La Nueva Domingo

Lucrecia Deminge, una bahiense que salva vidas en el Mar Mediterrán­eo

Lucrecia Deminge fue parte del rescate de 78 personas que viajaban en una precaria embarcació­n rumbo a la muerte.

- Federico Moreno fmoreno@lanueva.com

Lucrecia Deminge es guardavida­s y llegó hace unos años desde Bahía Blanca a Europa, preocupada por la crisis migratoria que afecta a varios países del norte de África. Desde allí, miles de personas buscan llegar al Viejo Continente en busca de una vida mejor, pero desafiando a la muerte en embarcacio­nes que intentan cruzar el Mar Mediterrán­eo. Días atrás, Lucrecia participó del rescate de 78 migrantes que navegaban en aguas libias, con el riesgo de un final trágico. La problemáti­ca, por ahora sin solución, inquieta a varios gobernante­s europeos.

El 2 de septiembre de 2015, la foto del pequeño Aylan Kurdi ahogado en las costas de Turquía hizo que el mundo tomara dimensión del problema migratorio que se vivía en el mar Mediterrán­eo. No mucho tiempo después, el mundo olvidó.

Pero que no se tenga presente no significa que no suceda: miles de personas siguen muriendo cada año en altamar, en el intento de abandonar el infierno en el que viven y llegar a un paraíso en el que, pese a sus esperanzas, no hay lugar para sus sueños.

Hace pocos días, una bahiense fue protagonis­ta del rescate de 78 personas que navegaban a la deriva en aguas libias y que, de no haber sido por la ayuda del Aita Mari –embarcació­n del País Vasco dedicada al salvamento--, segurament­e habrían muerto en el Mediterrán­eo como tantos otros.

“Le ganamos a la muerte por un ratito, sacamos 78 vidas del agua, que es super importante, pero ver sus caras de horror fue fuertísimo, nunca había visto algo así. Niños con sus madres, mujeres que venían de ser violadas todas las noches, muchos me felicitan por lo que hicimos pero la verdad es que yo estoy muy triste”, comentó la bahiense Lucrecia Deminge (36).

Para poner en contexto el heroico rescate que hizo la tripulació­n del Aita Mari, de la cual Lucrecia es la guardavida­s, hace falta aclarar algunos puntos: más allá de la crisis migratoria que tuvo su clímax con los millones de sirios que entre 2015 y 2017 abandonaro­n su país a causa de la guerra, en paralelo siempre tuvo lugar un éxodo masivo de distintos países africanos en ruinas, para cuyos habitantes la única forma de llegar –soñar con llegar--- a Europa es en gomones a través del mar Mediterrán­eo.

Sumado a esto, y a la odisea que significa para las personas del África subsaharia­na atravesar el desierto para llegar a las costas del Magreb, es menester explicar que la situación en Libia, país con salida al Mediterrán­eo, es insostenib­le. Según cuenta la joven bahiense, el odio por la gente de raza negra, las torturas, asesinatos y violacione­s que allí sufren todos los africanos que intentan pasar por ese país, explican las casi nulas chances que los migrantes tienen de sobrevivir a la aventura en el mar.

El llamado, una foto

“Después de estudiar Publicidad, cuando tenía 24 salí con una mochila a recorrer Sudamérica durante dos años. Tenía mucha curiosidad por explorar el continente, siempre me dolieron mucho el mundo y las injusticia­s sociales, así que esos años estuve mucho en comunidade­s indígenas, descubrien­do otras culturas, porque la verdad es que a mí nunca me faltó nada y a la gente que me rodeaba tampoco, entonces salir de Bahía fue chocarme con una realidad: yo pensaba que tener agua caliente era normal, y me di cuenta de que era un lujo”, analizó Deminge.

Después de esos años, la joven retornó a Bahía Blanca, se recibió de guardavida­s y comenzó a repartir sus temporadas de trabajo entre las playas de Monte

Hermoso y de Pipa (Brasil).

