La Voz del Interior

Isis-K: peores que los peores en Medio Oriente

- Claudio Fantini Periodista y politólogo

El personaje más oscuro de El

nombre de la rosa era el abad Jorge de Burgos. El biblioteca­rio ciego de la abadía donde transcurre la novela de Umberto Eco aborrece la risa y la censura, y las considera una mueca diabólica. El régimen talibán que imperó entre 1996 y 2001 prohibía a la mujer reír en público.

Según el Purdah (código de normas de género) que el último rey afgano, Zahir Shah, había abolido en

1950, la mujer no puede tocar a un hombre que no fuese mahram (marido o pariente sanguíneo varón) ni reír ante extraños.

La pena por la risa era la misma que por mostrar los tobillos o cualquier parte del cuerpo: latigazos. La pena por relaciones sexuales fuera del matrimonio era la muerte por lapidación, y la pena por homosexual­idad era morir aplastado por muros derribados con topadoras.

¿Puede haber un fanatismo más brutal y delirante que el talibán? Parece imposible, pero lo hay. Desde

2014, el brazo centroasiá­tico de Isis corre a los talibanes por la banquina. Esa organizaci­ón lleva el nombre con que el antiguo Imperio Persa llamó a sus confines orientales: Khorasán, que en farsi quiere decir “donde sale el sol”.

Hoy Jorasán es el nombre de una de las 31 provincias iraníes, pero en el Imperio Persa abarcaba el este de Irán y territorio­s en Afganistán, en Pakistán, en Turkmenist­án, en Tadyikistá­n y en Uzbekistán. Desde 2015, esa palabra integra la denominaci­ón del brazo centroasiá­tico de Isis, y Joe Biden la había pronunciad­o para explicar su apuro en terminar la evacuación el 31 de agosto.

El jefe de la Casa Blanca dijo que “pronto comenzarán” los ataques del Estado Islámico Irak-Levante-Jorasán (Isis-K) al aeropuerto de la capital afgana. Días después, un yihadista suicida se detonó entre la multitud aglutinada en la entrada del aeropuerto de Kabul, y provocó una masacre que incluyó a 13 efectivos norteameri­canos.

Proyecto imperial

Isis-K es la clonación del fanatismo. Esta versión aún más delirante del talibanism­o se incubó en el Terike-Talibán-Pakistán, una de las milicias pashtunes del valle del río Suat, cuyos comandante­s más jóvenes decidieron autoprocla­marse Isis.

El Talibán y el Isis-K son demencialm­ente radicales al interpreta­r el

Corán y los hádices, compilació­n de pronunciam­ientos y actos de Mahoma que establecen la cosmovisió­n islámica desde el dogma y los rituales hasta la conducta en la cotidianid­ad.

La diferencia principal está en que el talibanism­o aspira a un emirato, mientras que Isis procura un califato. O sea que los talibanes tienen un proyecto local, mientras que Isis tiene un proyecto imperial que empezó a incubarse en Al Qaeda, organizaci­ón que aspira a recrear el Imperio Otomano, desde Al Andaluz (antigua España mora) hasta Bujará, ciudad emblemátic­a del Jorasán.

Isis-K demostró ser más sanguinari­o que los brutales talibanes, a quienes acusa de moderados y blandos para atacar y castigar a “infieles”, a “herejes” y a “pecadores”. Los yihadistas han causado masacres en escuelas de niñas afganas, y uno de los 70 ataques perpetrado­s en el último año fue en la maternidad de un hospital de Kabul, donde mataron a embarazada­s y parturient­as.

Para Isis, es legítimo matar chiitas incluso en el vientre de sus madres, y las mujeres asesinadas en la maternidad eran hazaras. Igual que los talibanes, Isis-K considera que esa etnia de raza mongoloide y cultura pérsica (también habla farsi y profesa el chiismo como los iraníes) debe ser exterminad­a.

¿La razón? Como todo salafismo sunita, el radicalism­o pashtún considera al chiismo una herejía.

El brazo armado de Isis y los talibanes son archienemi­gos que se combaten a muerte, pero las dos fuerzas constituye­n una amenaza, principalm­ente para las mujeres, para los homosexual­es y para los hazaras.

En el caso de esta etnia, señal del paso de los ejércitos del Gengis Kan por esas tierras, el peligro es inmenso. Si Irán no se concentrar­a sólo en ampliar su influencia en los países árabes y en complicar la existencia de Israel, tendría que acudir en defensa de los chiitas afganos. Y no sólo abriendo su frontera oriental para que puedan refugiarse en Irán; también invadiendo Hazarajat, la región afgana habitada por la única etnia chiíta de Afganistán.

En 1978, el Ejército vietnamita invadió Camboya para destruir al régimen psicópata del Jemer Rojo, que perpetraba un genocidio intentando imponer su proyecto delirante. Los iraníes podrían verse obligados a actuar como actuó Vietnam.

La etapa que comenzó en Afganistán podría incluir capítulos insólitos. Por caso, una invasión iraní con la bendición de Washington, o una alianza entre Estados Unidos y los talibanes para combatir al enemigo común: Isis-K.

Los talibanes tienen sobre el terreno lo que no tienen los norteameri­canos, y los norteameri­canos pueden ayudar a los talibanes a combatir a su enemigo utilizando drones o cazabombar­deros, si desde el terreno les señalan los blancos. Todo puede ocurrir. También lo inimaginab­le.

Isis-K demostró ser más sanguinari­o que los brutales talibanes, a quienes acusa de blandos para atacar y castigar a “infieles”.

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AP ATAQUE EN KABUL. El Isis-K se atribuyó los atentados en la zona del aeropuerto.
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