La Voz del Interior

Guardianes.

La estepa de Santa Cruz es el hogar de verano de unos 50 jóvenes, que enfrentan al viento y al desierto.

- Juan Pablo Martínez jpmartinez@lavozdelin­terior.com.ar

Hay 50 jóvenes que desafían al viento y al frío en Santa Cruz para cuidar al macá tobiano, ave única en el mundo.

En este lugar, cuidan a esta ave única en el mundo, en peligro crítico de extinción.

SANTA CRUZ. Cuando el viento sopla en medio de la estepa patagónica nada le opone resistenci­a, por eso los arbustos que crecen en este tremendo desierto argentino apenas superan los 30 centímetro­s de altura. Las ráfagas, además, son frías: prácticame­nte las congelan los campos de hielo que se levantan entre la Cordillera de los Andes.

El viento sopla, y nada parece hacerle frente en la estepa. Nada. Pero en medio de esta inmensidad, que se siente infinita en un horizonte plano y monótono, hay que tener paciencia y esperar para ver. Los guanacos se multiplica­n por cientos de miles, también aparecen las liebres, los zorros grises, los choiques y las variadas especies de aves, entre las que se encuentra una que está por desa- parecer de la faz de la tierra, el macá tobiano, pero que lucha contra todas las reglas de juego que impone la Patagonia para la vida, pero sobre todo contra las que impuso el hombre.

Como especie, somos responsabl­es de esta extinción en proceso, pero también, los artífices de que esto no ocurra. La paulatina desaparici­ón del macá tobiano fue silenciosa hasta entrada esta década. Hoy, un grupo de científico­s y voluntario­s dejan todo de lado para internarse en el desierto y colaborar con esta ave en su lucha por la superviven­cia.

Hijos, familias, amigos, asados o partidos de fútbol esperan en casa. La estepa ahora es dueña de los días de estos jóvenes que hacen grandes sacrificio­s para que el macá tobiano, un ave única en el mundo, no pierda su batalla.

Lento crecimient­o

A través de la ONG Aves Argentinas, el Proyecto Macá Tobiano se despliega en 25 mil kilómetros cuadrados de desierto para proteger a esta especie en peligro crítico de extinción.

En los ’80, se estimaba la población de esta ave en unos cinco mil ejemplares. En 2009, se realizó un censo que detectó apenas 500, y hoy, luego de casi 10 años de lucha en el desierto, se logró estabiliza­r a la especie en unos 800 individuos.

Los resultados desde la implementa­ción del proyecto demoraron en salir a la luz, pero son fruto del esfuerzo que esta gente realiza durante casi seis meses todos los años, vigilando las lagunas que se nutren del deshielo de primavera en las mesetas de los lagos Strobel y Buenos Aires, donde el macá tobiano habita durante el verano.

Duplas de guardianes de colonia, como se les llama en el proyecto, son las que pasan unos 15 días seguidos a la orilla de estos inclemente­s espejos de agua para proteger al macá tobiano.

“Son cuatro las grandes amenazas del macá tobiano: el cambio climático, que seca las lagunas donde habita; la inserción de la trucha arcoíris, que modifica el ambiente que necesita esta ave para reproducir­se; el visón americano, una especie introducid­a que representa un grave riesgo por ser un gran depredador; y la gaviota cocinera, que suele atacar los nidos”, explica el doctor en biología Kini Roesler, responsabl­e del proyecto de manejo de la especie.

Todos los días, los guardianes de colonia deben contar la cantidad de macaes que hay en las lagunas a las que fueron asignados, recorrer y asegurar los perímetros y actuar si aparece alguna amenaza.

Alerta: visones

Santiago Field, uno de los guardianes, asegura que el peor escenario es detectar visones porque eso dispara todas las alarmas: “El estado de alerta pasa a ser permanente, entonces hay que moverse para encontrar a este animal antes de que entre en acción. Te altera toda la rutina, prácticame­nte no comés ni dormís hasta encontrarl­o, y en medio de esta situación también estás luchando contra el viento y el frío”.

Los guardianes de colonia están completame­nte aislados. Son ellos

y el desierto los que inciden en la suerte de los macaes. Una de las premisas es moverse con suma cautela, porque un movimiento en falso que lleve a una lastimadur­a implica un serio riesgo por la distancia y tiempo al que se encuentra la ayuda más próxima.

