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El plan para jubilarse

No quiere morir siendo Papa y tiene decidido un retiro en la Argentina. Confesione­s a sus amigos. El obstáculo Ratzinger.

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Hasta

la muerte. Como en una clásica canción de cancha, los obispos de Roma tienen que quedarse en su cargo hasta el último aliento. Así fue en casi todos los casos: salvo contadísim­as excepcione­s, los 265 sucesores que tuvo San Pedro lideraron a los cristianos del mundo mientras estuvieron con vida. Pero todo parece indicar que Francisco, el cura del fin del mundo que jamás tuvo problemas para salirse del guión, está convencido de emular a su antecesor y sacarle así la lengua a la Historia. De la misma manera que Benedicto XVI, el Sumo Pontífice va a esperar el llamado de Dios sin la sotana blanca puesta.

La alarma la prendió el propio vicario de Cristo, cuando el último día de septiembre lanzó un video de 11 minutos dedicados exclusivam­ente a su país de origen, donde aseguró que por culpa de una cargada agenda no podría visitar Argentina este año ni el siguiente. Aunque les dedicó algunas caricias a los fieles de su patria –“sigo siendo argentino... no saben cuánto me gustaría volver a verlos”–, la noticia cayó como un duro golpe entre quienes aguardaban el regreso de Su Santidad al suelo que lo vio crecer. Y, además, encendió una duda: ¿volverá Francisco alguna vez? “Nunca como Papa”, fue la respuesta que le dieron a NOTICIAS varias fuentes, amigos y sacerdotes, muy cercanos a él.

El propio Francisco había dado un indicio a principios del 2015, cuando dijo en una charla con periodista­s que tenía “una sensación, un poco vaga”, de que su papado iba a “ser corto”. Hoy, entre quienes lo conocen desde que era Bergoglio, ya no hay dudas: Francisco no tiene planeado morir en el sillón de San Pedro.

LA ABDICACIÓN. “Nadie quiere terminar como Juan Pablo II. Cuando Francisco sienta que no le da el cuerpo para más, va a dar un paso al costado”, asegura un amigo que lo conoce desde hace décadas y que sigue en contacto con él. Sus amistades, tanto laicos como eclesiásti­cos, coinciden en que el ejemplo de Wojtyla, quien fue Papa hasta su agónica muerte a los 84 años –en sus últimos años, dicen desde el Vaticano, lloraba del dolor luego de los esfuerzos que le ocasionaba apare- cer en público–, marcó un antes y un después en la Iglesia moderna y en especial en Francisco. “Él no va a soportar que lo tironeen y que decidan por él: este Papa no es así”, afirman sus conocidos.

El actual Sumo Pontífice tiene ya 80 años. A pesar de que es una de las personas que más viajó siendo Papa, y que se muestra muy vital y participat­ivo en todo lo que hace, es evidente que está llegando a un punto donde la biología humana impone ciertos límites. Por más que Bergoglio esté más cerca de Dios que cualquier otro, él también siente el desgaste del paso del tiempo. Sus principale­s dolores, aseguran desde el Vaticano, provienen de una malformaci­ón que siempre tuvo en los pies –usa desde hace mucho tiempo plantillas alemanas que combina con unos zapatos especiales–, aunque ahora las afliccione­s habrían disminuido gracias a una rigurosa dieta que lo hizo perder peso.

Pero la edad no sería el único factor que llevaría a Francisco a una abdicación. Para un Papa que hace del discurso y de la política una de sus principale­s banderas –para instaurar en el mundo la “cultura del encuentro”, de la que habla cuando tiene la oportunida­d–, ser puenteado y sobrepasad­o por los sectores de la Iglesia que no le responden, como le ocurrió a Juan Pablo II en sus tiempos finales, sería intolerabl­e. “Todos pensamos en la posibilida­d de una renuncia, no en el sentido de

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