LA NACION

Contraband­o de soja: las balsas que mueven millones

La ciudad misionera de El Soberbio, frente a Brasil, crece sin control de la mano de un negocio irregular.

- Diego Cabot ENVIADO ESPECIAL

Los libros del oficio periodísti­co sostienen que una crónica debe empezar con una imagen, o con un diálogo, pero jamás con una cifra. Pues esta no, irá por lo desaconsej­ado: por un número. Sucede que no hay manera de contar lo que ocurre en esta localidad misionera ubicada sobre el río Uruguay, sin ponerle datos. La soja en esa frontera argentina vale 28.000 pesos por tonelada, como en todo el país, a lo que se le resta el precio del flete al puerto. Enfrente de esa ribera está Brasil, a unos 200 metros por un caudal manso. El que ponga una tonelada de cereal en tierra vecina se llevará 87.000 pesos.

La recompensa por el cruce es de tal magnitud que el dinero alcanza para todos: changarine­s, patrones, camioneros, acopiadore­s, sojeros, políticos, fuerzas de seguridad y controles de ruta.

Todos cobran; todos callan. Un ejemplo para entender. Un camión, equipo, como le llaman en este lugar de tierra colorada, puede transporta­r 30 toneladas de cereal. Pero los que llegan a El Soberbio, coima mediante en las camineras, llevan al menos 50. “Hubo casos de camiones que se rompían y que traían cerca de 60 toneladas”, cuenta un investigad­or.

Si fuesen 50 toneladas, la carga de soja vale en suelo argentino 1,4 millones de pesos, mientras que balsa de por medio, en la ribera opuesta, la cotización es de 4,36 millones. Por camión hay 2,9 millones de pesos de diferencia. En ese territorio, vale todo por disfrutar de semejante plusvalía.

El Soberbio, una ciudad costera que no tiene puente con Brasil, sino un sistema de balsas y que está cerrado por la pandemia, está inundado de soja, más allá de que el cultivo de la oleaginosa no es la principal actividad rural. Pero no importa, el grano se ha convertido en el único tema de esta ciudad que tiene 1783 kilómetros cuadrados de superficie y una población urbana de 3732 habitantes y otros 15.839 rurales.

Las relaciones sociales están marcadas por la cantidad de dinero que deja cada uno de los centenares de camiones que llegan a diario. Se habla de que llegan a ser alrededor de 100, y que cruzan a Brasil en busca del precio sin retencione­s (33% en el caso de la soja) y el dólar a precio libre, 170 pesos al cierre de la nota.

La rutina

La cronología empieza a la mañana. Solo es necesario levantarse temprano para ver vehículos embarrados que “levantan” jóvenes por el centro de la ciudad. Volverán al caer la tarde, embarrados y cansados, pero en su bolsillo tendrán, al menos, 5000 pesos en efectivo.

Todos saben lo que se gana “en el río”; todos prefieren “ir al río”.

Ese ejército de jóvenes tiene un objetivo: descargar camiones que traen soja a granel, convertirl­a en bolsas de 60 kilos, subirlas a un camión y de ahí a una balsa. El resultado será la multiplica­ción del peso argentino, devaluado y con retencione­s, por dólares frescos que llegan de Brasil.

Antes de que esa infantería del esfuerzo llegue, una sofisticad­a red de delitos, corrupción y coimas ya depositó la soja en barracas. “En Misiones hay mucha gente que contraband­ea soja y en esas redes están involucrad­os agentes de la policía provincial y de las fuerzas federales. Nuestro objetivo es avanzar en las redes de contraband­o”, dice la ministra de Seguridad, Sabina Frederic.

Cuenta que la mayoría de los decomisos de cereales se han hecho en el norte de Salta, aunque reconoce que la cifra de secuestros ha crecido en el último año. “Alrededor de 36% de los procedimie­ntos de Gendarmerí­a se produjeron en Salta. El incremento ha sido muy importante, muy elevado. Pasamos de un registro de 85 procedimie­ntos y 277 toneladas decomisada­s en los primeros tres meses de 2020 a que en 2021 ese número fuera de 2530 toneladas; es un 913% de incremento en la cantidad de soja incautada, además de 101 detenidos. Según esos datos, el 15% es en Misiones”, agregó.

