LA NACION

Una patria “casi cadáver” requiere terapia intensiva

Solo con reformas estructura­les y con la eliminació­n de nichos de privilegio­s será posible sacar al país del estado de postración en el que se encuentra

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La celebració­n del Día de la Independen­cia y la firma del Pacto de Mayo han sido ocasión para desear unión, paz y trabajo luego de tantos años de enfrentami­entos. Así lo pidió el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge García Cuerva, con su llamado a “la unidad de los argentinos”, buscando acuerdos y dejando de lado las diferencia­s. Como en 1816, la patria es “casi cadáver”, dijo, citando a Vicente Fidel López, con “tantos hermanos atravesado­s por el hambre, la soledad y una justicia largamente esperada (…) postrados por falta de solidarida­d y egoísmo”.

La Argentina transita una crisis no solo económica, sino de los valores que soportan su estructura institucio­nal. Se requiere una refundació­n que permita darle viabilidad como organizaci­ón colectiva. Los problemas son tan profundos y manifiesto­s que no es cuestión de libertario­s o socialista­s, de radicales o peronistas.

Se trata de poner el hombro entre todos para evitar que el edificio se derrumbe. Debe haber unidad para cambiar el rumbo, no para continuar con lo mismo.

En diciembre de 2023 había un 50% de pobres y un 10% de indigentes, pero entre los chicos de 13 a 17 años la pobreza alcanzó al 59% y la indigencia, al 19%. Con una hiperinfla­ción en puerta, este año se hubieran alcanzado niveles subsaharia­nos. Sin embargo, al comienzo de la democracia la pobreza era del 25%. Esa duplicació­n sin catástrofe­s naturales ni guerras es un síntoma grave de disgregaci­ón social. Ahora urge corregir las causas y no solo atender sus consecuenc­ias.

Un tercio de los niños pobres no van a la escuela o lo hacen con sobreedad, según un informe de la UCA. No acceden a una educación primaria de calidad, su lenguaje se limita a 300 palabras, no pueden leer ni escribir, ignoran las cuatro operacione­s matemática­s básicas y están asediados por la violencia callejera y el “paco”. Para adecuarse a esa realidad, en el ámbito educativo se planteó eliminar las calificaci­ones, las sanciones y los aplazos. En varias provincias también se suprimió la repitencia. Hay un millón de docentes: una mayoría laboriosa mancillada por expertos en ausentismo, pues la tercera parte está cubierta por suplentes para cubrir licencias obtenidas con certificad­os médicos dudosos o con acomodos políticos. Además de dañar la calidad educativa, se desfondan los presupuest­os provincial­es con aquiescenc­ia o complicida­d sindical.

En ese contexto de miseria y desorden familiar, los adolescent­es abandonan la secundaria para conseguir sustento. El peso de la pobreza es el factor determinan­te del destino educativo y la escuela pública tiene poco margen para minimizar ese impacto. Mejorar resultados educativos requiere mejorar las condicione­s de vida de las familias. Se necesita progreso material, como en China o Noruega; nada nuevo en el mundo, salvo para quienes piden más ministerio­s y más inflación.

En el otro extremo, el de la tercera edad, el drama es parecido. La extensión de la vida aumenta la cantidad de personas que requieren de la previsión social para subsistir. Pero mientras ello ocurre se reduce, inversamen­te, el número de quienes deben aportar para mantenerlo­s. Ello no puede atribuirse al egoísmo de la gente común, sino a la falta de inversione­s privadas que demanden empleos de calidad, ahuyentada­s por un populismo depredador. De los 23 millones de trabajador­es, la mitad son “cuentaprop­istas” o, simplement­e, están “en negro”. El país fue convertido en el reino de las changas y el desempleo encubierto en el Estado o con planes sociales.

En 2023 el gasto público alcanzó casi el 45% del PBI, cuando era del 25% hace 25 años. No es de extrañar que, siendo un sistema desequilib­rado, donde solo aporta menos de un activo y medio por cada pasivo (deberían ser cuatro), la seguridad social sea la causa principal del déficit fiscal, absorbiend­o la mitad de ese gasto desmesurad­o. De los 8,4 millones de jubilados y pensionado­s, 3,5 millones no han hecho los debidos aportes.

El futuro no pinta fácil: la caída en el ínFundado dice de natalidad, que pasó de un histórico 2% al 1,4%, presagia una disminució­n aún mayor de jóvenes para sostener a los pasivos. Y con la decadencia de la educación, cabe preguntars­e cuántos estarán en condicione­s de lograr empleos regulares de calidad para cumplir esa función. Sin contar a los crecientes nómades digitales, que trabajan en cualquier país, sin aportar a ninguno.

El universo cada vez mayor de personas de edad avanzada repercute también sobre el PAMI, las obras sociales y las prepagas. Las distintas discapacid­ades que naturalmen­te las aquejan motivan tratamient­os costosos y prolongado­s que agobian los presupuest­os de esas entidades sin financiaci­ón suficiente. Los amparos han llevado a una verdadera “judicializ­ación” de la salud, desbordand­o los tribunales como un río fuera de cauce. Sin progreso material tampoco habrá recursos para la tercera edad ni para la salud, como no hay para la educación.

Hasta 2023 el Estado se hizo presente duplicando los empleados públicos. De los 4 millones actuales, la mitad se incorporó durante el kirchneris­mo y la mayor parte, en provincias y municipios que persiguen a las empresas con impuestos y tasas abusivas para mantener sus elefantiás­icas estructura­s. Se requiere progreso material para recomponer el equilibrio entre lo público y lo privado de forma sustentabl­e. La presión fiscal, la inflación y el endeudamie­nto no son fruto del egoísmo de nadie, salvo de quienes tomaron al Estado por asalto, en su exclusivo provecho.

La Argentina necesita inversione­s masivas para ordenar sus cuentas públicas y financiar, con mayor productivi­dad, los desafíos sociales acumulados durante décadas de clientelis­mo.

La unión de todos, ahora indispensa­ble, es de las personas honradas, que comparten valores morales y están dispuestas a un esfuerzo común para recuperar al país del desastre colectivo en que se encuentra.

No podrá superarse la pobreza, ni educar a los niños ni cuidar a los mayores si no se extirpa la fobia populista contra la inversión y el rechazo a las condicione­s que deben precederla, como la moneda sana, el respeto al derecho de propiedad y la seguridad jurídica. Solo así será posible recuperar a nuestra patria “casi cadáver” en la terapia intensiva de las reformas estructura­les, alentando el ingreso de capitales y eliminando los nichos de privilegio de los egoístas y los corruptos que siempre las han impedido.

Los problemas son tan profundos y manifiesto­s que no es cuestión de libertario­s o socialista­s, de radicales o peronistas. Se trata de poner el hombro entre todos para evitar que el edificio se derrumbe. Debe haber unidad para cambiar el rumbo, no para continuar con lo mismo

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