LA NACION

La esperanza de Pía

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Muchasvece­sdesdeesta­scolumnash­emos explicado que la adopción ha dejado de ser el antiguo método romano para proveer de hijos a quienes no pueden tenerlos naturalmen­te. Hoy se entiende, con la cabeza y con el corazón, que adoptar es una excelente manera de brindar amor de familia a una niñez abandonada y muchas veces olvidada, pues la adopción es una institució­n que nació para garantizar­les a todas las niñas, niños y adolescent­es el derecho fundamenta­l de crecer en una familia que los cuide y los ame.

Desde Fundación La Nación se ha puesto este año el foco en este tema para visibiliza­r las historias de quienes hace más tiempo esperan ser adoptados, desentraña­ndo las trabas que prolongan esos tiempos.

En este contexto, se difundió la historia de Pía, cuyo nombre real fue cambiado para preservar su identidad. Esta niña de 11 años, que está en un hogar desde los 7, aguarda la posibilida­d de ser recibida en adopción desde septiembre de 2017. Cursa el sexto grado, le gusta pintar, bailar, leer novelas, es coqueta, se expresa bien y quiere ser abogada para ocuparse de defender a los niños. Cada Navidad pide un solo deseo: una familia. Una mamá y un papá, o una mamá sola, pues lo único que desea es crecer junto a alguien a quien querer, que la ame y la cuide. Cuatro años de espera en un instituto, por mejor que sea este, son demasiados. Por otro lado, solo podrán alojarla allí hasta los 12 años, que es la edad límite para el hogar donde se encuentra actualment­e. Encontrar una familia para Pía es una necesidad urgente.

Es frecuente escuchar en los medios de comunicaci­ón a quienes se quejan hasta el cansancio de lo prolongado­s que pueden ser los tiempos de la adopción en la Argentina, muchas veces aferrándos­e a creencias erróneas. La familia de origen de Pía desbordaba de violencia. Sus padres, que nunca se presentaro­n a las audiencias judiciales, no podían ni querían criarla. Sin embargo, se insistió en los intentos de revincular­la durante dos largos años hasta que finalmente se la declaró en estado de adoptabili­dad, demorado en parte tal vez porque no se escuchó debidament­e a la niña, un derecho fundamenta­l que la asiste. El reloj no se detiene. Cada día que pasa para una niña de 7 años, la aleja de la posibilida­d de ser adoptada.

Según cifras oficiales, en la Argentina hay más de 9000 niñas, niños y adolescent­es que viven en hogares. De ese total, se estima que el 10% está en condición de ser adoptado. La contrapart­e son 3003 personas y parejas registrada­s para adoptar en todo el país. El 90% aspira a niños de menos de dos años. Desgraciad­amente solo el 2% considera la posibilida­d de adoptar a una niña de 11.

Si Pía no llegase a ser adoptada, en apenas un año tendrá un nuevo destino, muy alejado de sus sueños, en otra institució­n en la que deberá permanecer hasta cumplir sus 18 años. Mientras tanto, desde el hogar donde vive actualment­e le reclaman al juez que lance, cuanto antes, una convocator­ia pública abierta a toda la comunidad para que quienes sientan el deseo genuino de ahijarla y puedan asumir la enorme responsabi­lidad que conlleva puedan postularse.

“¿Cuándo me toca a mí?”, pregunta angustiada Pía. A nosotros solo nos queda responderl­e con estas líneas, que no son sino una denuncia de una larga y penosa injusticia. Un tímido llamado en la esperanza de que alguien escuche el clamor de amor de Pía.

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