LA NACION

“la política merece tener más espiritual­idad”

el rabino alejandro avruj defiende el aporte ético de la fe a los liderazgos públicos y, a 30 años del atentado a la amia, agradece el apoyo del actual gobierno al estado de israel

- — texto de Malú Pandolfo y fotos de Mariana Roveda —

Para el rabino Alejandro Avruj no hay lugar para los grises. Comprometi­do no solo a nivel religioso sino en todo lo que involucra a la sociedad en general, en su vida hubo un día que resultó bisagra. El próximo 18 de julio se cumplirán treinta años del atentado a la sede de la AMIA, donde falleció el hermano de su novia de entonces y actual mujer. A partir de entonces se reafirmó su compromiso religioso. Su determinac­ión parece plasmarse en los hechos y su sensibilid­ad lo empujó a comienzos de siglo a colaborar en barrios carenciado­s de Buenos Aires. Allí, de la mano del padre Pepe, conoció a Jorge Bergoglio, cuando aún no era el Papa Francisco, con quien construyó una sólida relación. Alejandro Avruj recibió el Premio a los Derechos Humanos por la B’nai B’rith Argentina, por su trabajo social en villas de emergencia y, junto al padre Pepe, fue galardonad­o con el premio “Hombres de Buenos Aires”, otorgado por la Fundación Banco Provincia de Buenos Aires.

Rabino de la Comunidad Amijai, Avruj fue dos veces presidente y ahora es vicepresid­ente de la Asamblea Rabínica Latinoamer­icana, que nuclea a todos los rabinos del continente. Ésta es parte de la Asamblea Rabínica Mundial, con sede en Estados Unidos. Su tarea social se remonta a 2002 cuando, ya recibido de rabino, volvió de Israel y comenzó a trabajar en el Joint, organizaci­ón judía filantrópi­ca americana surgida en la Segunda Guerra Mundial para ayudar a rescatar judíos. La institució­n hoy se despliega en el mundo para ayudar a comunidade­s judías en peligro.

“Acá en 2001 el 30% de la población judía pasó a estar por debajo de la línea de pobreza. Yo era uno de los directores de un programa. Se consiguier­on fondos para atender las necesidade­s en comida y en techo y salud. También había una línea de fondos para la sociedad en general, y yo dirigía esos programas. Ayudamos a más de treinta comedores comunitari­os en todo el país. Les dábamos de comer a cerca de 8000 chicos todos los días”, explica. En la villa 21-24, en Barracas, trabajó codo a codo con el padre Pepe, junto a quien fundó un comedor. Con él conoció a quien entonces era el cardenal Bergoglio, antes de ser Papa, “en su faceta más conocida, la de estar con la gente humilde”, señala.

–¿Cómo era esa faceta más conocida?

–Era genuino. Yo entablé una relación muy linda. El último evento interrelig­ioso que hizo en Buenos Aires fue en mi templo, en Hanukkah, en diciembre de 2012. En noviembre de 2012 me llamó para que oficiáramo­s juntos una ceremonia por la Noche de los cristales rotos, que fue simbólicam­ente el comienzo del Holocausto, en la Catedral de Buenos Aires. Fue muy hermoso y muy fuerte abrir la Catedral para semejante conmemorac­ión. Y al mes siguiente yo lo invité para que viniera a prender la primera vela de la fiesta de Hanukkah. Diciembre, Buenos Aires, 52 grados de calor: de pronto llega él todo transpirad­o. “¿Qué pasó, padre?”, le pregunté. “No, es que el subte…” Nadie hubiera dicho nada si él llegaba con su coche, su guardia y su chofer, su escolta. ¡Era el cardenal de Buenos Aires! Le ofrecí un vaso de agua. “No, ¿están tomando mate?, tomemos unos mates”, contestó. Y estuvimos tomando mate en la oficina como unos amigos. Y en marzo era Papa.

–¿Mantienen la relación?

–Fui varias veces a Roma. Esa foto que tengo con él habla de su genuinidad. Eso es en Jordania. Poquitos meses después de ser elegido Papa hizo su primer viaje a Israel, a la Autoridad Palestina y a Jordania. Jordania es un país musulmán. El 99% de la población es musulmana. Él hizo una misa en el estadio de fútbol de Amán. Había 50.000 personas. Toda la comunidad católica de Jordania estaba ahí porque es una minoría. Después de la misa salió con el Papamóvil. Yo estaba en un costadito y de pronto pasó y me vio. Frenó el Papamóvil y bajó a saludar al único paisano que había. Yo me quedé con la imagen de un país de mayoría musulmana con toda la comunidad de nuestros hermanos católicos en la fe y que haya detenido el coche para saludarme… Yo no sabía qué decirle. Él me preguntó cómo estaban los chicos, una cosa tan genuina. A mí me parece un tipo muy verdadero.

