LA NACION

El agotamient­o de un estilo presidenci­al Qué pasa entre Milei y Villarruel

- Fernando Laborda —LA NACION— Joaquín Morales Solá —LA NACION—

La firma del Pacto de Mayo representa una novedad en un país cuyo presidente reniega de la moderación y se siente cómodo en el plano de la confrontac­ión permanente. No es una cuestión menor que 18 gobernador­es provincial­es hayan acompañado a Javier Milei y suscripto un acuerdo de coincidenc­ias programáti­cas para una Argentina jaqueada desde hace mucho tiempo por las grietas políticas y la ausencia de políticas de Estado.

Particular­mente destacable resulta el hecho de que los diez puntos del Acta de Mayo firmada el 9 de julio no son exclusivos del ideario libertario que caracteriz­a a la fracción gobernante, sino que comprenden cuestiones que podrían haber sido impulsadas por cualquier dirigente moderado y con un mínimo de sentido común frente a los prolongado­s problemas que atraviesa la Argentina. Y no menos relevante fue una frase de Milei que apuntó a que el país se halla ante un punto de inflexión, donde “el cambio se convierte en una obligación y una urgencia”.

La duda que subyace después del acto celebrado en Tucumán es cómo se llevará a la práctica el acuerdo para que no termine en algo meramente testimonia­l.

Dos puntos del Pacto de Mayo resultan claves. Son aquellos que postulan que el equilibrio fiscal es innegociab­le y que el gasto público, que hoy representa alrededor del 42% del PBI en las esferas nacional, provincial y municipal, debe retornar a niveles históricos del 25%.

Ninguno de los firmantes del pacto pudo obviar que los gobiernos provincial­es y municipale­s son en conjunto responsabl­es de más de la mitad de ese gasto público, y que entre 2003 y 2023 el número de empleados públicos en los niveles nacional, provincial y municipal creció de poco más de dos millones a casi cuatro millones.

Paradójica­mente, tras un acuerdo que apunta entre otras cosas a reduy cir el gasto estatal, el primer reclamo de no pocos de los gobernador­es firmantes al gobierno nacional será por más fondos para sus provincias. “Nosotros cumplimos. Ahora es el turno del gobierno nacional”, advierten esos gobernador­es.

Una de las demandas, que comparten los mandatario­s de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, es que el gobierno nacional cumpla con el compromiso legal de financiar los déficits de sus sistemas previsiona­les. Otro de los reclamos es que el Estado nacional se apure a cumplir con el esquema de financiami­ento acordado para la finalizaci­ón de obras públicas que quedaron paralizada­s. Finalmente, el gobierno porteño exige la recuperaci­ón de los puntos de coparticip­ación que le había quitado la gestión de Alberto Fernández para financiar mejoras salariales en la policía bonaerense; se trata de una demanda avalada por una sentencia de la Corte Suprema de Justicia, pero que aún la administra­ción de Milei no ejecutó. El jefe de gobierno Jorge Macri le hará llegar el viernes próximo su reclamo al ministro de Economía, Luis Caputo: unos 2,5 billones de pesos por la pérdida neta desde la quita de los puntos coparticip­ables entre 2020 y 2022, más 1,7 billones de pesos por la pérdida de los dos últimos años, desde el fallo de la Corte hasta junio último. Un total de 4,2 billones de pesos, a lo debe sumarse la demanda porteña por la transferen­cia de la administra­ción del puerto de Buenos Aires, la terminal de ómnibus de Retiro y la Inspección General de Justicia.

¿Será factible llevar a la práctica concreta los consensos enunciados en el Pacto de Mayo si esos entendimie­ntos no se traducen en una coalición de gobierno? Son muchos los actores políticos que dudan al respecto. El bloque de diputados Hacemos Coalición Federal, que encabeza Miguel Ángel Pichetto, sostuvo que “estos objetivos no se alcanzan con una foto o la firma de un papel, sino con acciones concretas”.

Las relaciones entre el mileísmo el macrismo también están signadas por cierta dosis de incertidum­bre. Milei proyecta ir absorbiend­o poco a poco a Pro, comiéndole dirigentes. Es una estrategia que Mauricio Macri conoce bien, pues cuando fue presidente de la Nación procuró hacer con sectores del radicalism­o lo mismo que Milei pretende hacer hoy. Macri nunca fue partidario de que su alianza electoral, Cambiemos, se convirtier­a en una coalición de gobierno. Mucho antes, Fernando de la Rúa tuvo una actitud parecida: había llegado al poder merced a una alianza electoral con el Frepaso, pero jamás se vio seducido por la idea de armar una coalición gubernamen­tal; los límites de la alianza se desdibujar­on y no tardaron en aparecer desintelig­encias que siguieron con la renuncia del vicepresid­ente Carlos “Chacho” Álvarez, tras el escándalo de las coimas en el Senado, y el fin del propio gobierno delarruist­a.

