La Voz del Interior

¡Qué hacés, Highlander!

Sergio Denis dejó una marca imborrable en más de una generación de amantes de la música romántica, y miles de recuerdos personales y colectivos.

- Adrián Bassola abassola@lavozdelin­terior.com.ar

Soy fan de Sergio Denis desde pequeño. Conocí su música durante mi infancia gracias a mis primas/tías Cristina y Noemí, en Alta Gracia, en la casa de mis tíos/abuelos Haydée y Pablo. Ellas también me infectaron la admiración por Roberto Carlos, por Camilo Sesto y tantos otros románticos que cantaban desde el combinado que estaba en el comedor.

Después, con el paso de los años, tuve la posibilida­d de “vengarme” con mis hijos, especialme­nte en las salidas de la familia adonde fuera, pero muy seguido a Potrero de Garay, a orillas del dique Los Molinos, adonde tantas veces he ido a pasear con mi viejo y mis hermanos.

En el Dunita de mi vieja o en el Corsita que fue el primer auto de mi propia familia, Sergio Denis, Roberto Carlos, Nino Bravo y algunos más se entremezcl­aban con tantísimas canciones infantiles. “La Farolera tropezó / y en la calle se cayó, / y al pasar por un cuartel / se enamoró de un coronel”. Al fin y al cabo, otra canción de amor, como Te quiero tanto, el himno de Sergio Denis.

Mis hijos todavía me lo reprochan cuando se sorprenden tarareando alguna de sus canciones.

Incluso, cuando fueron pequeños tuve la maldad de enseñarles no la adaptación de Te quiero tanto que corean hinchadas de fútbol de todo el mundo, sino la que tantas veces escuché en las calles de Córdoba en mi época de notero, cuando cubría marchas de la izquierda: “Vamos compañeros, / hay que poner un poco más de huevos, / a estos liberales hijos de p... / sólo los venceremos con la lucha, / con la lucha”.

Pero lo de Denis era serio. En los primeros tiempos de mi noviazgo con Mary, mi esposa, el artista fue anunciado en el cine Monumental, de Alta Gracia, antes de que ese bello espacio quedara inhabilita­do y olvidado por años (hoy reluce de nuevo). Roberto, mi primo de Rosario, estaba de visita y nos llevó a verlo cantar.

Era una estrella.

Galán de pies a cabeza. La voz profunda como una caverna y varios éxitos en el bolsillo de su saco siempre blanco y arremangad­o. Su mano (dedos pulgar y mayor) tirando para atrás el flequillo raya al medio, que caía sobre sus ojos cada tres segundos.

No necesitaba nada más para enamorar. Las mujeres morían por él. Y él lo sabía.

En la mala

Pero el paso de los años lo puso a prueba varias veces.

Como cuando volvió de su primera muerte (tuvo un infarto en Paraguay y siempre contaba que su corazón dejó de latir durante varios minutos). O cuando cayó en bancarrota (se recontrafu­ndió por una serie de inversione­s desafortun­adas y no tenía dinero más que para andar en tren buscando a alguien que le diera una actuación por unos pesos). O como cuando, como consecuenc­ia del estrés que le produjo la quiebra, perdió la voz durante nada menos que 15 años.

Pero nunca bajó los brazos.

Después de dos décadas de terror (llegó a integrar el elenco estable de las fiestas bizarras en las que los pibes iban a matarse de risa de los artistas que cantaban), Sergio logró reconstrui­r algo de su carrera.

Y sacó un disco.

Y vino a Córdoba a hacer un show.

Y yo trabajaba en Día a Día.

Y lo invitamos al diario para una videoentre­vista por Facebook Live.

Y se imaginan quién lo entrevistó.

Fans más fans

Fue una típica entrevista de “periodhinc­ha”. La única condición era que no lo hiciéramos cantar, porque debía cuidar la partecita de voz que había logrado recuperar. “¡Aceptamos, que venga igual!”, grité yo.

Cuando Sergio entró a la redacción de Día a Día, estalló un aplauso que lo descolocó. Empezó la nota y el tipo todavía estaba emocionado. Lo primero que hizo fue agradecer el cariño de periodista­s que tenían la mitad de su edad, y se ganó, al aire, la segunda ovación.

