LA NACION

EL CONSTRUCTO­R DE ESTILOS DE VIDA

EL EMPRESARIO ROGERIO FASANO SACÓ DE LA RUINA AL EMPRENDIMI­ENTO FAMILIAR Y LO LLEVÓ DE BRASIL A NUEVA YORK Y A LONDRES

- — texto de Flavia Tomaello —

Aveces hay que caerse muy abajo para despegar. En la película de Orson Welles, El ciudadano Kane, se dice que “hay dos tipos de personas: las que consiguen lo que quieren y las que no se atreven”. Rogerio “Gero” Fasano parece ubicarse entre los primeros. Su vida no estaba predestina­da para la zozobra, pero tampoco para su presente. Las cosas en el camino cambiaron de rumbo un par de veces: primero muy hacia abajo, y luego muy hacia arriba.

Su historia es la típica de inmigrante­s: un abuelo milanés, don Vittorio, que emigra buscando un porvenir. Llega a San Pablo apenas dos años después de estrenado el siglo pasado. Funda un restaurant­e y cría a su familia holgadamen­te con sus ganancias. Ruggero, su hijo menor, hereda las iniciativa­s de su padre y abre un espacio gastronómi­co que sería el contrapunt­o del Copacabana Palace de Río de Janeiro, en cuanto a las figuras de Hollywood que convocaba.

Por su Winter Garden desfilaron el propio Welles, Jayne Mansfield, Errol Flynn y Rita Hayworth. La tercera generación, justo cuando la familia cumplía 80 años en Brasil, llevó los negocios al borde del abismo.

Por entonces, Gero, que apenas tenía 20 años, se entrenaba en la actuación en Londres. Quería emular a las estrellas que habían pasado por el restaurant­e de su abuelo. Las cosas se pusieron difíciles y debió volver a casa. Entre los escombros de los negocios familiares se aventuró con un nuevo restaurant­e que fracasó en poco tiempo. Pero la llama del que no se da por vencido estaba adormecida en este entreprene­ur.

Lo comparan con Philippe Starck y su estilo barroco de vanguardia, pero es una persona sencilla. Le gusta el diseño y elije comunicars­e de una manera calma. Se suele definir como el amante del “estilo capaz de volverse tradiciona­l”. Aunque la refundació­n del apellido llegó de la mano de los espacios gastronómi­cos, se convirtió en la batuta de los hoteles de lujo en su país natal.

Crecimient­o internacio­nal

Hoy cuenta con una colección de 10 en tres países diferentes. Todos diseñados por leyendas como los arquitecto­s Marcio Kogan, Isay Weinfeld, el propio Philippe Starck, Thierry Despont y Thiago Bernardes. Está a las puertas de inaugurar sus reductos en Miami y en Londres, pero si algo lo ha hecho tocar el cielo con las manos es su lujoso club y hotel privado en el lugar más famoso del mundo: la Quinta Avenida de Nueva York, entre las calles 62 y 63.

Para esta idea se volvió aún más exclusivo que de costumbre: adaptó un encantador edificio de apenas 15 pisos diseñado por el arquitecto francés Thierry W. Despont, para dividirlo entre departamen­tos dúplex de aproximada­mente 330 metros cuadrados cada uno, y un clubhouse suite con vistas panorámica­s a Central Park y el landscape de Manhattan.

“A los Estados Unidos le encanta convivir con las diferentes variacione­s de cada negocio –explica en charla exclusiva con la nacion–. Intentar adaptarse es un error. Las experienci­as de lujo se han multiplica­do. El aumento del público viajero significa que las localidade­s selecciona­das deben esforzarse aún más en hacerlo único y especial”.

Desembarca­r en los Estados Unidos, además de una importante apuesta empresaria­l, supuso un desafío filosófico en cuanto a estilo, marca y concepto. Ese paso gigantesco, luego de arrellanar­se con éxito en Brasil, primero, y más tarde en Punta del Este, supuso cambios para considerar el ingreso en el mercado americano sin perder la identidad de Fasano.

“Si piensas demasiado en qué hacer para caerles bien, seguro que te equivocas –insiste–. Tienes que tener en cuenta tu ojo, tu cocina, tu servicio y, sobre todo, tus creencias. Nueva York es famosa por esto. Si quieres adaptarte, te ignorarán”.

Mal no le ha ido con la idea: sus cinco dúplex de tres dormitorio­s en el Upper East Side salieron al mercado por 140.000 dólares al mes cada uno. Gero le dijo al Wall Street Journal, en ocasión de la apertura de la obra: “La demanda ha sido deliciosam­ente sorprenden­te”.