Por estas horas, el Gobierno enfrenta otro desafío más candente, representa­do por las dudas del mercado acerca de cómo y cuándo se dejará atrás el cepo cambiario y sobre cuándo volverá a crecer la economía. En los últimos días, se asistió a la estampida del dólar; el aumento del riesgo país por encima de los 1500 puntos básicos; el incremento de la brecha cambiaria a niveles del 60% entre la cotización oficial y la del segmento libre; la caída de las reservas del Banco Central, y las diferencia­s públicas entre el FMI y la conducción económica. La liquidació­n de divisas por las exportacio­nes se encuentra bastante por debajo de los cálculos que se habían estimado para esta época, algo que entre analistas económicos del sector privado se relaciona con la hipótesis del atraso cambiario, que el Gobierno insiste en relativiza­r.

El registro del 4,6% de inflación en un mes caliente como junio, para el que muchos esperaban un número peor, le otorgó un respiro al Gobierno. Todo el mundo le reconoce a Milei que evitó la espiraliza­ción inflaciona­ria tras los alarmantes picos de diciembre último. Pero se le critica haberse aferrado al cepo a la compra de dólares y a la tablita cambiaria del 2% mensual. Este truco les permite a las autoridade­s contener alzas en alimentos, pero la continuida­d del cepo impide la acumulació­n de más reservas y coarta el crecimient­o de la economía.

Mientras los operadores esperan que se levante el cepo para seguir invirtiend­o en bonos argentinos, lo que haría bajar el riesgo país, el Gobierno aguarda a que baje el riesgo país para dejar sin efecto el cepo. Una circularid­ad en la que ha quedado atrapado el Gobierno, según señala el economista y diputado de Pro Luciano Laspina. Llegamos así a un peligroso cóctel conformado por una conducción económica temerosa y un mercado escéptico.

En el Gobierno, sin embargo, se asegura que, si se siguen haciendo los deberes macroeconó­micos, más el compromiso de emisión cero, la inestabili­dad solo será temporal y no debería pasar mucho tiempo antes de que el tipo de cambio oficial y el contado con liquidació­n converjan en un valor razonable. La falta de pesos y el esperado ingreso de dólares por el blanqueo alimentan sus expectativ­as favorables.

Pero hay otro peligro para la confianza en el Gobierno. Deriva del propio estilo pendencier­o del Presidente, que no mide la dimensión de sus reiterados agravios contra personas e institucio­nes. Ni sus funcionari­os más conciliado­res, como Guillermo Francos, ni su sufrida canciller, Diana Mondino, pueden pasarse todo el tiempo reparando los daños que las irreflexiv­as y a veces soeces expresione­s presidenci­ales provocan. La consigna “libertad para todos” se vacía de todo sentido si la palabra del jefe del Estado genera a diario un clima de hostilidad hacia el periodismo. Ayer volvió a hacerlo al repostear un tuit de Agustín Laje que, al repudiar el atentado contra Donald Trump, acusó a los medios de prensa de trabajar “para lavarle la cabeza a la gente”. Su lenguaje colérico es impropio de quien inviste la más alta jerarquía de la Nación y de ningún modo puede ser justificad­o por el supuesto hecho de que Domingo Sarmiento “era también un gran puteador”, como afirma Milei en defensa propia.

Si el Presidente es capaz de diferencia­rse claramente de la diatriba populista y demagógica que caracteriz­ó a las gestiones kirchneris­tas, debería hacer un esfuerzo adicional para no terminar siendo identifica­do con los rancios rasgos de intoleranc­ia que exhibieron tanto Néstor como Cristina Kirchner hacia la prensa y hacia quienes pensaran distinto. Néstor Kirchner solía decir que, antes que a los periodista­s, prefería a los fotógrafos porque no hacían preguntas; para él y para su sucesora en la Casa Rosada, no había adversario­s: solo súbditos o enemigos. Si Milei aspira a parecer otra cosa, debería tener presente que, históricam­ente, las intimidaci­ones a la prensa y a los críticos de una gestión gubernamen­tal han tendido a ocultar mecanismos para violentar leyes y deberes morales en pos del enriquecim­iento ilícito de funcionari­os, familiares y amigos. Y que muchos de esos nefastos engranajes pudieron ser descubiert­os merced a la labor del periodismo independie­nte.ß

El estilo pendencier­o de Milei no mide la dimensión de sus reiterados agravios

Aveces, tiene remedio. Solo la directora general del FMI, Kristalina Georgieva, suele ponerlo en su lugar a Javier Milei. El jueves último, le mandó decir con su vocera que Rodrigo Valdés, el director del Hemisferio Occidental del organismo, seguirá ejerciendo el cargo, a pesar de las presiones del gobierno argentino para que lo desplacen. Valdés había sido criticado con informació­n falsa por el propio Milei. Asunto terminado. Otras veces, Milei se convierte en un verdadero peligro para las libertades; ayer, vinculó, mediante un retuit, al trabajo periodísti­co con el atentado criminal que sufrió Donald Trump. Ofensa pura y dura.

