Bullying y responsabilidad
En un fallo con pocos antecedentes para el sistema educativo, la Justicia platense condenó en sendas instancias a la escuela donde se vivieron episodios de bullying contra un alumno, a lo largo de seis años, tanto dentro como fuera del colegio. El tribunal condenó a la institución a resarcir al niño, víctima de hostigamiento verbal, físico y por redes sociales –circunstancia acreditada durante toda su escolarización primaria– en 480.000 pesos más intereses, al considerar que la institución educativa omitió resolver el conflicto a pesar de que había sido denunciado reiteradamente.
No hay dudas de que el colegio tiene responsabilidad por omisión, pues su inactividad y falta de protección al educando causan daño; violan derechos personalísimos y afectan la salud psicofísica, la integridad personal y el espíritu del menor de edad. Los educadores reciben, por delegación de los padres que les confían sus hijos, las responsabilidades parentales que a estos competen. Si el hecho ilícito ocurre mientras los menores se encuentran –o deben encontrarse– bajo el control de la autoridad escolar, esta debe responder, en tanto la vigilancia y acción educativa están a su cargo.
En muchos países se discute si la solución es una multa –en rigor, una indemnización– por haber causado, permitido o no haber impedido la generación de un daño en una persona menor de edad cuyo cuidado estaba a cargo. También se plantea la responsabilidad institucional ante lo que ocurre en un grupo de WhatsApp, por ejemplo. El abordaje de estos problemas debe ser integral y profesional, atendiendo al bienestar de la víctima, al hostigador, a la comunidad educativa y a las familias.
Llama la atención la larga espera de los padres, sin recurrir más tempranamente a las autoridades educativas o a la Justicia en busca no solo del resarcimiento sino, sobre todo, de acciones preventivas que pusieran fin al sufrimiento del niño. Pobres resultaron también las explicaciones del representante legal del colegio sobre la falta de resolución del problema por carecer de recursos. En definitiva, celebramos una sentencia justa, aunque el dilema vaya más allá de sus alcances.
El tema no es nuevo y se repite cada vez con mayor frecuencia. Afortunadamente hay más conciencia, aunque aún falta mucha capacitación de docentes y comunidades educativas para trabajar sobre aspectos que involucran la mirada del otro y los sentimientos. Queda mucho por hacer.