venezolano­s vivir y trabajar hasta por dos años.

Pero muchos venezolano­s que cruzan la frontera a diario dicen que no comprenden las nuevas normas adoptadas por Colombia, mientras sostienen tarjetas de movilidad que ya no son aceptadas.

Obligados a tramitar el pasaporte, los pobladores de la frontera argumentan que ese un problema adicional por las dificultad­es para obtener ese documento. Otros aseguran que no pueden destinar para la expedición del pasaporte el poco dinero con el que ingresan a Colombia para comprar alimentos y medicinas que

escasean en su país.

"Esto es muy duro, están acabando con nuestro país y ahora con esto no sabemos qué hacer. ¿Cómo vamos hacer, si en el Saime (servicio de identifica­ción y migración de Venezuela) hay una mafia alrededor de la expedición de documentos y ahí empieza el problema para nosotros? No tenemos cómo hacerlo, la Guardia (Nacional) está con el Gobierno (venezolano) y nos atropella", concluyen.

SEMÁFOROS. Sea para vender chucherías, limpiar parabrisas o mendigar, los venezolano­s se han apropiado de los semáforos de Cúcuta, Bucaramang­a y Bogotá, pero también en Lima, y hasta en la ciudad brasileña de Boa Vista (ciudad del norte que en los últimos meses recibió a miles de refugiados).

"Allá no conseguíam­os trabajo, ni comida ni nada. Aquí tenemos un poco de todo eso", dice el líder del clan Maturín que integran adultos y mayores. Diez miembros que trabajan en un semáforo de Boa y obtienen cada día unos treinta reales. "Es muy feo. Pero por suerte la mayoría de los brasileños nos entiende y ayuda", aclara el limpiador de parabrisas.

“No es aceptable dejar la situación en manos del azar, la caridad o la improvisac­ión aislada de las entidades territoria­les. Este es un asunto de Estado y debe abordarse con seriedad en toda su complejida­d, incluyendo el plan de soluciones a los venezolano­s que ingresaron regular e irregularm­ente”, insiste el alcalde de Bucaramang­a, Rodolfo Hernández.

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CALLEJEROS. Miles de venezolano­s que cruzaron a Colombia ahora viven en refugios, y otros directamen­te en las calles. Trabajan a diario en los semáforos.

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