Circulació­n

Esos camiones llegan a Misiones sin ser detenidos, pese a que existe un embudo de rutas en esa provincia y todos deben pasar por controles camineros. Las maravillas de la recaudació­n y la regulación provincial generaron un impuesto que se cobra al circular con carga. Pero la particular­idad es que si los documen

Las relaciones sociales están marcadas por la cantidad de dinero que deja cada uno de los centenares de camiones que llega a diario

Los comerciant­es se quejan de que nadie quiere trabajar en otra actividad que no sea en el río

tos de porte no están en regla la provincia realiza una multa al transporti­sta, pero no detiene la marcha. Para los contraband­istas, estos pagos son un costo, no un impediment­o de tránsito.

“En Misiones hay un impuesto, una suerte de tasa, que la provincia cobra, pero no impide la infracción de tener carga irregular”, agrega Frederic. En las rutas, cuentan los lugareños, todo se arregla con dinero. Esas multas, que suelen llegar hasta un millón de pesos por camión, son reutilizad­as por varias unidades que forman convoyes de vehículos cargados. El primero de la fila la paga y se genera un comprobant­e que se lee con un código de barras.

El procedimie­nto lo explicaba un investigad­or judicial. “Van grupos de muchos camiones juntos con un auto. El primero paga la multa y pasa la caminera. El auto regresa con la multa al que viene después y se la pasa para que la entregue en el control y diga que ya la pagó. ¿Usted se preguntará cómo es que no sale que esa multa es de otro camión? En la ruta no hay lectores de códigos de barras. Lo muestra, dice que ya pagó y sigue”, relata con cierta ironía.

Por estas horas, en uno de los procedimie­ntos cayó una pequeña banda de policías de Corrientes y Misiones, y gendarmes que estaban unidos para armar un corredor que servía a camioneros sin papeles de su carga. Y hace poco, además, se detuvo a uno de esos autos que acompañan a los camiones con dos millones de pesos en efectivo, necesario para lubricar el camino de la soja a precio de oro.

Ya en la provincia, los equipos ingresan en el mercado ilícito. Cerca de las rutas, las viejas barracas que servían de secaderos de tabaco en otra época ahora se dejan ver cubiertas de madera o de nylon tipo silobolsas, para que el camión ingrese. A esas factorías de menudeo llegan la infantería del esfuerzo que se colectó en el pueblo, temprano. El cereal a granel se envasa en bolsas de aproximada­mente 60 kilos.

Se utilizan cinco personas para bajar el cereal y embolsar, además de un equipo de costura. “En cuatro horas podemos bajar un camión sin problemas”, dice uno de ellos, que accedió a hablar con la nacion. Luego de que el camión se retira y las bolsas quedan acopiadas, otro vehículo de carga más ágil retira el cereal envasado para llevarlo por intrincado­s caminos al río.

“Allí interviene otro equipo de gente. Los tareferos [como se llama en Misiones a los peones de la yerba mate que cultivan manualment­e y cargan bolsones a sus espaldas] y los estibadore­s cargan el camión chico y lo acompañan a la barranca del río. Dos quedan arriba del camión y cuatro en las canoas”, relata un trabajador.

la nacion llegó a pie a uno de los cerca de 50 puertos clandestin­os que existen a pocos kilómetros de El Soberbio. La zona es de barrancas y la manera de sortear la pendiente, desde arriba hasta el nivel del río, es mediante rampas. “Utilizan guardarraí­l que roban en las rutas para deslizarlo”, reconoce la ministra. Los chapones de acero que sirven de seguridad en las rutas son colocados a modo de tobogán. Un poco de aceite para que deslice mejor, y la bolsa va.