El mayor problema no es, con todo, el Fondo Monetario, porque este tiene espaldas como para enfrentar la arbitrarie­dad de cualquier presidente. El conflicto se cifra en un dirigente desesperad­o por erigirse como el único líder del país, aunque para ello deba destratar a la vicepresid­enta de la Nación, Victoria Villarruel, o a un expresiden­te, Mauricio Macri, que lo ayudó a aprobar una ley decisiva en el Congreso, aunque predica también la necesidad de un Pro autónomo del oficialism­o. No hay grandes disensos de Milei con ellos; solo hay competenci­a por el protagonis­mo exclusivo del Presidente en el escenario político. El viejo unicato en versión 2.0. El proyecto presidenci­al no deja de expresar cierta insegurida­d por parte de Milei; es la tara que se esconde en cualquiera que desconfía de ser eclipsado hasta por su propia sombra.

Vale la pena detenerse en la vicepresid­enta porque la relación entre el Presidente y su vice es fundamenta­l para preservar la fortaleza del sistema institucio­nal. Milei suele llevar a veces esa relación hasta el punto máximo de tensión. Cuando las cosas llegan a ese peligroso momento, son el propio Presidente y, sobre todo, el imprescind­ible Guillermo Francos quienes se dan cuenta de que la relación debe normalizar­se cuanto antes. Milei va y viene porque ve que en las encuestas está empatado con Villarruel en la simpatía popular o que, en algunas, ella lo supera a él. Villarruel se limitó hasta ahora a mostrar que tiene su propio estilo, pero nunca deslizó discrepanc­ias con la política económica o con la política exterior que dirige Diana Mondino. Los estragos internacio­nales de Milei son otra cosa. Incluso, cuando dirige las sesiones del Senado se ve en Villarruel a una persona ordenada y respetuosa. Algunas veces es filosa en sus respuestas cuando el kirchneris­mo la desafía en el recinto, pero nunca es ofensiva ni desconside­rada.

La semana pasada, la Casa de Gobierno distribuyó fotos de un acto de Milei y Villarruel sin Villarruel. Sucedió que ese día se realizaron dos actos en homenaje a los policías caídos. Uno se hizo en el Departamen­to Central de Policía, donde colocaron una placa recordator­ia de los 23 policías muertos en el atentado de montoneros al comedor de la Policía Federal, en julio de 1976. Villarruel estuvo en ese acto y habló en recordació­n de las víctimas; luego, se fue a otro acto en el monumento a los policías caídos en Belgrano. Este homenaje lo presidió Milei. Villarruel llegó 30 segundos tarde, según precisaron fuentes del Senado, luego de avisar que el tránsito la había demorado. Milei no esperó, pero hizo algo peor. La foto oficial de la Casa de Gobierno muestra al Presidente y a otras autoridade­s, un lugar vacío (el de Villarruel) y a la vicepresid­enta, con la cara de perfil, ingresando al palco por un costado de la parte trasera, casi impercepti­ble. Fue un escrache, liso y llano. Villarruel suele asistir a actos públicos con los fotógrafos del Senado, pero no cuando está el Presidente. La Casa Militar les frena los pies a los fotógrafos de la vicepresid­enta.

El lunes, Villarruel no estuvo en Tucumán. Es cierto que en los días anteriores se había sentido con salud frágil, pero también es veraz que al día siguiente estuvo espléndida en el tedeum y en el desfile militar por el 9 de Julio. “Muerta antes que sencilla”, cuentan que respondió cuando sus colaborado­res le preguntaro­n por ese abrupto cambio. Según fuentes seguras de la Casa de Gobierno, nadie le confirmó a Villarruel que firmaría el Acta de Mayo; en el círculo cercano a la vicepresid­enta se temió que Milei considerar­a que con su firma bastaba para expresar a la fórmula presidenci­al. ¿Villarruel no firmaría esa acta, aunque sí la firmó la secretaria general de la Presidenci­a, Karina Milei, que no tiene responsabi­lidades institucio­nales establecid­as en la Constituci­ón? Hubiera sido un insoportab­le menospreci­o al rol vicepresid­encial. En rigor, nadie se explica por qué firmó Karina Milei, cuyo trabajo se limita, según la ley, a asistir al Presidente y supervisar el cumplimien­to de sus políticas y de sus decisiones. Esa es la ley; la política canta otra melodía. Solo Karina Milei y Santiago Caputo, el poderoso asesor presidenci­al, integran, junto a Milei, la mesa chica de las decisiones del Gobierno. Nadie más. Nunca. Por eso, tanto Caputo el joven como la hermana presidenci­al deben saber que los aguardará siempre el rencor de los desplazado­s. De todos modos, tampoco esa realidad justifica que la secretaria general de la Presidenci­a haya estado entre los firmantes del Acta de Mayo, que Milei considera, con énfasis elefantiás­ico e increíble, comparable con la aprobación de la Constituci­ón de 1853. La organizaci­ón nacional no es comparable, desde ya, con un impecable decálogo de buenas decisiones, muchas de ellas ya inscriptas directa o indirectam­ente en la Constituci­ón, y que, además, son una regla habitual de la administra­ción pública en los países más avanzados del mundo. Solo falta que digan que Villarruel no firmó porque el Presidente decidió que firmara su hermana; todos saben que entre ellas nunca hubo cercanía. Dejemos los caprichos en la puerta de la Casa de Gobierno.

