La inesperada alegría de pedalear de a dos
Salir a andar en bicicleta tándem con personas no videntes puede ofrecer nuevos sentidos a aquello que entendemos por solidaridad
Hace un año y medio me sumé como voluntario a un grupo de ciclismo adaptado con personas no videntes. Los sábados a la mañana nos encontramos en el vial de Vicente López, junto al río, a pedalear de la única manera que una persona que no ve puede hacerlo: con bicicletas dobles provistas con dos manubrios, dos asientos y dos pares de pedales. A estas bicicletas se las llama tándem. La persona que ve, sentada en el asiento de adelante, es la que conduce, y la que no ve pedalea en el asiento de atrás.
Cuando me uní al grupo lo hice imaginándome la alegría que sentiría una persona que no ve al poder pedalear y sentir el viento en la cara y la sensación de libertad y vitalidad que genera andar en bicicleta, con la ayuda de otro pero también con sus propias fuerzas . Me atrajo la posibilidad de facilitar esa alegría.
Lo que no sabía era que la felicidad también iba a ser doble, como las bicicletas. Que también yo iba a sentir una gran alegría cada sábado al encontrarme con el grupo y salir a pedalear con ellos. No sabía que el bienestar también iba a ser “en tándem”, recíproco. La plenitud de sentido de una experiencia solidaria no distingue “el que da” del que “recibe”. En realidad no existe tal cosa porque todos damos y recibimos, nos encontramos y compartimos todo lo mucho que tenemos en común más allá de las diferencias. Lo que prevalece es el encuentro humano y el hecho de compartir una actividad recreativa. Hay algo transformador, que nos eleva a todos, en la experiencia de la cooperación. Hay una alquimia en el dar y recibir, una reciprocidad que nos une y nos vuelve “nosotros”: comunidad. Descubrimos, vivencialmente, que eso es lo que somos. Que ser comunidad no es una circunstancia sino nuestra esencia. La separación es una ilusión, las diferencias son una construcción cultural. La realidad humana más profunda es la unidad: tú eres yo, yo soy tú.
Hay efectos concretos y transformadores en estas experiencias.
Aumentan la vitalidad y mejoran el estado de ánimo: hay un incremento de la energía física junto a una sensación de mayor positividad y optimismo. El hacer algo “por otros y con otros” revierte el desaliento y la sensación de impotencia social del “nada va a cambiar” o “no hay nada que hacer”.
Brindan sensación de sentido y pertenencia: sentido de vida y de ser parte de algo más grande que uno mismo. El sentido y la trascendencia son necesidades ontológicas en el ser humano. El otro no es un accidente, es quien “significa” mi experiencia. Así evito quedar atrapado en el encierro individual.
Participar de estos grupos y experiencias nutren el orgullo de formar parte de algo valioso y fortalecen la autoestima.
Me gusta representarme estos grupos con metáforas o “imágenes alentadoras” y pensar que si se multiplicaran generarían efectos sociales también transformadores a escala más amplia. Los imagino como usinas de luz: la acción solidaria positiva inspirada en el espíritu de cooperación “ilumina” la vida de los que participan en ella y sin duda neutraliza algo de la oscuridad social, el desánimo y el pesimismo dominante. Son, también, pulmones espirituales: como los árboles en el bosque unen sus raíces y se elevan buscando la luz, en estos grupos, no exentos de miserias humanas, predomina el “aire puro” de la solidaridad. La unión y la ayuda mutua “oxigenan” la contaminación social producida por la crisis de valores, la división y la desesperanza. Los veo además como tejidos humanos: la creación de redes de cooperación recíproca repara el tejido social dañado por la desigualdad, el aislamiento y la discriminación.
Un componente que predomina en estos grupos, a diferencia de los que funcionan por la imposición de un mandato o ideal, es el entusiasmo. El entusiasmo de encontrarse para hacer algo juntos que nos hace bien a todos, “guías y guiados”. Nadie se quiere perder el cóctel semanal de compartir actividad física, diversión, afecto y camaradería. Una resignificación: nadie siente que está “haciendo solidaridad” por el bienestar recíproco que genera. Los voluntarios que se acercan con esa “buena intención” pero no se hacen parte del grupo y la experiencia, no permanecen. El sentido no es “ayudé a un discapacitado a andar en bicicleta”, sino ser uno más en una trama que genera valor, superación, vitalidad y luz.
No puedo dejar de lado la emoción espontánea de algunos que logran, con ayuda de otros, lo que después de meses o años no pudieron hacer por la limitación física, en el caso de las personas ciegas, o el temor y la inseguridad después de un ACV o un tumor cerebral. Clímax de alegría compartida. Emoción plena que le da sentido a todo, solo por ese instante de felicidad.
En suma, se trata de una de esas experiencias en las que nacemos como humanos, pues sin los otros no hubiera sido posible. Humanos. Humus. Humildad. Vulnerabilidad y suma de fuerzas, dolor y alegría: territorio común.ß
Psicólogo; el grupo mencionado es Tándem Norte