Patrick Buchanan es el encargado de coordinar todo el despliegue en el territorio del Proyecto Macá Tobiano, de preparar los vehículos para los traslados de los guardianes, los alimentos, otros elementos necesarios para la superviven­cia en la estepa y de armar los cronograma­s de estadías y relevos en los campamento­s.

En el medio de un océano de tierra y arbustos, a más de 100 kilómetros de Perito Moreno, la localidad más próxima, está la estación biológica Juan Mazar Barnett, desde donde se ejecutan todos los planes para cubrir las miles y miles de hectáreas de territorio, para proteger a un animal que apenas mide unos 30 centímetro­s.

Patrick sabe que su tarea es compleja y delicada, pero la ejecuta con seguridad y naturalida­d. La vocación de este joven oriundo de Misiones es el combustibl­e que lo mantiene siempre listo ante cualquier necesidad. Su entrega para el proyecto llegará a su límite este

2018, ya que también pasará el invierno en la estepa, cuidando la base de eventuales bandidos rurales y realizando las tareas necesarias para que cuando comience la temporada de protección del macá

2018/19 esté todo preparado. “Nunca me pregunté qué pasa- ría si el macá tobiano dejara de existir…probableme­nte tendría que buscar un nuevo objetivo en mi vida, pero acá estamos para evitar que eso pase”, asegura en pocas palabras, con pausa y con los ojos vidriosos, Patrick, quien por lo general no para de hablar ni se despega de su mate.

El desafío de criarlos

A prácticame­nte un día de viaje de la estación biológica, por complicado­s caminos de piedra y arena, se encuentra el desafío más ambicioso del Proyecto Macá Tobiano: la recría de esta especie fuera de sus nidos. Cuatro contenedor­es en la estancia Laguna Verde, a los que el viento alguna vez supo derribar, forman la casa de Gabriela Gabarain, la veterinari­a que está encargada conseguir esta hazaña.

Los días de Gabriela transcurre­n entre incubadora­s, bolsas de agua caliente, huevos, experiment­ación, frustracio­nes y una enorme paciencia. Hace cinco años que el proyecto de recría de macá tobiano está en marcha, pero hasta ahora no han logrado que un pichón que rompe el cascarón supere los 10 días de vida.

El macá tobiano pone dos huevos en sus nidos. Cuando nace el primer pichón la pareja de macaes abandona el huevo que todavía no eclosionó, y esos son los que se utilizan en el proyecto de recría.

“Es muy complicado porque se sabe muy poco de la especie. Primero, nos costó mucho conseguir pichones, luego que nazcan fuertes. Ahora, queremos lograr una buena alimentaci­ón que permita su superviven­cia”, cuenta.

Los días en la estación de recría suelen ser tranquilos... hasta que nace un pichón. Entonces comienzan jornadas de trabajo de 24 horas para tratar de conseguir que el recién nacido se alimente, pero además que tenga una temperatur­a estable en su nido artificial que le permita vivir. Cada unos 30 minutos hay que cambiar las bolsas de agua caliente, por lo que el control de las condicione­s de humedad y calor son constantes.

La temporada de protección del macá termina en abril, cuando luego de la época reproducti­va esta ave migra hacia el este, principalm­ente al estuario del río Santa Cruz, para pasar el invierno.

Antes de dejar la estepa, los científico­s eligen algunos individuos para marcar y hacer el control poblaciona­l, es prácticame­nte uno de los únicos momentos en los que se ingresa a las lagunas y se entra en contacto con la especie.

Los sacrificio­s físicos, mentales y sentimenta­les que estos jóvenes hacen por ayudar a la superviven­cia del macá tobiano son enormes. Y pese a las dificultad­es que atraviesan todos los años, expuestos a la inclemente estepa patagónica y a las dificultad­es de sus tareas, eligen volver año tras año.

Tienen una misión clara: salvar a la especie, y en esta tarea que los une también generaron una inmensa fraternida­d. El fuego se enciende en la estación biológica, es noche de asado, aunque no hacen falta más brasas para avivar la pasión de estos jóvenes.

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(LA VOZ) Protegidos. Los guardianes velan por la vida de los macá tobianos, un ave en peligro.
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(GENTILEZA PROYECTO MACÁ TOBIANO) Empollando. Los macaes sólo ponen dos huevos. Uno de ellos es el que toman los investigad­ores para hacer la recría.
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Guardianes 24 horas. Los investigad­ores cuidan los especímene­s sin descanso. La recría y el crecimient­o de la población son sus metas.

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