LA NACION

Red Hot Chili Peppers y un show de la vieja escuela

Zapadas y el arsenal sonoro típico de los california­nos, en dos noches en River

- Sebastián Chaves

Los Red Hot Chili Peppers cargaban hasta hace unos años con el mote de ser una de las grandes bandas de rock que más defraudaba en vivo. Para el público argentino, la primera vez que se habían presentado en la cancha de River, allá por octubre de 2002, fue la prueba más fehaciente que corroboró la cuestión. En plena crisis post De la Rúa, el grupo había dado un show poco convincent­e desde lo sonoro, a lo que se había sumado una puesta tan austera que dio la sensación de que el estadio les había quedado grande.

Varias visitas a la Argentina y varias historia después, el show que dieron el viernes por la noche y que repitieron ayer en el estadio Monumental saldó con creces aquella deuda que probableme­nte ellos no sabían que tenían.

Hoy, los Red Hot Chili Peppers son una banda de rock hecha y derecha. Cuando a nivel mainstream lo que abundan son los shows ultra guionados, con repertorio­s ensayados, cronometra­dos y repetidos hasta el hartazgo, lo de Anthony Kiedis, Flea, Chad Smith y John Frusciante recupera el espíritu de banda de bar. Un buen ejercicio para pensar esto sería recordar cuál habrá sido el último grupo o solista que comenzó un show en River con una zapada instrument­al, como lo hicieron los california­nos.

Vestidos de colores y con filtros lisérgicos en las pantallas a los costados del escenario, los músicos calentaron motores con una pequeña jam de psicodelia sintética para que minutos después Kiedis se les uniera cuando la zapada había derivado en “Can’t Stop”, un funk histérico y musculoso bien al estilo de los clásicos del grupo.

A partir de ahí y durante poco más de noventa minutos, el show no se corrió de esa tónica. Mini zapadas entre tema y tema con un despliegue sonoro y físico que tiene a Flea corriendo y saltando por todo el escenario. “The Zephyr Song” y “Dani California” completaro­n el triplete de inicio para que “Aquatic Mouth Dance” sea la primera de Unlimited Love, uno de los dos discos que editaron el año pasado.

Un homenaje a Syd Barrett (otro más en el mismo estadio y en la misma semana, después de los realizados por Roger Waters) y una cita a “London Calling”, de The Clash, en la intro de “Right On Time” funcionaro­n como guiños a la historia del rock ya con el cuarteto ajustado. Mientras Flea toca lo imposible, Frusciante toca lo improbable y Chad lo imprescind­ible. “Suck My Kiss” y “Californic­ation” recuperaro­n los años dorados del grupo, aquellos en los que esa mezcla rara de alternativ­idad y mainstream los tenía rotando por MTV con videos tan icónicos como sus temas. De ahí a otro homenaje en clave zapada, esta vez a Funkadelic, una referencia más clara y evidente al pasado que forjó su sonido. A aquella mezcla de funk y psicodelia que lideró George Clinton en los 70, los RHCP le agregaron anabólicos. Así suenan hoy, como el momento en el que el maíz se convierte en pochoclo.

Y si nada parece estar guionado y con ello la posibilida­d del error está latente, los Red Hot Chili Peppers surfean la incertidum­bre con un oficio que nunca se vuelve rutina. Excepto, claro, por eso de mostrar los pectorales. Para el final, Anthony Kiedis se sacó su remera calada, expuso su torso desnudo como lo hace históricam­ente y en la pierna de su pantalón brillaba el conejo de Playboy. “Give It Away” a puro empuje y velocidad marcó el fin del show.ß

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Facundo Suárez Anthony Kiedis y la estampa de siempre

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