Como una partida de naipes

Aunque la tradición familiar lo ataba a la mesa bien provista, la hotelería lo ha convertido en emblema. Según él “es un rubro muchísimo más simple que el gastrónomi­co. Lo complejo es el inicio: encontrar la locación, que tenga el tamaño adecuado y reunir a las personas precisas para llenarlo del estilo que tienes en la cabeza. Pero luego es un negocio repleto de lógica matemática. La gastronomí­a es indescifra­ble, o al menos lo es para mí: el mejor sitio con el chef perfecto puede no conseguir el feeling de la gente”

Gero no puede abandonar su mirada del buen hacer. Su radar para encontrar los detalles fuera de lugar es casi un misterio. Sin embargo, son esas las cuestiones que más le preocupan: “Puedo estar horas en una conversaci­ón animada sin quitar los ojos de una pantalla torcida en una lámpara de diseño –explica–. ¿Quién puede permitir que eso suceda y dejarlo como está?”. Su hábito observador lo ha llevado a ganar terrenos impensados. Llegaba a un sitio, encontraba su espacio en él, se arrellanab­a en ellos y compraba el lugar para montar en ese sitio cómodo su siguiente hotel. Así lo hizo en San Pablo, en el que se convertirí­a en el hotel despegue de su fama.

Recuerda que vivía en Jardins, “el mismo sitio de las grandes marcas de moda internacio­nal y los mejores restaurant­es. Caminaba a diario por sus calles. Pasaba por la puerta de Armani y de Ermenegild­o Zegna, más allá de cuatro pequeñas propiedade­s. Empecé comprando de a una, hasta que me faltaba la de Teresinha. Aún la recuerdo como si se tratara de una abuela de la familia”. Ella no quería vender, pero Fasano se había armado una rutina que incluía una caminata semanal: la sacó a pasear por esas calles. Hasta que aflojó su testarudez, cambiándol­e su espacio por una granja “siete veces más grande que donde vivía en Jardins”, rememora. Allí nació la marca en el orillo de diseño sofisticad­o a lo brasileño.

Para darle vida a aquel proyecto convocó a dos de los mejores arquitecto­s contemporá­neos brasileños: Isay Weinfeld y Marcio Kogan, quienes diseñaron un hotel estilo años ‘3́ 0 que se ha convertido en un elegante hito de la ciudad. El estilo no es típicament­e brasileño ni europeo: “Es cosmopolit­a –define– y podría estar en cualquier parte del mundo. Mantenemos un principio rector para brindar comodidad y hacer que los huéspedes se sientan a gusto: no me gusta apuntar a

una clientela objetivo, me agrada tener una buena mezcla. Y eso sucede por casualidad”. Para él, “el servicio es bueno cuando no lo notas. No me gusta que los camareros expliquen todos los platos, se ciernan sobre el cliente e interrumpa­n o respondan una solicitud con otra pregunta. Tengo personal capacitado para ser lo más discreto posible”. Ha logrado hacer mella de la manera más compleja: todo lo que hace es diferente a lo que hizo, pero logró dotarlo de identidad.

Muchas marcas de hoteles tienden a ofrecer también residencia­s, y ese es el caso en el que también se ha sumergido en varios de sus proyectos: Reserva Trancoso, en Salvador de Bahía; Las Piedras, en Punta del Este, y ahora el premio que está puliendo por estos días, el situado en la Quinta Avenida. Para él la tendencia que lleva a los clientes es que elijan las residencia­s en marcas tradiciona­lmente hoteleras, “se resume en dos cosas que hacen que esto suceda. La primera es que es la forma más sencilla de amortizar la inversión en un hotel que suele ser enorme. Otra parte es que la gente cada vez quiere más instalacio­nes donde vive. Restaurant­es, spas, salas de fitness, etc. Quiere vivir en su casa, pero como si estuviera en un hotel, incluso con el servicio a la habitación”.

El ideólogo brasileño parece disperso, pero sin que el interlocut­or lo perciba registra cada detalle. “Me gusta rodearme de personas que aman lo que hacen –sigue–, que quisieran convertirs­e en los dueños de mi hotel o del restaurant­e. No quiero un camarero atractivo, quiero uno con ganas de regentear el lugar. En eso me fijo cuando entrevisto a un nuevo integrante del grupo”. Mientras él pone el ojo a la tendencia, al nuevo desarrollo y a los restaurant­es, su padre se esmera con la administra­ción, y su hermana Andrea se encarga de la cocina.

“Veo dos comportami­entos diferentes pospandemi­a –analiza–. En Brasil volvió a estar todo muy movido, el turismo interno ha aumentado mucho y se nota la alegría de los clientes por poder volver a salir. En los Estados Unidos ha habido un cambio. Nuestro restaurant­e está ubicado en Midtown, el centro financiero de Nueva York. Allí se puede ver que los lunes y viernes hay muy pocas oficinas ocupadas, sobre todo los viernes, ya que los empleados van muy poco a las oficinas. Y creo que esto durará”.

En tanto, el trampolín está lanzado para explorar el mundo. Luego de la Gran Manzana, Miami y Londres, esperan con ojos ilusionado­s otras ciudades que tientan a Fasano: París, Milán y Lisboa. “Sin falso pudor, creo que estamos en el mejor momento. Con la alianza realizada con JHSF, empresa brasileña en varios segmentos, creceremos aún más. No es fácil estar en tu mejor momento después de 120 años vida”, concluye.

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A los 20 años, Fasano dejó sus estudios de actuación en Londres para intentar recuperar la empresa familiar

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