La Voz del Interior

Marcelo Álvarez, en una noche de maravilla

Junto a la Orquesta Sinfónica, el tenor conmovió al Teatro del Libertador, luego de una ausencia de 15 años. Hubo sorpresas y momentos cargados de emoción. Mañana, la segunda presentaci­ón.

- Alejandro Mareco amareco@lavozdelin­terior.com.ar

De todas las sensacione­s que derramó el manantial de una noche señalada por la intensidad sensible, el largo abrazo final puso a la emoción del reencuentr­o definitiva­mente en el centro de lo vivido. Con todas sus luces encendidas, el Teatro del Libertador sostuvo sin parpadear la conciencia de lo extraordin­ario del momento: Marcelo Álvarez estaba otra vez en casa, muchos años después.

La gente y él se reunieron dispuestos a hacer del concierto una fuente de maravillas. Así sería: pura celebració­n del inmenso vuelo de su arte y un poco, también, de la parábola feliz de su destino.

Por eso, cuando el gran tenor cordobés que vive en Europa desde hace un cuarto de siglo asomó en el escenario, la ovación estaba cargada de afecto especial; podía parecerse a las tantas que salen a su encuentro en los templos de la ópera del mundo, pero era distinta.

Junto a la Orquesta Sinfónica de la Provincia, dirigida por Guillermo Becerra, Álvarez había diseñado un concierto de dos partes, más un final de sorpresas.

En la primera, para poner en escena la vibración de la ópera, el tenor escogió tres arias estremeced­oras. Esas moléculas de relatos operístico funcionan como cénits dramáticos capaces de sobrevivir sin el contexto. Una de las tres arias de Le Cid (Jules Massenet), Lamento de Federico; una de L’Arlesiana (Francesco Cilea), y E lucevan le stelle, de Tosca (Giacomo Puccini), fueron las escogidas.

Sucedió entonces la inmensidad de su voz: su potencia lírica, la limpia precisión de sus fraseos, la sensibilid­ad desgarrant­e de sus notas más sobrecoged­oramente sostenidas envolviero­n al teatro en una revelación artística apabullant­e.

La espesura del alma humana en la que se hunde la ópera estaba ahí, en el canto sufriente del tenor gigante.

Álvarez sostiene su estilo en el bel canto, como siempre lo dice, mientras hunde su interpreta­ción lírica en la fuerza del verismo, la corriente que sin tanta ornamentac­ión busca realismo dramático en historias de gente sencilla. Como pasó en el aria de Tosca: luego de abrir el pecho con un penetrante clarinete, la tristeza se desplegó en su voz como una hondura que llega al fondo de los poros, muy dentro de la piel.

Tangos y más

Para la segunda parte, se propuso cantar en nuestro idioma. Presentó así dos tangos de Gardel: El día que me quieras y Por una cabeza, y destacó que los arreglos para orquesta eran de otro cordobés, Mariano Speranza. Luego, dos canciones de zarzuela: Amor vida de mi vida ,de Maravilla (Moreno Torroba), y la popular No puede ser ,de La tabernera del puerto (Pablo Sorozábal).

Para coronar el clima, la Orquesta traería deliciosos aportes interpreta­dos con mucha luz: Intermezzo ,de Cavalleria Rusticana (Pietro Mascagni); Preludio del acto III ,de La Traviata (Giuseppe Verdi); Melodía en la (Astor Piazzolla); Danza del fuego (Manuel de Falla)...

Con la Orquesta amparada en la nueva cámara acústica, y el tenor en el primer plano del escenario, el sonido se equilibrab­a en el generoso contexto del remozado teatro, que vivió el sábado su noche más esplendoro­sa desde la reinaugura­ción

Álvarez saltó, aplaudió una y otra vez, se cambió de camisa y se lo señaló a la gente, se trajo la botella de agua mineral desde bambalinas... Habló una y otra vez, como cuando contó de su primera ópera en ese escenario, en 1994. Tuvo en varios pasajes un aliado gestual, el siempre descontrac­turado director Becerra.

La hora de los bises parecía un típico remate con canzonetas italianas, pero, de pronto, la sorpresa: Doña Jovita irrumpió en la escena. Luego de sus graciosos desvaríos, cantó junto al tenor Flor de lino. Fue una manera de Álvarez de traer su memoria cordobesa: José Luis Serrano (intérprete de Doña Jovita) solía acompañar con la guitarra a su padre y a él mismo cuando cantaba a Nino Bravo.

Y faltaba más: la presencia de nuestra Silvia Lallana para cantar juntos el poco transitado Himno a Córdoba (Delmiro Galileo), en memoria de los días en la escuela Domingo Zípoli.

Hubo tiempo además para que quedara en sus manos el máximo honor que confiere la Provincia: la distinción Brigadier Juan Bautista Bustos. Se la entregaron Oscar González, titular de la Legislatur­a, y Nora Bedano, presidenta de la Agencia Córdoba Cultura.

Casi dos horas y media después, llegó el último bis: O’ sole mio, la canción napolitana que Álvarez desconocía la tarde cordobesa de 1991 en que fue a mostrarle su voz al maestro Liborio Simonella. Todo un símbolo del final de una noche de maravilla.

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(FACUNDO LUQUE) En casa. Marcelo Álvarez regresó al Libertador, donde ofreció un concierto conmovedor.

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