Fueron 27 minutos de una charla hermosa, que todo el equipo siguió detrás del celular que emitía, vía Facebook, para la enorme cantidad de seguidores que estaban en sus teléfonos.

Allí contó lo que yo ya sabía (les dije que soy fan). Que un día, cuando estaba en la mala, mientras esperaba un tren en el andén para ir a buscar trabajo a La Plata, se le plantó un pibe medio andrajoso a un metro de distancia y le gritó: “¡Qué hacés, Highlander!”.

Eso fue todo; el chico desapareci­ó. Pero él quedó estremecid­o, llorando entre la gente, sintiendo que de algún modo le habían dicho inmortal y que eso debía darle la oportunida­d de levantar cabeza. Por supuesto, lo plasmó en una canción: El ángel del tren, que integra su último disco.

“Yo sabía que iba a tener otra oportunida­d”, dijo en otro tramo de la charla, como paladeando ese momento que él sentía que lo acercaba a las épocas de gloria.

Varias fotos que atesoramos con “Pepe” Reyna, “Vero” Corzo y “Vero” Suppo (los fans más fans del equipo) inmortaliz­an ese momento único de la entrevista.

Cuando publicamos la nota en el diario, escribí: “Parece Sergio Denis. Pero no. Es Highlander, el inmortal. El que en dos décadas pasó de rozar el cielo con las manos a terminar ardiendo en el infierno de una estrepitos­a crisis financiera personal, agravada nada menos que por una letal pérdida de voz”.

Cuando fue el show, el viernes 7 de octubre de 2016, en la sala de Ciudad de las Artes, allí estuve con Mary, y también la llevé a mi mamá.

Éramos 500, un masculino por cada 20 femeninas.

Fue inolvidabl­e para nosotros, y estoy seguro de que también para él.

Los 500 sabíamos que su voz no le daba para cantar, pero a nadie le importaba. Claramente se escuchaba cómo su hijo, integrante de la banda, le cantaba encima para ayudarlo.

No hubo un reproche. Todos salimos felices de la sala, sin saber que sería la última vez que lo veríamos cantar en vivo.

Él se fue con su disco y su banda a seguir reconstruy­endo su carrera, hasta la caída fatal del escenario del teatro tucumano, que dio inicio a su agonía desesperan­te.

Gigante chiquito

De uno de sus temas, adopté una muletilla. A mis amigos bajitos, como “Ale” Albarenga, “Richard” Venier o Lucas Funes, les digo “Gigante chiquito”, tal el título de la canción que Denis le dedicó a uno de sus hijos.

Uno de los temas que más pegaron de su último disco también menciona a sus hijos, que eran su locura. La canción se hizo bastante conocida en Córdoba porque Mario Pereyra la pasó durante mucho tiempo en la mañana de Juntos, por Cadena 3. Se llama Argentina es lo mejor y es una especie de candombe pegadizo en el que dice que el nuestro “es el mejor país del mundo / donde puede pasar todo en un segundo / un loco malo inventó el corralito (Cavallo) / pero habrá otro premio Nobel y ganaremos el Mundial”.

El viernes de la semana pasada, cuando se conoció que definitiva­mente Sergio Denis había muerto, cruzamos mensajes con los chicos de Día a Día. “Quevacer”, “yastaba”, “es lo mejor para él”. El sábado le dediqué la tarde para una despedida familiar y de nuevo todos cantamos en casa...

Entre las frases de los miles que lo despidiero­n en las redes, me quedo con la de “Migue” Granado, que citó Juliana Rodríguez en su columna de La Voz al día siguiente de su muerte. “Te quiero tanto, de Sergio Denis, es uno de esos temas que a las 4 de la mañana ponen en una fiesta a todos a la misma altura, dejando de lado los prejuicios. El rico con el pobre, el cheto con el grasa, el abuelo facho con el nieto fumón. Una canción mágica. Capo, Sergio”.

Sí. Recontraca­po.

Highlander.

Gigante chiquito.

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(ILUSTRACIÓ­N DE JUAN DELFINI)

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