Innovación en semillas: cómo pensar en las tecnologías de hoy para conocer las necesidades a futuro
Más allá de la incidencia cada vez más relevante del manejo del productor, la genética aporta una mayor adaptabilidad y versatilidad para controlar las cuestiones sanitarias en los diversos ambientes de todo el país.
“Lo ideal es controlar la emergencia de malezas y no esperar que emerjan y hacerlo luego con un desecante; hay que prevenir y rotar activos. Esto ya lo hemos aprendido todos”.
Para Hernán Ghiglione, responsable global de marketing de herbicidas de BASF, pensando en las tecnologías disponibles de hoy se podrá precisar cuáles serán las posibles necesidades del futuro, entendiendo que eso es lo que demanda un negocio clave en la producción de alimentos (y para la generación de ingresos de divisas por la exportación) en nuestro país.
“Uno debe entregar la tecnología en el momento en que se necesita. No existe ciencia ficción donde se puede predecir el futuro, pero para eso es importante apoyarse en la comunidad científica, sea global o local, como pueden ser el INTA en la Argentina; Embrapa en Brasil y así en todo el mundo. Ellos son quienes nos ayudan a entender cuál va a ser la necesidad de la agricultura en el futuro”, amplió.
“¿Si tenemos presión para acelerar los procesos? No. Mucho es de tiempo biológico. Necesitamos hacer tests de invernáculo, de campo y de pequeña y mayor escala. Nuestro proceso de investigación y desarrollo insume, en promedio, entre 8 y 10 años”, sostuvo.
“Esos tiempos son necesarios para entender la molécula y cuáles son los márgenes de seguridad que tenemos que agregar para prevenir eventuales impactos ambientales y sociales”, aseguró Ghiglione.
En Expoagro la firma mostró herbicidas presiembra (Voraxor) en la desecación de las malezas de hoja ancha aplicables a soja, maíz, trigo, cebada y maní, así como el fungicida Melyra, que brinda productividad y control de enfermedades sensibles a otros triazoles.
Más allá de la tecnología, reducir las brechas de rendimiento —léase la diferencia entre los rindes potenciales de un ambiente versus el promedio país— la clave siempre es el manejo.
“En maíz y en soja no existe tanta brecha, ya que la inversión que se realiza es muy importante para intentar atenuar las pérdidas, pero en girasol es diferente”, dijo Javier Latorre, gerente regional de Desarrollo de Producto de Nidera.
“Está claro de que en girasol nos pasan factura los temas sanitarios y los ambientes donde se siembra. El promedio país debe estar en los 1.700 kilos por hectárea y, en general, en los últimos años no ha tenido una superficie fija, sino que se lo ha dejado en lugares no del todo adecuados, salvo en el sudeste bonaerense donde este cultivo ha superado los 3.200 kilos”, explicó.
Pero la genética importa: “Hay que elegir las que tienen una buena nota; manejar las densidades, porque si son altas se abre la puerta a los hongos y, luego, la fertilización nitrogenada. No hay que fertilizar porque sí; sólo si es necesario. Y así se deja un lindo camino para la fina, que es clave para el SO y SE bonaerenses”, aseguró.
La phomosis (quebrado anticipado del tallo del girasol) ha obligado a los productores a una mayor atención.
“Con nuestra genética se trabajó mucho y, sin llegar a una resistencia total, tenemos un buen comportamiento. Es una enfermedad extraña. Por un lado la combatís con genética y por otro con el manejo; es decir, no con altas densidades porque un canopeo muy tapado y húmedo es complejo. Con las fertilizaciones sucede lo mismo: no hay que hacer muchas nitrogenadas porque se vuelve a cerrar el canopeo. Quiero decir: cuanto más se protege al cultivo, existen más complicaciones y más se enferma; es ir en contra de la agronomía. ¿Claves? Hay que trabajar con 40.000 o 45.000 plantas como máximo y la última herramienta es el uso de fungicidas, ya que para phomosis, que es una en
La phomosis, que es el quebrado anticipado del tallo, ha obligado a los girasoleros a prestar una mayor atención.
fermedad vascular, todavía no hay un control en el mercado”, indicó Latorre.
