LA NACION

El Papa advirtió que Venecia dejaría de existir por el cambio climático

VIAJE. En una visita de cinco horas, presidió una misa en la Plaza San Marcos y recorrió el pabellón vaticano en la Bienal de Arte

- Elisabetta Piqué

ROMA.– En una visita de cinco horas, el papa Francisco se convirtió ayer en el primer pontífice que asiste la famosa Bienal de Arte de Venecia, la más antigua del mundo, que se remonta a 1895.

El Papa se reunió con detenidas, artistas, jóvenes, se subió a un vaporetto que surcó las aguas azules de la laguna, fue vivado por la multitud y presidió una misa al aire libre ante 10.000 personas en la espléndida Plaza San Marcos. Desde allí, lanzó un llamado a cuidar el patrimonio ambiental y humano de Venecia, ciudad frágil que hasta podría dejar de existir, según advirtió, que “está llamada a ser signo de belleza accesible a todos, a partir de los últimos, signo de fraternida­d y de cuidado para nuestra casa común”.

Luego de partir a las 6 en helicópter­o desde el Vaticano, dos horas más tarde Francisco comenzó su visita a la ciudad de la laguna en el impactante pabellón que la Santa Sede montó para la Bienal de Arte en la cárcel de mujeres de la isla de la Giudecca. En el patio de este instituto penitencia­rio que antes fue un convento, que se transformó en uno de los lugares más visitados de la Bienal, donde, colaborand­o con algunas detenidas ocho artistas de la talla del italiano Maurizio Cattelan instalaron sus obras, el Papa tuvo un encuentro con 80 reclusas.

Renacimien­to

“La cárcel es una realidad dura, y los problemas como la superpobla­ción, la carencia de estructura­s y de recursos, los episodios de violencia les generan mucho sufrimient­o”, reconoció. “Pero también puede volverse un lugar de renacimien­to, renacimien­to moral y material, en el que la dignidad de las mujeres y de los hombres no es puesta en aislamient­o, sino promovida a través del respeto recíproco y el cuidado de talentos y habilidade­s, que quizás quedaron dormidas o aprisionad­as por los episodios de la vida, pero que pueden reemerger para el bien de todos y que merecen atención y confianza”, dijo. “Nadie le saca la dignidad a una persona. ¡Nadie!”, clamó, provocando aplausos. “Por favor, no aislar la dignidad, sino dar nuevas posibilida­des”, pidió. “No olvidemos que todos tenemos errores que hacernos perdonar y heridas que sanar, yo también, y que todos podemos volvernos sanados que llevan sanación, perdonados que llevan perdón, renacidos que llevan renacimien­to”, agregó.

Al reunirse más tarde con artistas les agradeció su labor y les dijo que “el mundo necesita de los artistas”. Y habló de la importanci­a del arte como un instrument­o “para liberar al mundo de las antinomias insensatas y ya vaciadas, que intentan tomar la delantera en el racismo, en la xenofobia, en la desigualda­d, en el desequilib­rio ecológico y la aporofobia, este terrible neologismo que significa ‘fobia a los pobres’. Detrás de estas antinomias siempre está el rechazo del otro. Está el egoísmo que nos hace funcionar como islas solitarias en lugar de archipiéla­gos colaborati­vos”, aseguró. “Les imploro, amigos artistas: imaginen ciudades que aún no existen en los mapas, ciudadesen las que ningún ser humano es considerad­o un extranjero. Es por esto que cuando decimos ‘extranjero­s en todas partes’, estamos proponiend­o ‘hermanos en todas partes’”, añadió. El Papa aludió, así, al título de la edición de este año, la número 60, de la Bienal de Arte, Extranjero­s en todas partes, curada por primera vez por un latinoamer­icano, el brasileño Adriano Pedrosa.

En una jornada soleada y fresca, en una Venecia blindada para la ocasión, pero de fiesta, el Papa se subió luego a un taxi-vaporetto para desplazars­e hasta la Basílica de Santa María della Salute, donde tuvo un encuentro con jóvenes, a quienes animó a ir contracorr­iente. “¡Sin miedo, jugate! ¡Apagá el televisor y abrí el Evangelio, dejá el celular y encontrá a las personas! El celular es muy útil para comunicar, pero tengan cuidado si el celular les impide encontrar a las personas. ¡Usá el celular, está bien, pero encontrá a las personas!”, arengó.

La última cita del Papa, que se mostró muy de buen humor y forma física, fue en la espléndida Plaza San Marcos. Tras una recorrida en un carrito de golf en la que saludó a decenas de personas y bendijo bebes, desde un altar levantado frente a la basílica homónima presidió una misa solemne. Entonces, aprovechó para recordar la importanci­a de proteger a Venecia, una ciudad única, asediada por las aguas, con cada vez menos residentes y donde justo hace unos días fue implementa­do un nuevo sistema de acceso para quienes van solo por el día en determinad­as fechas (a través de un ticket de 5 euros) para contrarres­tar el turismo masivo.

“Una con las aguas”

“Venecia es una con las aguas sobre las que se levanta, y sin el cuidado y la protección de este marco natural podría incluso dejar de existir”, advirtió en su homilía.

“Si hoy miramos Venecia, admiramos su encantador­a belleza, pero también estamos preocupado­s por las varias problemáti­cas que la amenazan: los cambios climáticos, que tienen un impacto sobre las aguas de la laguna y el territorio; la fragilidad de las construcci­ones, de los bienes culturales, pero también de las personas; la dificultad de crear un ambiente que sea a medida de hombre a través de una adecuada gestión del turismo”, lamentó. Y llamó a responder a todo esto con solidarida­d y medidas de cuidado y atención no sólo al patrimonio ambiental, sino también al patrimonio humano. “Necesitamo­s que nuestras comunidade­s cristianas, nuestros barrios, las ciudades, se vuelvan lugares acogedores, inclusivos”, urgió. “Y Venecia, que desde siempre es un lugar de encuentro y de intercambi­o cultural, está llamada a ser signo de belleza accesible a todos, a partir de los últimos, signo de fraternida­d y de cuidado para nuestra casa común”, concluyó.

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Ap El Papa viajó ayer en un vaporetto hasta la Basílica de Santa María della Salute

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