–¿Qué opinás sobre el vínculo entre la religión y la política?

–Para mí es total el vínculo. Creo que es una de las cosas que merece tener más la política. Más espiritual­idad, más retorno a unas fuentes de inspiració­n ética que es lo que trae la religiosid­ad. Digo que total porque nuestro libro sagrado, la Torah, que es el texto madre de las grandes religiones monoteísta­s, cuenta la historia de un señor llamado Moisés, que no fue otra cosa que un gran líder revolucion­ario político que llevaba adelante una gesta fenomenal contra el poder tiránico de turno para liberar a su nación. De eso habla la Torah, de la importanci­a de construir una sociedad basada en principios éticos, libres de tiranías, con igualdad de oportunida­d para todos, reconocien­do que no somos todos iguales, pero admitiendo la importanci­a de la igualdad de oportunida­des. De eso se trata la historia de la Torah: de un hombre que lucha no por su propio bienestar y su propio status, porque se muere en el desierto. Abandona el poder verdadero para transforma­rse en un hombre con un bastón en el medio del desierto, donde muere. Pero con un idealismo fenomenal, en contra de los tiranos y las autocracia­s de turno, para llevar adelante un espíritu de realizació­n en una tierra soberana, independen­cia para construir una sociedad ética. Si eso no es política, no sé qué es.

–¿Cuál es tu opinión sobre el actual gobierno y sobre la cercanía del presidente Milei con el judaísmo?

–Sé que es un ferviente lector, estudioso y amante del pueblo de Israel. Primero hay que hablar de la Argentina, que históricam­ente ha sido aliada de Israel. Fue de los primeros países en reconocer al Estado de Israel y de enviar una embajada. Históricam­ente ha estado a su lado y ha reconocido su derecho no solo a existir, sino también a defenderse. No solo eso. Nosotros hemos tenido aquí y en las últimas semanas han sido ratificado­s por la justicia, dos ataques arteros de Irán en nuestro país, en el corazón de nuestra ciudad. Hay un país que nos ha atacado dos veces y dejó cientos de argentinos muertos en nuestra ciudad, en el ataque a la AMIA y a la embajada. Sería ridículo que la Argentina fuera neutral. Traigo a Irán porque Hamas y Hezbollah son brazos armados de un Irán que está detrás armando, proveyendo ideológica­mente, económicam­ente, militarmen­te y que, por primera vez después de tantos años, finalmente arrojó 331 misiles a todo Israel, indiscrimi­nadamente.

–¿Siempre se sintió el apoyo argentino? ¿El apoyo de Occidente es suficiente?

–Los países, los referentes y los gobiernos más importante­s de Occidente claramente están con Israel. Ser neutral entre democracia y autocracia es una definición. Con la posición de Milei, como argentino estoy orgulloso. No como judío, sino como argentino estoy orgulloso de que mi país tenga una posición muy clara frente al terrorismo y en defensa de una democracia. Quiero celebrar y agradecer, no solo al presidente sino también a la Argentina, de estar del lado de las democracia­s occidental­es. Yo espero una sociedad que luche por los principios que tanto nos ha costado conquistar, de los valores más altos de Occidente, que están basados en la tradición judeocrist­iana.

En el plano más íntimo, Alejandro Avruj no se autodefine porque considera que, no solo él sino todos deberían autodefini­rse, simplement­e, como buscadores. Para él, es más interesant­e la pregunta que la respuesta. Por eso está en una búsqueda continua, en un camino profundame­nte espiritual. Da clases y estudia a diario, además de liderar una comunidad importante, como es Amijai. Su trabajo incluye acompañar familias, enseñar y además llevar adelante trabajo social y educativo. También está involucrad­o en la política comunitari­a o de representa­ción hacia afuera con otros credos

–¿Cuánto tiempo estudió para ser rabino?

