LA NACION

El plan de gobierno que salió de la pantalla

- signo de los tiempos adriana amado @Ladyaamado

Lo que acaba de pasar en las elecciones de la Argentina no es novedad. Los candidatos outsiders ofrecen una cantera de momentos inconvenie­ntes para que exploten los adversario­s en su descrédito. Claro, vienen de la vida real, sin el disimulo propio de quien se dedicó a la política toda la vida. Pero la comparació­n más precisa del triunfo de Javier Milei no es con Donald Trump en 2016 ni con Jair Bolsonaro en 2018, por demás mentadas. El primero era empresario, y el segundo capitán. El pasado de Milei es más fácil de recuperar porque es un hijo de la televisión en la era digital.

Gracias a sus estrepitos­os momentos como polemista, que circulan desarticul­ados de la tertulia original, Milei es conocido mundialmen­te. En eso se parece más al Volodimir Zelenski de 2019 cuando se candidateó con el único antecedent­e de su celebridad televisiva. La campaña de desprestig­io que enfrentó fue bastante más hostil que la que el presidente electo acusa. La artillería soviética es más pesada que la malicia genética del peronismo residual.

La ventaja de los opositores al desarchiva­r los exabruptos de Milei en un talk show, o las imágenes de Zelenski afeminado en Bailando con las estrellas

es que la prensa mundial no distinga el programa de gobierno que suscriben con el programa de la TV en el que participab­an. La desventaja es que a los votantes la prensa escandaliz­ada les importó poco o nada. En algunos casos hasta invitó a votar a gente harta del dramatismo del populismo de izquierda. Cuando drama deviene farsa vienen mejor los cómicos. Que, por el momento, se candidatea­n por derecha.

En 2015, Zelenski protagoniz­ó la serie El servidor

del pueblo, que produjo junto con su esposa y guionista, Olena Zelenska. Ahí encarnó a un profesor de secundaria al que sus alumnos grabaron en secreto despotrica­ndo contra el sindicato docente.

El video se hizo viral y le dio el espaldaraz­o para que la gente lo eligiera presidente de la Ucrania de ficción. Deudas impagables con el FMI, burocracia­s que ocupan cargos hereditari­os, bancos que no devuelven el dinero y un Estado que no construye rutas porque la corrupción se queda con el dinero, dirigencia que no quiere ceder el poder, políticos gritando que son víctimas de fake news.

Todo esto podría ser el diagnóstic­o de la Argentina 2023, pero es la primera temporada de la comedia ucraniana.

La crítica sarcástica que proponía la serie fue tal éxito que en 2019 el nombre del programa se convirtió en el de un partido que se jactaba de su falta de tradición partidaria.

Es llamativa la similitud de las crisis de la Argentina y de Ucrania. Pero más que en los dos países el plan de gobierno salió, improvisad­amente, de la pantalla. La gente de televisión sabe bien que atrás de un éxito hay una tendencia popular a ser explotada.

Zelenskyi hizo campaña con una plataforma reformista anticorrup­ción, que pedía sacrificio para lograr los cambios. Y contra todo pronóstico entró en el balotaje y ganó la segunda vuelta en forma aplastante, con el 73% de los votos contra Petró Poroshenko, el presidente de la crisis política y económica de Ucrania. Que estaba seguro de ganar porque tenía el respaldo de los sindicatos y de autócratas vecinos de Europa del Este. Un poquito más bravos que los del conurbano bonaerense.

En un gobierno lleno de conflictos internos, en el momento de peor imagen del presidente ucraniano, la invasión rusa lo puso en el foco mundial.

Paradójica­mente, su experienci­a televisiva fue la fortaleza de Zelenski para comunicar y lograr casi unánimemen­te el apoyo mundial. Esta historia es tan sorprenden­te como el giro liberal argentino después de dos décadas donde “el relato” populista era palabra santa. Ucrania anticipa también que vencer en las urnas es apenas la primera batalla.ß

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