CINCO AÑOS NO ES NADA

Cinco años no es nada. En las pantallas de la sala de prensa de la santa sede, La Stampa, las cámaras estaban paradas en el balcón, pero después de la fumata, no salía nadie. Habrán pasado cinco minutos cuando apareció Jean Louis Taurino: “Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam. (os anunció una gran alegría tenemos Papa). Para después decir: “Georgum Marium Bergoglio”. A mí me venció la emoción y gritaba: “Sos el papa de los humildes, de los pobres. Ganaron los buenos. Viva el Papa Francisco” al tiempo que besaba la medalla de la Virgen María que él me había regalado. De repente apareció “carucha”, como lo llamaban sus alumnos de Inmaculada de Santa Fe. Carucha, en su versión de Papa, saludaba desde el balcón a un mundo que lo aclamaba y lloraba emocionado. Esa noche no dormí. Al día siguiente me notificaron que Su Santidad me invitaba al besa mano. Los elegidos éramos muy pocos. El Papa ya hacia “la gran Bergoglio”: no usó la cruz de oro que llevaban los cardenales y papas, ni la capa roja. Tanguero, de ninguna manera aceptó la capa de armiño; dicen que dijo: “Acá se terminó el carnaval”. Después de tantos días juntos. Vivencias. La palabra “adiós” me pellizcaba la lengua y aguanté para no pronunciarla. Sabía que iba a regresar a Roma para peregrinar con él.

Tenía que volver a Buenos Aires. Afiné la memoria como si fuera un piano. La memoria comenzó a gobernar mi vida diaria, fui construyendo un edificio para guardar los elementos que quería recordar. Al día de hoy nos vemos no menos de seis veces al año. Sigo dejando testimonio de cuanto hace en los medios. Lo mejor es que a mí como a los chicos, mi amigo, el padre Jorge, me enseñó a leer el Evangelio, rezar a San José y a dejar a Dios trabajar de Dios.