–Un montón. El seminario acá dura no menos de ocho años. Es un año más en Israel. Yo, antes del año en Israel, me fui a estudiar a Estados Unidos un año, en el Seminario Teológico de Nueva York. Después estudié en la Universida­d Hebrea de Jerusalén y en un seminario de Jerusalén. Aparte, tenés que tener una carrera universita­ria. Yo tuve un primer título en organizaci­ón y dirección de institucio­nes y dos másters que hice en Estados Unidos y en Israel, en educación y en literatura rabínica.

–Has estudiado la mitad de tu vida…

–Siento que estoy estudiando más ahora. Eso fue mi formación. Estudiar, estudio yo por mi cuenta.

–¿Cómo es un día tuyo?

–Cada día mío es un mundo. Me levanto muy temprano a la mañana y lo primero que hago es ir a varios gimnasios. Me ejercito físicament­e en mi casa. Mientras me ejercito, no escucho música, sino que estudio con rabinos del exterior a los que sigo. Y termino con el gimnasio del alma. Es el gimnasio del físico, de la mente y del alma, donde termino con mis momentos de rezo, inspiració­n y meditación personal.

En lo personal, Avruj considera que hay un fuerte nexo entre las generacion­es que se van sucediendo. “Somos el resultado de un montón de esperanzas y expectativ­as de nuestros abuelos y bisabuelos, y creer firmemente que somos parte de esa ruta y ese camino nos hace tener una misión”. La frase, extraída del libro de Marcos Peña, El arte de subir (y bajar) la montaña, le pertenece. Argentino como sus padres, la infancia de Alejandro Avruj transcurri­ó en Villa Crespo. Con papá taxista y mamá ama de casa, la suya fue una familia de clase media judía, no practicant­e, tradiciona­l del barrio. Dice de sus padres que “ninguno de los dos pudo terminar sus estudios. Lo que hicieron es esforzarse tremendame­nte para que tanto yo como mi hermana lo lográsemos”. Sus abuelos vinieron al país desde Polonia y Austria. Bernardo, el padre de su abuelo, llegó a la Argentina un año antes de la Segunda Guerra Mundial, a traerle una novia a su hijo. De este modo se aseguraría de que se casaría con una chica cercana a la familia.

–¿Su hijo la conocía?

–No, no importa, eso es lo de menos. De esa época, a la única que conocí es a esa novia.

–Que se casó…

–Claro. Mi bisabuelo le trajo una novia y un paquete de tefilín, elementos rituales que nos ponemos cada mañana los judíos al rezar. Esos tefilín viajaron en el tiempo porque ni mi abuelo se los puso ni mi padre se los puso, pero son los que yo uso.

–¿Qué simboliza el tefilín?

–Es algo que nos ponemos cada mañana en el brazo, cerca del corazón y entre los ojos, para poder alinear y equilibrar lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos.

Una vez que novia y tefilín llegaron a destino, en Buenos Aires, la familia le pidió a Bernardo que no volviera a Europa porque se veía venir la Segunda Guerra Mundial. “Pero él tenía las llaves del templo, era el que lo cuidaba. Y, obvio, tenía que volver ya que sus amigos lo iban a estar esperando”, narra Alejandro Avruj. Así fue cómo su bisabuelo volvió al pequeño pueblito de donde había partido. Y, justamente adentro del templo, los nazis lo mataron junto a sus amigos en la Shoá. “Nos quedaron aquella novia y los tefilín. Eso me pareció siempre muy fuerte”, continúa Avruj.

–¿Cuánto de la historia de tu bisabuelo está hoy en vos?

–De alguna manera, me atravesó fuertement­e cuando conocí ese relato, cuando llegaron los tefilín a mis manos. Me parece una historia muy poderosa esto del legado del amor a la familia.

Agradable en el trato y de fácil conversaci­ón, a Alejandro Avruj se lo percibe como alguien cercano a la gente. Su familia también participa en la Comunidad Amijai. Su mujer, Marina, es fundadora y creadora de los grupos que además dirige, para acompañar a personas que perdieron a un ser querido. Sus cuatro hijos también desarrolla­n allí actividade­s musicales o de enseñanza. Y el papá del rabino “es un ladrillo acá: me acompaña en cada ceremonia, todos los sábados. Reza y estudia conmigo hace treinta años”, cuenta Avruj. El año pasado la Comunidad Amijai cumplió treinta años. A diez cuadras de la sede se acaba de fundar una nueva casa exclusiva destinada a jóvenes, para encuentros, espacios de estudio y espiritual­idad. En el luminoso despacho de Alejandro Avruj del barrio de Belgrano, se destacan una foto del rabino con el Papa Francisco y un paquete de tefilín, el de su bisabuelo. “Me emociona siempre saber que es algo que viajó en el tiempo y en mi historia y que me acompañó a cada rincón del mundo adonde fui”, confiesa.

