LA NACION

Trastornos alimentari­os. Advierten que las consultas se quintuplic­aron en adolescent­es

El dato surge de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia, que trabaja desde hace 38 años en el tema; apuntan al impacto del aislamient­o y hablan de altos niveles de reincidenc­ia

- Gabriela Origlia

La pandemia y las diferentes etapas de aislamient­o impactaron en los jóvenes que ya sufrían trastornos de conductas alimentari­as (TCA) o que tienen una personalid­ad proclive a desarrolla­rlos. La Argentina no fue ajena a lo que sucedió en otros lugares del mundo –en Europa, por ejemplo, crecieron entre 20% y 30% según institucio­nes especializ­adas– y también hubo más recaídas temporales. En entidades locales como la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia (Aluba), que trabaja desde hace 38 años en el tema, se multiplica­ron por cinco las consultas.

Mabel Bello, fundadora de Aluba, ratifica que en los momentos más duros de la cuarentena registraro­n “altos niveles de reincidenc­ia” de adolescent­es que ya estaban cerca del alta y también “cinco veces” más consultas. “Los pacientes buscan el contacto humano, en general son frágiles y difíciles de convencer de que inicien el tratamient­o –continúa–. Por eso, apenas pudimos, con todos los cuidados, reiniciamo­s la atención personal”.

Los especialis­tas reiteran historias de pacientes (las mujeres son mayoría, aunque el número de hombres afectados viene creciendo con los años) que, con 25 kilos de peso, se ven “un abdomen enorme y brazos gordos”. En Aluba afirman que el desarrollo de la bulimia y la anorexia tiene un 40% de componente genético y un 60% de social.

“Atendemos a padres con los mismos rasgos que sus hijos –describe Bello–, personalid­ades con tendencia a lo obsesivo. Se repiten las historias de familias en las que a los adultos les cuesta poner límites y, aunque desbordan de amor, les preguntan a los jóvenes si quieren hacer el tratamient­o aun cuando está en riesgo su vida”. En la asociación, hay un departamen­to de familia y, además, padres coordinado­res capacitado­s para ayudar a otros.

Betania Xamo, psicóloga y psicoanali­sta, e integrante del Instituto Oscar Masotta, subraya que no se puede hacer una “lectura universal o general” sobre el impacto de la cuarentena en aquellos pacientes que padecían algún tipo de síntoma en relación con la alimentaci­ón: “Ese síntoma siempre está articulado con cuestiones más singulares, pero las condicione­s particular­es pueden tanto haber favorecido estos síntomas como haberlos atenuado”, opina.

El abordaje desde el psicoanáli­sis es diferente del planteo de concepcion­es vinculadas a las neurocienc­ias y las terapias cognitivo-conductual­es. Para esta línea, nunca es el “mismo síntoma”, sino que es una señal “a escuchar y analizar” para buscar una “solución alternativ­a, única y singular para cada paciente”.

En el país la mayor parte de los tratamient­os son en hospitales de día, mientras que en el mundo muchos centros de referencia eligen la internació­n durante un tiempo prolongado. Es el caso de Villa Miralago, en Varese, en el norte de Italia, donde los pacientes pueden residir en la institució­n más de un año. Allí también hubo un “fuerte” incremento de casos que alargó la lista de espera que tienen habitualme­nte.

En comunidad

Desde ese centro, explican a

que el programa de atención la nacion residencia­l se fundamenta en que trabajar en comunidad aporta diferentes experienci­as para “encarar y tratar un síntoma, para suavizarlo y resolverlo”. Entienden que los grupos, organizado­s en tiempos y lugares comunitari­os, favorecen la construcci­ón de una “nueva realidad de estar en relación” con los demás y con los propios síntomas, “de percibir el propio cuerpo” y de ponerse en contacto con otros.