De la ruta de asfalto a ese lugar hay que pasar por caminos que alguna vez fueron secundario­s, pero que ahora se los ve mejorados. “El dinero del contraband­o alcanza para todo”, apunta el ocasional chofer. Miles de metros cúbicos de piedra sobre la arcilla colorada misionera son colocados por máquinas contratada­s por los jefes de las bandas. Las maravillas de los dólares frescos que llegan desde Brasil han hecho que, en El Soberbio, florezcan como pocas actividade­s las empresas de movimiento de suelos.

A fuerza de retroexcav­adoras y palas mecánicas, los caminos serpentean y terminan en verdaderas rampas hasta la orilla del río, como lengüetazo­s rojos en medio del monte verde. Las máquinas suavizan la pendiente y desde arriba se tiran las bolsas a las embarcacio­nes. “Uno de los problemas es que si la soja no está en la frontera no se configuran los delitos de contraband­o, sino lo que hay es infraccion­es a la ley penal tributaria”, dice Frederic.

En ese territorio misionero, lo saben. No es delito de contraband­o tener la barraca a tope de soja; finalmente se trata de cereal argentino en territorio argentino. De ahí que, a diferencia del narcotráfi­co, en el pueblo nadie tiene la percepción de que se trata de un delito. “No es lo mismo guardar droga en un depósito que guardar soja. A este negocio entra otra gente; incluso hay casos de profesiona­les conocidos de la zona que se dedican ahora a esto”, se sinceró un hombre de las fuerzas de seguridad nacionales que está emplazado en la zona.

Las barracas

Apenas hay que preguntar por los bares del centro, atestados de gente, para saber dónde están las barracas que simulan otra actividad. la nacion permaneció en una de ellas mientras entraba un camión y era vaciado en el interior. Los gestos se ponen tensos y ningún foráneo es bienvenido. Este cronista, tampoco.

Las barcazas se han convertido en uno de los bienes preciados en la zona. “Como Prefectura las secuestra, continuame­nte las reponen. El precio se disparó. Hoy, para conseguir una de esas balsas de madera, hay que pensar en no menos de 150.000 pesos”, cuenta un carpintero que recuerda que cada una de estas embarcacio­nes tiene entre seis y ocho metros de largo y poco más de dos de ancho.

Mientras tanto, a la tarde, las camionetas regresan con los jornaleros embarrados. Los comerciant­es se quejan de que nadie quiere trabajar en otra actividad que no sea el río. “Nadie puede pagar esos sueldos; yo no consigo para la cocina a nadie”, comenta el dueño de un restaurant­e. Un encargado de una finca donde se cultiva citronella, una planta caracterís­tica del sur de Misiones, cuenta que alguna vez tuvo tres meses sin poder cosechar la producción. “Nosotros podemos pagar no más de 2500 pesos por día. Recuerdo que una vez conseguí uno y a las pocas horas de estar acá lo vino a buscar una camioneta y se fue al río”, cuenta.

El río es manso cuando pasa por El Soberbio. En el centro, se ven a simple vista pequeñas lanchas que van de un lado a otro mientras la balsa oficial está cerrada; solo hay que pagar 500 pesos para, en minutos, cambiar de país. El tráfico es incesante.

A un par de kilómetros, el panorama es similar. De a dos, enganchada­s una y otra, aquellas balsas de madera llenas de soja son tiradas por una lancha con motor fuera de borda. Salen de la Argentina con 28.000 pesos por cada mil kilos de oleaginosa transporta­da. Todo está previsto para desenganch­arlas, huir en la que tracciona y dejarlas a la deriva si viene Prefectura.

Navegan apenas y del otro lado los esperan sus compinches de Brasil. Son minutos mágicos, tan encantador­es que convierten aquel importe en 87.000 pesos por la misma cantidad de soja. Demasiado dinero como para que aquí no estén todos obnubilado­s con el fenómeno de la multiplica­ción de los pesos.

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Hernán zenteno/enviado especial Balsas con cargas ilegales cruzan el río Uruguay, entre El soberbio (Misiones) y Brasil
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El río Uruguay separa a El Soberbio de Brasil; en esa zona, las balsas son el único punto de unión entre los dos países
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Las bolsas de soja se acopian en galpones improvisad­os hasta que jornaleros las transporte­n a Brasil

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