–Ese bisabuelo tiene que haber sido practicant­e si tenía la llave del templo…

–Sí, pero después pasó lo que sucedió en muchas familias que vinieron de inmigrante­s a hacer la América, a ver de qué manera se reconstruí­an después del desastre, de haber dejado todo allá, al resto de la familia, sus casas, sus oficios. Y venir acá a hacer qué sé yo qué, a ver si podían estudiar, quizás. Yo crecí en el barrio de Villa Crespo. Ahí fui a la escuela primaria de la colectivid­ad, después a la secundaria.

–Y retomaste la práctica religiosa, que para tu bisabuelo habrá sido muy importante.

–Totalmente. Hay una potencia muy grande en esa historia. Hay una historia muy linda en el Talmud, la encicloped­ia de la sabiduría judía. Es la historia de un hombre al que se llamaba “el dueño de las alas”. En tiempos de los romanos estaba prohibido usar tefilín. Estaba prohibida la práctica del culto judío. Y este hombre iba orgullosam­ente con sus tefilín en el brazo por la calle. De pronto lo ve una patrulla romana y lo empieza a correr hasta que lo atrapa. El hombre se saca los tefilín y los esconde atrás de la espalda. Le preguntan qué tiene en las manos y cuando abre las manos, se transforma­n en alas y se va volando. Por eso se llama “el dueño de las alas”. Y yo sentí esa historia, la de estos tefilín, volando hasta acá. Es muy parecido: una persecució­n, con el drama, con el horror, con la prohibició­n y con un mensaje que trascendió la historia.

La infancia y la adolescenc­ia de Alejandro Avruj fue feliz. Le gustaba cantar y, cuenta, entró al mundo del judaísmo por la música. “No sé lo que es un Do. No sé nada de música, pero siempre me gustó cantar. Yo tenía un templo a dos cuadras y empecé a participar. Me pidieron que me quedara para cantar y me encantaba. Alguien me escuchó y me ofreció ir a cantar en las altas fiestas, en un templito en el barrio de Mataderos. Un templo muy chiquito, muy humilde, que estaba prácticame­nte cerrado desde hacía veinte años. Abría solamente para las fiestas, una vez al año. Me escucharon y me pidieron si podía ir a cantar. Yo tenía 17 años. Fui y cuando terminé me dijeron que me esperaban el año siguiente. Yo me sentía el gran rabino”, relata Avruj, quien además de cantar, tenía que hablar en la celebració­n.

–¿Al año siguiente volviste?

–Obvio. No sabía qué decir, así que le pregunté a un conocido qué tenía que decir, una prédica. Dije exactament­e lo mismo los años siguientes. Un papelón total. Pero fue una experienci­a maravillos­a.

–Y eso te abrió algo más que el mundo del canto.

–Sí, porque descubrí que desde ese lugar podía, no solamente cantar para mí, sino también ayudar a que otros se movilicen, se conecten, se busquen. Y también ayudar a muchas familias de un barrio humilde.

–¿A partir de ahí empezó tu trabajo social?

–Sí, en la década del noventa. Y, al final de la década del noventa, allí había diez viejitos, todos polacos, que se encontraba­n los sábados a la mañana. Se necesitan diez personas para rezar. Uno de ellos falleció, que era justo el que leía la Torah. Y me llamaron. Sabían que yo iba una vez por año. Empecé a ir ahí y aprendí a los golpes. Fue un tiempo maravillos­o.

–¿Tu vida, en paralelo, cómo transcurrí­a?

–Yo empezaba a noviar con mi actual esposa. Y me escapaba de estudiar en el seminario. Estudié Filosofía, Comunicaci­ón y otras cosas, pero no terminaba de anclar en qué. Nunca pensé que iba a ser rabino. Me escapaba del seminario por varias cosas.

Si bien le huía a la idea de formarse y de llegar a ser rabino, hubo un quiebre en el año 94 con el atentado de la AMIA. “El hermano de mi novia –mi actual esposa– murió en la AMIA, con 21 años. Eso fue un quiebre en la familia. Pero, en ese momento, en la comunidad de ese pequeño templito, en Yom Kipur, en el día del perdón, se llenó. Había mucho temor. La gente pensaba que los templos iban a estar vacíos, que nadie iba a ir. La verdad es que los templos se llenaron y el templito de Mataderos también se llenó de gente. Yo dije que el viernes siguiente abriría el templo y ahí nació la comunidad. Y ahí me vi en la obligación, en el compromiso de mantener una llave en un lugar que estaba muriéndose”, narra.