Para Andrés Caggiano, gerente de Desarrollo de Producto de NK, las claves son la fecha de siembra, el manejo de malezas, la densidad y la fertilización, algo que el productor —dice— no acostumbra hacer, pero sabe que responde muy bien al fósforo e, incluso, hasta un nivel de nitrógeno.
“Hoy, la tecnología en girasol está puesta sobre rinde y malezas, por lo cual hay mucho margen para crecer en este sentido. Lo que es rendimiento lo sustentamos en una base de germoplasma muy buena. ¿Cómo nos superamos? Trabajando en más aceite, en control de phomosis y en rendimiento físico. Con los productos nuevos lanzados (NK 3979 CLHO) apuntamos a superarnos con un híbrido de alto oleico que hace 6 años no se presentaba. No podíamos superar a los 3970 y 3975, pero siempre se trabaja en base a las variables clave en todo el país”, comentó.
“¿Cómo reducir las brechas? La clave es el manejo del potencial que tiene el híbrido hasta el que puede alcanzar el productor. Para esto es vital la implantación, porque el cultivo, generalmente, arranca de manera compleja y es importante la temperatura para que nazca en forma homogénea, así como encontrar las malezas en el primer período del cultivo. Una vez que comenzó a expandir las hojas, competirá mejor y podrá arrancar solo”, añadió.
“En este sentido, la versatilidad, que nosotros podemos exhibir desde Salta a Patagones, ayuda a achicar las brechas. Claramente, lo mejor que le puede pasar a un breeder es tener un producto que se implante en todo el país porque eso permite una mayor flexibilidad y adaptación a todos los ambientes”, concluyó Caggiano.
La biotecnología también se vio expresada en Expoagro en la presentación de eventos donde la interacción del suelo, la genética y lo biológico apuntan a lograr mejores rendimientos en ambientes cada vez más sustentables.
“¿De qué se trata? Se debe hacer una diferenciación. Existen biológicos a base de extractos o micronutrientes, donde no hay una molécula química, pero luego está la parte biológica que nosotros trabajamos a base de microorganismos; es decir, que tienen vida”, sostuvo José Francisca, gerente comercial de Novonesis, una firma que nació de la fusión entre las danesas Novozymes y Christian Hansen.
“Trabajamos con microorganismos vivos para, principalmente, cultivos extensivos y para la combinación de todos juntos. Y ahí viene la parte del cuidado de esos productos, desde que uno los adquiere hasta que se aplican, ya que existe una gran diferencia respecto de otros biológicos que no necesitan de tantos cuidados”, dijo.
“Estos productos no requieren de una refrigeración adicional ni características específicas para el tipo de almacenamiento, pero sí que se encuentren en lugares con temperaturas ambientes amigables en una franja entre los 10 y los 40 grados y siempre bajo techo. Y, a la hora de la utilización, los paquetes vienen armados para que el productor no deba aplicar absolutamente nada”, agregó.
La pregunta del millón es cuáles son los márgenes superiores de rendimiento respecto de las siembras convencionales.
“Hay un salto de calidad. El porcentaje de rendimiento oscila entre un 6 y un 10 % adicional y, además, se logra una mayor uniformidad en los cultivos. Este punto es importante, ya que las plantas tendrán un crecimiento y un estado sostenidos. Está claro que todos buscamos más rentabilidad y está bien, pero para llegar a eso hay una parte previa que es la emergencia, el estado del cultivo, que todas las plantas nazcan y que estén parejas”, afirmó.
“¿Adaptabilidad al sudoeste bonaerense? Sí. Tenemos microorganismos en medio turba; sólido. Cuando las bacterias habitan allí tienen una mayor capacidad de supervivencia y de adaptabilidad a los distintos tipos de suelo e inclemencias como, por ejemplo, el estrés hídrico del SOB. En 2023, que fue un año de mucha sequía en el país y se perdió gran parte de los cultivos, tuvimos muy buenos resultados en los ensayos realizados”, concluyó Francisca.
Los tiempos biológicos de los desarrollos son necesarios para prevenir eventuales impactos ambientales y sociales.