Un filósofo polemista, ante las religiones y la violencia
Como inocultable “nota al pie” de dos de sus libros previos, Celo de Dios. Sobre la lucha de los tres monoteísmos (2011) y Has de cambiar tu vida (2012), la discusión que el filósofo alemán Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947) plantea en Fobocracia sirve ante todo para iluminar el pulso de su estilo como polemista, razón por la que el italiano Emanuele Coccia lo bautizó “el hombre más libre de Europa”.
Para entender esta polémica, por lo tanto, solo hace falta saber que al sumergirse en un análisis de los vínculos entre la violencia y el cristianismo, el judaísmo y el islam, Sloterdijk se ubica en el tipo de disputa que, durante la primera década del siglo XXI, sobresaltaba a todas las sensibilidades.
Basta recordar que para entonces, tras los magros resultados de la invasión aliada a Irak y Afganistán, una nueva generación de atentados islamistas en territorio europeo comenzaba a reactivar tensiones que llegarían a su cima con la aparición de Estado Islámico, al tiempo que el Vaticano era liderado por el conservador Benedicto XVI.
En medio, también el conflicto entre Israel y la Franja de Gaza, desde 2007 bajo gobierno de Hamas, volvía a demostrar en la visión de Sloterdijk que el judaísmo no se trata “de un pueblo que tiene su religión, como suele ser el caso, sino de una religión que tiene su pueblo”, de manera que los “elegidos” puedan atribuirse el derecho del “castigo por exterminio”.
Con estas complejas cartas sobre la mesa, Sloterdijk, que despacha como “caricatura que se valora mejor con el silencio” a quienes, en medio de la confusión, reivindican el pacifismo de los politeísmos, desarrolla una serie de ataques punzantes contra lo que considera los “malentendidos” de las “acciones autoplásticas” de las religiones, esto es, las acciones que modelan el sentido existencial de sus respectivos creyentes.
En el caso del judaísmo, el golpe de Sloterdijk se asienta alrededor de esa “existencia especial” que desde el Antiguo Testamento impone un régimen de miedo permanente ante cualquier ruptura del pacto con Dios, una “fobocracia” por el castigo tanto dentro como fuera del pueblo de Israel, mientras que, ante el cristianismo, los dardos apuntan al conflicto de la Iglesia frente a la modernidad liberal, que la obliga a “desligarse del mundo” mediante una frágil confianza en “una sociedad paralela animada por el neuma y el dogma”.
Para el islam, finalmente, resta el análisis, en la visión del filósofo alemán, de un “colectivo celoso cuyos miembros sienten sus propias debilidades culturales con creciente claridad”, aflicción que, en parte, contrarresta con “fatwas”.