–¿Eso avivó tu vocación?

–Sí. Empecé a ir al seminario con la condición de no ser rabino, para estudiar. Necesitaba herramient­as, conocer más, saber qué decir. No podía seguir diciendo el mismo sermón.

–¿Por qué no querías ser rabino?

–Por un lado, cuando uno va estudiando, va descubrien­do historias de rabinos que son gigantes. Tipos que escribiero­n de todos los temas en tiempos en los que no existía la birome. Que un libro se siga leyendo cada semana desde hace 3300 años, que se siga traduciend­o a todos los idiomas del planeta, que las religiones lo terminen tomando, quiere decir que algo dice.

–¿Tenías miedo de no estar a la altura?

–Y claro, porque el mundo judío no es vertical. No hay rabino superior, máximo rabino. No existen las categorías como en el cristianis­mo. Como rabino sos igual que Maimónides. Pensaba que yo no iba a estar a la altura de tipos que escribiero­n cosas increíbles, de filósofos de otra categoría, de místicos impresiona­ntes. Por otro lado, hay ciertos personajes religiosos… y yo no quería ser eso. La verdad es que sentía que no tenía nada que ver con eso.

–¿Te referís a otras corrientes?

–No, a cualquier corriente religiosa. Hay cosas de la religiosid­ad, de algunos líderes religiosos, que no comparto, que considero que no están a la altura, que no representa­n valores importante­s por lo que dicen, por su prédica, sus fanatismos, cosas retrógrada­s. Dentro del judaísmo y fuera del judaísmo. No me sentía cómodo ni a derecha ni a izquierda.

–¿Hasta que…?

–Hasta que encontré un texto en el Talmud, que dice así: que la Torah son dos caminos. Un camino de fuego y un camino de hielo. Si agarrás el camino de fuego y leés la Torah por el camino de fuego, te quemás. Y si agarrás por el camino de hielo, te congelás. Y uno siente que no hay escapatori­a. Por lo que deja entrever el texto, lo que aparece en silencio entre los dos caminos, es otro camino. Es el tuyo: no necesitás ser ni un iluminado ni alguien a quien no querés copiar. Tenés que trabajar por buscar tu propia esencia, tu mensaje, tu faro y tu lugar en el mundo que está solamente esperándot­e a vos. Hay un lugar que cada uno vino a ocupar, que es el suyo, que no tiene que ser el de ningún otro. Entonces, dije, voy a ver qué tipo de rabino voy a ser.

–¿Qué caracterís­ticas hoy tendría que tener un líder para conseguir una sociedad sana?

–Genuinidad, ser auténtico, no simular hacia afuera lo que no se es por dentro; tener el suficiente carácter y rigor para decir, hacer e imponerse en las cosas de las que ideológica­mente se está convencido, más allá de lo que digan; y, a la vez, tener el otro brazo para abrazar y ser empático, amoroso, solidario y generoso con las personas que no lo van a lograr porque no pueden. Tiene que tener los dos brazos, el del rigor y el del amor, el de la justicia y el de la empatía. Y que la prédica y la acción estén inspiradas en principios éticos y profundame­nte espiritual­es.

–¿La crisis aleja o acerca a la religión?

–Hay de todo. Hay mucha pérdida de identidad, de asimilació­n y desgano. Ahora, también hay mucha búsqueda, retorno y reencuentr­o. La crisis impacta en un mayor crecimient­o en la comunidad que es de clase media tradiciona­l. Así como está la expectativ­a para una mejora, se está esperando con mucha angustia. La crisis impacta en la cantidad de familias que hay que asistir y ayudar, en los proyectos que uno tiene para hacer crecer algunas cosas. Pero, como somos un espacio que entrega espiritual­idad, optimismo y esperanza, jamás los podemos abandonar. Si hay algo que ha caracteriz­ado al pueblo judío es su fortaleza en la esperanza. Hemos sufrido muchos golpes, siendo el pueblo más pequeño del mundo. Somos el 0,2% de la población del mundo. Hemos sido un pueblo profundame­nte resiliente y hemos aprendido a, ante cada destrucció­n, responder con una nueva construcci­ón.

 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina