Una verdad deslumbrante en el reino de la mentira
El país se ha convertido en el reino de la mentira. Todos sabemos que saben que perdieron las elecciones por paliza y con una sangría del 40% de los votos respecto de 2019, aunque celebren ese resultado como un triunfo. Todos sabemos que saben que los Kirchner montaron un mecanismo de relojería para sustraer fondos de las arcas públicas y dejaron sembrado el terreno de huellas incriminatorias que hoy obran en los expedientes judiciales, aunque imposten el relato del lawfare para neutralizarlas. Todos sabemos que los jueces también lo saben, aunque algunos de ellos apelen a carambolas jurídicas imposibles para beneficiar con sobreseimientos automáticos a Cristina Kirchner y los demás implicados en causas de corrupción.
Sabemos. Y sabemos que lo saben. Por eso, cuando las instituciones avalan el engaño, el ciudadano queda huérfano, desvalido, atrapado en la sinrazón general. ¿Cómo seguir, entonces? ¿Nos plegamos a la mentira para aplacar la vergüenza de vivir inmersos en ella? ¿Nos alienamos todos de la realidad de una buena vez? ¿O tratamos de extirpar de la sociedad argentina esta patología que amenaza con devorársela?
Es esto lo que está en juego. El Gobierno lo entiende bien y trabaja sin pausa para convertir la fantasía en realidad. A juzgar por la falta de rumbo, por la inacción elevada a la categoría de método, se diría que la gestión del oficialismo se reduce a aguantar hasta que la jefa complete la faena de doblegar a la Justicia para desactivar las causas que la desvelan. Para esto volvió Cristina Kirchner, hoy un poco más débil, pero tan temida como siempre, al poder. Y ese es el objetivo de su ejército de ocupación.
“Expresé mi preocupación por la gravedad institucional a la que llegó la Justicia argentina en los últimos cinco años”, dijo el ministro de Justicia, Martín Soria, tras la reunión de esta semana con los miembros de la Corte Suprema. La carta del oficialismo para vencer en este Waterloo es engordar el relato que dice que a la expresidenta le armaron las causas desde una “mesa judicial”. Pero Soria sabe. Y sabemos que sabe.
“A veces la Justicia se corporativiza y hace necesario frente a ello pedir verdad y justicia, que es lo que deben garantizar los jueces”, dijo el miércoles el Presidente, regando también la plantita del lawfare. Pero Alberto Fernández sabe y todos sabemos que sabe. A pesar de esto, apostó por la mentira y cometió el error de subordinar las urgencias de su gestión, aun en medio de los estragos de una pandemia inédita, a la búsqueda de impunidad para Cristina Kirchner y sus cómplices. Privilegió el mandato que recibió de la expresidenta, que precisa del engaño y la polarización, al bienestar de los argentinos, con los resultados a la vista. Su gobierno está condenado al fracaso por aquel vicio de origen.
Al fracaso en términos de buen gobierno, hay que aclarar. Porque nada garantiza que vaya a fracasar en su objetivo esencial. Hasta aquí, y gracias a los jueces militantes (aberración ya naturalizada), la vicepresidenta obtuvo el sobreseimiento en la causa del memorándum con Irán y en el caso Hotesurlos Sauces, en el que se demostró que
Lázaro Báez les alquilaba de mentira (es decir, de modo ficticio) habitaciones a los Kirchner para blanquear y transferir millones que obtenía a través de la adjudicación irregular de obra pública.
Hay algo que se olvida: si cooptan a la Justicia, el camino para ir por todo queda allanado. El país cuenta con el voto ciudadano y con la Corte Suprema para impedirlo. Y un poco menos con la oposición, que hoy parece ajena a esta amenaza y contaminada por un viejo síndrome nacional: aquí todos, incluidos los cuatro de copas, aspiran sin ruborizarse a lucir la banda presidencial. El faccionalismo, mal atávico de nuestra política, conspira contra la imprescindible fortaleza de Juntos por el Cambio. Los secesionistas del radicalismo actúan con mezquindad de autómatas y de espaldas a las expectativas de unidad opositora que expresó el voto mayoritario en noviembre. Es curioso, por decir lo menos, que pretendan liderar una renovación del partido con el padrinazgo de Enrique “Coti” Nosiglia.
En las antípodas del cinismo y la ambición egoísta, la actitud de Esteban Bullrich en el Congreso le restituyó dignidad a la política. Durante su sentida renuncia a la banca de diputado, el jueves, hizo a un tiempo un diagnóstico y una apelación: “El diálogo no puede ser solamente táctica, convencimiento y competencia. La lógica transaccional en la que negociar es solamente un cálculo contable nos despoja de sentido y nos convierte en meros mercaderes políticos que dejan de mirar el bien común”. En el reino de la mentira, Bullrich deslumbra porque vive con la verdad de su enfermedad a flor de piel. La asume con la entereza y la vulnerabilidad de un hombre íntegro, de tal forma que nos confronta a todos con las cuestiones esenciales. Por eso, su ejemplo supera con creces el ámbito de la política. Es un hombre que dice lo que piensa y lo que siente. Habría que atender su mensaje. La vida es demasiado valiosa como para convertirla en el campo de batalla del ego contra nuestros semejantes.ß
En las antípodas del cinismo y la ambición egoísta, la actitud de Esteban Bullrich en el Congreso le restituyó dignidad a la política, aunque su ejemplo supera ese ámbito