Rumbos

El nene no “me” come

- POR NATALIA FERRERO Lic. Prof. en Psicología, Oncativo, Córdoba. Sabé más sobre vos mismo en www.rumbosdigi­tal.com

Cada vez que me convoca algún asunto sobre infancia, recuerdo las palabras de Beatriz Janin, gran psicóloga argentina: “Hablar de niños es hablar de constituci­ón, de desarrollo, de estructura­ción subjetiva”. Estructura­ción signada por otros, en un devenir en el que se van tejiendo experienci­as conjuntas. Desde que el niño nace, habrá que ir creando espacios para la vivencia de deseos y también para los inevitable­s “no”.

La alimentaci­ón no escapa a esta mirada; y los adultos jugamos un rol de suma importanci­a al involucrar­nos en un proceso que es biológico y afectivo. Cuando el niño se alimenta, no solo está incorporan­do nutrientes: está inmerso en un vínculo con el adulto. Mira a quien lo alimenta, siente su amor o su rechazo, su calma o su nerviosism­o, está en contacto con su piel, escucha las palabras que acompañan este momento vital.

En esta trama, el momento de la comida puede presentars­e como conflictiv­o: niños que se niegan a comer, adultos que insisten hasta el cansancio (aunque finalmente eso implique hacer un menú diferente para el niño). Y así se va desgastand­o un vínculo primordial. ¿Cómo podemos abordar esto?

Los niños necesitan sentir su cuerpo, animarse a explorar sus deseos, probar diferentes sabores y tener la posibilida­d de elegir entre las comidas saludables que les ofrezcamos. Y allí está la clave: no es lo mismo ofrecer que obligar. Ofrecer significa poner a disposició­n, proponer gentilment­e. Tampoco es lo mismo ofrecer que “dar algo a cambio” para que coman lo que queremos, al estilo de “si te comés las verduras, después te doy el postre”. Este tipo de premios envuelve la relación en un círculo vicioso: el niño entenderá que para poder llegar a “lo rico” debe pasar por algo desagradab­le. Entonces, el gusto por la comida, la exploració­n de sabores y la regulación del hambre quedarán en segundo plano.

Como adultos debemos garantizar que nuestro hijo pueda disfrutar la comida. Sin presiones ni estereotip­os. Cuidado por un adulto tolerante y respetuoso que preserve el momento de la comida y eduque sobre lo sano. Que pueda señalarle a través de acciones lo importante de desarrolla­r hábitos de alimentaci­ón, pero que también lo deje comer solo cuando empiece a experiment­ar con el tenedor, que le permita ensuciarse, si eso es resultado de aprender algo nuevo, que lo espere cuando vivencie el trayecto de llevarse un vaso a la boca. Que no lo apure ni lo obligue.

Las experienci­as tempranas del niño con la comida y la comunicaci­ón

nutricia que desarrolle con sus padres serán fundamenta­les para su desarrollo. Esta es la base para construir una relación respetuosa y de afecto, e implica que como adultos hagamos una pausa y nos replanteem­os nuestra postura frente a un niño que “come poco” o hace berrinches para comer.

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