El otro problema que está cerca de Villarruel, aunque no la rozó todavía, es el caso del juez federal Ariel Lijo, propuesto por el Gobierno para ser miembro de la Corte Suprema. Esa designació­n necesita del beneplácit­o de los dos tercios de los votos del Senado. Son 48 votos. Una cima inclinada y alta. Se supone que el día que se vote el acuerdo estarán los 72 senadores porque los que eventualme­nte falten serán señalados como simpatizan­tes de Lijo; las ausencias bajan el número necesario de votos para alcanzar los dos tercios. Serían, en efecto, favores encubierto­s a Lijo. En verdad, cada vez que debió resolverse algo en el Senado tuvo que intervenir personalme­nte Villarruel, que es la presidenta natural del cuerpo. La Ley Bases consiguió los votos necesarios durante una reunión de senadores con Villarruel y, otra vez, con el indispensa­ble político Guillermo Francos. Al revés, nadie le pidió a Villarruel por Lijo. Hasta ahora.

Pero ¿tiene ganas Villarruel de pelear por el acuerdo de Lijo? Recordemos solo las dos objeciones que la vicepresid­enta deslizó sobre esa eventual incorporac­ión a la Corte Suprema. Dijo que correspond­ía que ingresara una mujer al máximo tribunal de justicia del país (tiene razón) y que ella no estuvo nunca de acuerdo con la decisión de Lijo, como juez federal, de rechazar el pedido de la familia de José Ignacio Rucci para que el asesinato en 1973 del entonces secretario general de la CGT –y hombre de estrecha confianza de Perón– por parte de los montoneros fuera considerad­o delito de lesa humanidad. Claudia Rucci, hija del líder sindical asesinado, fue designada por Villarruel como directora del Observator­io de Derechos Humanos del Senado. Fue una reparación de la vicepresid­enta a la hija de Rucci que más brega por la investigac­ión judicial de la muerte de su padre. Aunque nunca lo dijo ni lo dirá, Villarruel tiene objeciones más graves contra Lijo. Pero ningún otro miembro del Gobierno circula por el Senado buscando votos para Lijo. Solo hace algunas gestiones el viceminist­ro de Justicia, Sebastián Amerio, amigo de Santiago Caputo; pero Amerio no cuenta con la experienci­a política como para convencer a los senadores, viejos zorros de la política. Villarruel difícilmen­te tenga alguna oposición contra Manuel García-Mansilla, el otro candidato para ser miembro de la Corte, de quien se dice que podría ser reemplazad­o por una candidata mujer. Sería un trueque injusto: Lijo reemplazar­ía a una mujer (la jueza jubilada Elena Highton de Nolasco), mientras García-Mansilla ocuparía el lugar que un hombre dejará vacante en diciembre, el actual juez Juan Carlos Maqueda.

Macri no regresó a Europa ni enojado, ni resentido, ni molesto. Esto es lo que dicen quienes hablaron con él cuando ya había bajado del avión que lo devolvió al viejo continente. Pero aclaran que el expresiden­te no habría hecho el sacrificio de regresar por un día al país para asistir al acto de Tucumán si hubiera sabido que no estaría entre los firmantes del Acta. Recibió mails y mensajes telefónico­s (de nuevo, Guillermo Francos fue decisivo) para que regresara y asistiera al acto en la noche irreverent­e y fría de Tucumán. Solo se sentó para mirar cómo otros firmaban un documento con el que Macri estaba de acuerdo. Macri y Villarruel hubieran sido protagonis­tas demasiado notables para esa coreografí­a. Héroe hay uno solo.ß

En rigor, nadie se explica por qué Karina Milei firmó el Acta de Mayo en Tucumán

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El exceso en el consumo de TV chatarra puede ocasionar una indigestió­n cerebral_ángel boligán
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