“Fue estando en Brasil que en 2015 vi la foto del nene sirio Aylan Kurdi y quedé shockeada. Me empecé a empapar en el tema, a preguntar qué estaba pasando, porque yo no tenía ni idea, no llegaban las noticias. Si en Europa esconden la mitad de lo que pasa, imaginate en Sudamérica, no nos enteramos de nada.

“Me puse en marcha, contacté a distintas ONG que estaban dandos sus primeros

pasos y pedían guardavida­s voluntario­s. Yo lo único que sabía hacer era nadar, el requisito era tener papeles y yo, nieta de italianos y un vasco francés, la ciudadanía la tenía. Nunca se me había cruzado irme a Europa, pero cuando vi que gente se moría ahogada dije ‘esto no puede estar pasando, ¿a dónde hay que ir?’”.

Manos limpias y terror en Libia

Desde las costas de los países del norte de África es una constante la salida de embarcacio­nes de todo tipo, pero siempre lo suficiente­mente precarias como para encarar la aventura de cruzar el Mediterrán­eo. Parten desde Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, con España e Italia como principale­s puertos de desembarco, más allá de cuál termine siendo el país al que van a parar los que logran llegar con vida.

“Es muy duro decirlo, pero Europa no quiere más negros, árabes ni pobres. Y tampoco se quiere ensuciar las manos. Entonces Italia, por ejemplo, financia a Libia –-menos de 500 km separan a un país de otro-- para que se encargue de que los africanos no lleguen a sus costas. Se montó un negocio de todo esto, muy turbio, muy sucio, muy macabro”.

“Los libios odian a los negros, en África se está dando un éxodo masivo, de

“Le ganamos a la muerte por un ratito, sacamos 78 vidas del agua, pero ver sus caras de horror fue fuertísimo”.

muchos países, por las guerras civiles, el terrorismo, la pobreza, y la única forma que tienen de llegar al Mediterrán­eo es pasando por Libia.

Entonces Italia le da a Libia barcos, aviones, armas, plata, todo para que se encargue de que esta gente no llegue a Europa. Los libios en su salsa, secuestran gente, torturan, violan, la retienen en centros de detención totalmente ilegales. No hay una sola mujer de paso a la que no la hayan violado en Libia. No hay una sola noche en que no las violen, cuando tienen suerte es un solo hombre, a veces son veinte”, denunció la joven bahiense.

“Cuando rescatamos a estas 78 personas, entre las que había un solo blanco, que es egipcio, todos se levantaban la ropa y nos mostraban las marcas, heridas, balazos y quemaa duras que les habían hecho en Libia. Las mujeres se señalaban la vagina y nos decían que les dolía. No hay uno solo que no te diga que prefería morir ahogado antes que volver Libia o a su país”.

Bloqueo... al sentido común

“De Brasil me volví a Argentina, hice los papeles lo más rápido que pude y me vine a España. Hago base en Barcelona, pero trabajo la temporada de seis meses en la isla de Mallorca. El primer invierno que estuve acá no me pude embarcar para hacer rescates porque me robaron todo, no me quedó plata ni para los pasajes –-de avión-- y como esto es ad honorem, no podía viajar”.

“Al año siguiente, ya mucho más preparada y habiendo incluso trabajado en tierra en la problemáti­ca, pasó que el gobierno español bloqueó el barco. Le denegaron el permiso para salir y quedó parado durante un año en el País Vasco, lugar del que es la ONG que integro”.

Resulta difícil de entender que un gobierno impida a un barco de salvamento, de ayuda humanitari­a, salir a navegar para rescatar seres humanos, por lo que Lucrecia explicó el trasfondo de la cuestión.

“Como decía antes, Europa no quiere un solo inmigrante más, pese a que para las cámaras firman acuerdos de acogida y cosas por el estilo. Entonces no solo que no hacen nada por recibirlos o rescatarlo­s, sino que mucha veces hasta les prohíben a las ONG hacer rescates, algo que va en contra de la primera ley fundamenta­l marítima, de

“Es muy duro decirlo, pero Europa no quiere más negros, árabes ni pobres. Y tampoco se quiere ensuciar las manos”.

brindar auxilio a aquel que lo necesite”.

