No me quiero casar, ¿y usted?
La primera vez que conocimos a Sheldon Cooper y compañía, un bravucón los dejaba en calzoncillos por querer intentar recuperar el televisor de Penny, la rubia y sexy vecina de The Big Bang Theory.
No era la primera vez que veíamos en la tevé a personajes “diferentes”, lejos del prototipo de galán o ganador, pero era la primera vez que se los presentaba empoderados, encabezando el elenco. Un musculoso podía bajarles los pantalones en una clara demostración de fuerza física, pero ellos eran los tipos inteligentes en ese escenario.
En la vereda de enfrente, Penny y los otros se proponían como el resto de los mortales, esos que leemos el horóscopo cada mañana, por las dudas.
El correr de los capítulos no sólo haría de ese retrato un show divertido, también pondría en escena a uno de los mejores personajes que ha dado la pantalla chica en muchos años.
Esa combinación de factores y ciencia no sólo fue reconocida por la audiencia, que puso a la sitcom entre lo más visto e hizo a sus protagonistas millonarios, sino también por la crítica, que desde 2009 le da, prácticamente todos los años, un premio Emmy a Jim Parsons por su magnífico rol.
Pero también reivindicaba a ese grupo de personas especiales que si bien los creadores nunca etiquetaron, podríamos llamarlos nerds o ñoños: aparte de la ciencia, les gustan los cómics, el cosplay, las remeras de superhéroes, los juegos de rol, etc. Ahora bien, lo que hizo a The Big Bang Theory aún más interesante fue que cada uno de estos ñoños, en su peculiaridad, tenía una forma especial de relacionarse románticamente o de conquistar a una pareja. Incluso se coqueteó durante un tiempo con la posibilidad de que uno de los personajes fuera gay. Lo bueno es que nada de eso se presentó como raro, sino más bien como la realidad de muchas personas que no responden a la norma.
Aunque está claro que la lógica de un programa es evolucionar en su libreto, incluso desde el flexible espacio de una sitcom o comedia de situación, el gran pecado de The Big Bang Theory fue elegir como evolución la normalización de sus personajes. La fama y popularidad tampoco ayudaron, alargándola hasta el absurdo.
El show (que en breve estrena sus temporadas 11 y 12) sigue siendo cómico, hay que decirlo, pero los creadores se decidieron por amalgamar la diversidad y llevarla a un lugar común.
Ahora, el casamiento y la pareja convencional se proponen como la gran aspiración. ¿Era necesario? ¿Por qué no proponer otro tipo de vínculos? ¿Es el casamiento el único proyecto de unión para todos?
Cuando después de nueve temporadas le ofrecieron en 1998 una suma multimillonaria a Jerry Seinfeld para seguir con su serie Seinfeld, el comediante dijo que no. El programa era sobre la soltería de treintañeros y nunca se corrió de ahí: decidió no traicionarse. Esa es una lección que The Big Bang Theory debería haber aprendido hace varios años. O terminar antes. Una lástima.