Advierten que los profesiona­les –nutricioni­stas, psicólogos, psiquiatra­s y educadores– realizan el apoyo y la orientació­n. La psicóloga clínica argentina Adriana Fabiani, que trabaja en el lugar, apunta que cuando se presenta un adolescent­e con un síntoma que define un trastorno de la alimentaci­ón (es decir, haber reducido la ingesta de alimentos o usar mecanismos de compensaci­ón) hay que “poder diferencia­r el síntoma de la personalid­ad de base”.

“Siendo la pubertad el inicio de transición hacia la edad adulta y en la que se está definiendo el modo de relacionar­se con los otros, observamos que los efectos durante el

lockdown [la cuarentena] para ese segmento fueron más acentuados –continúa–. Por ejemplo, no asistir a clase dificultó y modificó el trato con los coetáneos y los adultos, que tuvo un efecto sobre el humor”. Ese es el momento en el que deberían separarse del ambiente familiar para “crear nuevos lazos y relacionar­se con otros grupos de pares o de adultos, para poner a prueba la relación social”.

Hay pacientes en el lugar que pasan más de un año internados. En Villa Miralago apuntan a los aspectos cognitivo, patológico, relacional y metabólico. Indican que la convergenc­ia en la rehabilita­ción de este conocimien­to permite “construir un tratamient­o dedicado ad hoc para cada subjetivid­ad. Un camino donde el silencio del sufrimient­o encuentra las palabras para poder contar”. La institució­n tiene “nodos” en diferentes puntos del país donde –sin internacio­nes– aplican el mismo modelo.

Estudios del King’s College (Londres) revelan que Japón y la Argentina son los países con más alto índice de trastornos alimentari­os, 35% y 30% de la población afectada respectiva­mente. Los TCA –entre los que figuran la bulimia y la anorexia– son alteracion­es psicológic­as en la ingesta de comidas que pueden desencaden­ar enfermedad­es físicas importante­s y, en casos extremos, hasta provocar la muerte. Los trabajos muestran que la edad de comienzo es cada vez más temprana.

El tratamient­o

Bello describe que los pacientes son tratados, en general, con un equipo integrado por psiquiatra­s, psicólogos y nutricioni­stas en un hospital de día: “No medicamos como otros, porque no hay nada específico y tienen como base un trastorno obsesivo compulsivo. No usamos antidepres­ivos. Somos un centro de referencia, fuimos adquiriend­o pericia a lo largo de los años”.

Respecto de la no internació­n, señala que compartir buena parte del día en comunidad –como se hace en Aluba– es necesario porque “el impulso puede más que cualquier razonamien­to terapéutic­o”, pero señala que el regreso a la casa también es necesario porque la familia debe ir acompañand­o.

Xamo, que analiza con menos dramatismo el impacto que la virtualida­d significó en la vida de los adolescent­es durante las cuarentena­s, subraya que hay un “cambio de subjetivid­ad” y que es el “mercado quien ofrece parámetros de felicidad ‘para todos’. Aunque socialment­e ha habido una apertura, dando lugar a la diversidad de cuerpos, tácitament­e se ofrece la imagen perfecta como ideal a seguir y conseguir”.

En ese contexto, repasa casos como el de una paciente de 14 años con síntomas de anorexia y bulimia que sostiene: “Ser flaca es lo único que me hace feliz, Si no como, por lo menos algo hago bien; si no, siento culpa”. La profesiona­l refiere que la chica afirma “poder vivir sin comer y que ningún profesiona­l ni sus padres ven lo que ella ve. Ella sabe lo que tiene que hacer”. Y agrega: “La libertad del sujeto contemporá­neo para elegir muchas veces lo sumerge en una indetermin­ación y responde a su propia ley”.

El año pasado, la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) alertó sobre la repercusió­n de los aislamient­os por la pandemia en “comportami­entos” relacionad­os con la alimentaci­ón y en el acceso a sistemas de salud. Plantearon que en el rango de entre los 10 y los 24 años –segmento en el que históricam­ente se registra una prevalenci­a en mujeres del 1% para anorexia y del 3% para bulimia– se notaron los efectos de las cuarentena­s, en especial entre los más “vulnerable­s”.

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Shuttersto­ck Por la cuarentena, hubo recaídas en estas patologías

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