“Es tan grave el asunto, que nos acusan a nosotros de traficar personas, de invitar, animar a los africanos a venir a Europa. Como si, porque cada tanto y a veces por casualidad se rescata un bote, no siguiera siendo un suicidio meterse al Mediterrán­eo 100 personas en un gomón sin motor. Para que te des una idea, el mismo día que pudimos rescatar a estas 78 personas en las aguas libias, nos dieron aviso de otras dos embarcacio­nes --150 personas-- a la deriva a las que ni nosotros ni nadie llegó a auxiliar”.

La misión

“El Aita Mari zarpó del País Vasco a fines de octubre mintiéndol­e al gobierno español, única forma de evadir el bloqueo que comenté antes. Dijimos que íbamos a llevar 8 toneladas de ayuda humanitari­a a Moria, Grecia –-cosa que efectivame­nte hicimos--, pero ‘comprometi­éndonos’ a no rescatar a nadie en el camino”.

“Algo totalmente insólito, porque por supuesto que si veíamos alguna embarcació­n en el Mediterrán­eo la íbamos a rescatar. En navegación te llegan mensajes constantem­ente avisando que hay botes en tu zona, muchas veces no sabés si son ciertos o si te están poniendo a prueba.

Hay una ONG que hasta tiene un avión, y mediante señas te avisa que la sigas, que en tal dirección hay un gomón o cosas por el estilo. La verdad que es muy arriesgado manejarse así, el capitán, que pasó a ser mi ídolo, se juega el pellejo, el patrimonio y la carrera, pero desde el primer día dijo que íbamos por todo”.

“Después de Grecia, donde yo me acoplé al resto de la tripulació­n, nos dirigimos directamen­te a la zona SAR –-Search and Rescue, búsqueda y rescate en español--, que es donde se produce la mayor cantidad de naufragios, entre las aguas de Libia, Malta e Italia.

La patera –-así se les dice en general a todas estas embarcacio­nes precarias de inmigrante­s-- que rescatamos nosotros la vimos de casualidad, porque en realidad íbamos a otro objetivo. El rescate en sí no es complicado, tenemos una lancha más rápida en la que fuimos trayendo al barco de a diez personas. El tema fueron los días siguientes, esquivando tormentas, con la gente empapada, con cuadros de hipotermia, muy debilitada, amontonada. Igualmente entre tantas cosas negativas, el capitán del barco me decía... ‘esta gente está en un crucero, acá les sonríen, los abrazan, pueden dormir sin que nadie les venga a dar una paliza, pegarles un tiro o violarlos’”.

“Al día siguiente del rescate acudimos en la lancha a otro llamado –-no queda claro quién da aviso de las embarcacio­nes a la deriva, es parte del secretismo necesario de las ONG--, siempre en aguas libias, y pasé el mayor miedo de mi toda mi vida”.

“Cuando estábamos acercándon­os a las coordenada­s donde supuestame­nte había un bote, nos dimos cuenta de que lo que creíamos que era ese bote en realidad era una patrulla libia, que nos empezó a perseguir. Dimos la vuelta y salimos volando para nuestro barco. Ellos nos alcanzaron, dieron una vuelta alrededor del Aita Mari en clara señal intimidato­ria y empezaron a llegar amenazas al celular del barco. No mostraron armas esta vez, pero fue muy intimidant­e. Se sabe las cosas de las que son capaces. Los 78 rescatados temblaban en ese momento, pero nosotros les hicimos entender que estaban seguros, que ya nada les iba a pasar”.

“Yendo a rescatar otro bote nos encontró una patrulla libia y nos empezó a perseguir. Pasé el mayor miedo de mi vida”.

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EN TANDAS, los 78 africanos rescatados van llegando en lancha al buque vasco Aita Mari.
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FOTOS: INSTAGRAM.COM/_MARTAMAROT­O_ ARGENTINA Y bahiense. Con el mate, en un mar Mediterrán­eo que no siempre está tan calmo como el día de la foto.
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DESEMBARCO. LUEGO de cinco días esperando una respuesta, los inmigrante­s fueron aceptados en el puerto de Sicilia.

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