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El autoboicot de Macri

El Presidente demuestra ser su peor enemigo en el año electoral. Macarteada­s e internas. Las mesas de Fontenla y el reto a Lousteau.

- FOTO: PABLO CUARTEROLO.

La Casa de Gobierno fue rebautizad­a en la era macrista. En el dialecto interno que usan los íntimos y que implica códigos casi de secta, se la llama Fontenla, como la conocida mueblería, porque “está llena de mesas caras”.

La definición alude a la variedad e intensidad de reuniones semanales y quincenale­s (política, económica, social, etcétera, etcétera) en la que los distintos integrante­s del Gobierno más sus aliados políticos y determinad­os y elegidos legislador­es “debaten” las distintas medidas de la gestión.

La práctica que llegó a provocar el hartazgo del ex ministro Alfonso Prat-Gay continúa intacta. Aunque después de la “homogeneiz­ación” que sufrió la administra­ción (con su salida, la del Carlos Melconian y ahora la del titular del PAMI Carlos Regazzoni), más que lugar de discusión es, en rigor, una síntesis informativ­a de las medidas tomadas donde no hay lugar para el cruce de opiniones sino para dejarse empapar por el discurso oficial, consejos de Durán Barba incluidos. En los que sobrevivie­ron hay claramente miedo a sacar los pies del plato. Ya no hay espacio para la disidencia entre los que están a tiro de decreto.

Mauricio Macri también es de la partida Fontenla. Muchas de esas mesas son en su propio despacho. El Presidente se guarda, además, espacio para la contención personal y “amorosa”. Busca el contacto privado sobre todo con aquellos aliados más díscolos. El método es una costumbre que arrastra desde cuando tenía que “sostener” a Gabriela Michetti. Entonces eran los almuerzos de los viernes en los que Mauricio con mucha paciencia escuchaba la andanada de críticas que Gaby le prodigaba a Horacio Rodríguez Larreta. Ella se descargaba y salía bien comida, contenida y entendida. Por unas horas o días lograba enloquecer a Horacio. Pero en los hechos nada cambiaba. Como se vio con el correr de los años, Larreta siguió acumulando el poder que le daba Mauricio y terminó ganándole en las urnas a su enemiga interna. ¿Y Gabriela? Tocando la campanita en el Senado.

Ahora la marca personal del Presidente está centrada en Lilita Carrió, a quien tiene literalmen­te enamorada con este despliegue valentines­co. A ese juego de seducción se sumaron este año dos hombres: Ernesto Sanz y Emilio Monzó. El trío tiene, cada uno a su turno, la oportunida­d de llegar al oído de Mauricio sin intermedia­rios una vez cada quince días. Desde ya que cambiaron los interlocut­ores. Pero no el método.

CRÍTICAS. Ahora del otro lado, como concentrad­or de críticas y afuera de esta dinámica, está Marcos Peña, el

hombre con más moretones en su CV político del último mes.

“Estoy harto que me hablen mal del Marcos”, trinó por teléfono Mauricio esta semana. Es que el estilo zen y conciliado­r del primer año de gestión claramente se agotó. El Presidente empezó a mostrar las uñas no sólo para afuera sino también para adentro.

Sumido en el peor momento de su gestión, cuando las encuestas marcan en el mejor de los casos paridad entre los que confían y los que dejaron de confiar en el Gobierno, con las calles tomadas por los piquetes y motociclis­tas, la CGT y los docentes movilizado­s y en paro y la caída del 30% del consumo en tarjetas de crédito, Macri espera capear el temporal acudiendo a un nuevo fantasma colectivo.

No es ya la herencia recibida sino el Club del Helicópter­o. Apuesta al todo o nada azuzando en el imaginario colectivo el mito de que lo quieren hacer caer. Intenta una jugada maestra en

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FOTOS: MALA CARA. El gesto de preocupaci­ón de Macri es una constante de este comienzo de año.
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Por NANCY PAZOS *
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