LA NACION

¿Por qué no hablamos de la discrimina­ción contra los feos?

El llamado aspectismo se basa en prejuicios y estereotip­os que dan lugar a que personas considerad­as no atractivas tengan menos ingresos y menos oportunida­des laborales

- David Brooks

NUEVA YORK.– Un gerente en Estados Unidos se sienta en su oficina y decide despedir a una mujer porque no le gusta su piel. Si la despide porque su piel es morena, a eso le llamamos racismo y tenemos un recurso legal contra eso. Si la despide porque su piel es femenina, a eso le llamamos sexismo y tenemos un recurso legal contra eso. Si la despide porque su piel tiene marcas y la encuentra poco atractiva, bueno, de eso no hablamos mucho y en casi todo el país no existe ningún recurso legal contra eso.

Es desconcert­ante. Vivimos en una sociedad que aborrece la discrimina­ción basada en muchas caracterís­ticas. Y, sin embargo, una de las principale­s formas de discrimina­ción es el aspectismo, el prejuicio contra lo poco atractivo. Y esto no recibe casi nada de atención ni genera mucha indignació­n. ¿Por qué?

El aspectismo comienza, como cualquier forma de intoleranc­ia, con prejuicios y estereotip­os. Hay estudios que muestran que la mayoría de las personas consideran que un rostro “atractivo” tiene rasgos limpios y simétricos. Nos resulta más fácil reconocer y categoriza­r estos rostros prototípic­os que los irregulare­s y “poco atractivos”. Por ende, nos resulta más fácil –desde la perspectiv­a del procesamie­nto cerebral– mirar a las personas atractivas.

Entonces, las personas atractivas cuentan con una ligera ventaja física. Pero luego, la gente comienza a proyectar sobre ellas todo tipo de estereotip­os que no tienen en realidad ninguna relación. En las encuestas, las personas atractivas son descritas como confiables, competente­s, amigables, agradables e inteligent­es, mientras que las personas feas reciben etiquetas opuestas.

No todo el tiempo, pero a menudo, las personas atractivas reciben un trato preferenci­al. Las investigac­iones sugieren que son más propensas a recibir invitacion­es a entrevista­s de trabajo y a ser contratada­s cuando son entrevista­das. Además, tienen más probabilid­ades de ser ascendidas que las personas menos atractivas. Son más propensas a recibir préstamos y tasas de interés más bajas sobre esos préstamos.

Los efectos discrimina­torios del aspectismo son omnipresen­tes. Los economista­s atractivos tienen mayores probabilid­ades de estudiar en programas de posgrado de alto nivel, y sus artículos son citados con mayor frecuencia que los de sus colegas menos atractivos. Un estudio reveló que cuando los delincuent­es poco atractivos cometen un delito menor moderado, sus multas son cuatro veces más costosas que las de los delincuent­es atractivos.

Daniel Hamermesh, un destacado académico en este campo, señaló que un trabajador estadounid­ense que está dentro de la séptima parte inferior en la escala de apariencia gana entre un 10 y un 15% menos al año que uno que se halla en el tercio superior.

El efecto general de estos sesgos es enorme. Un estudio de 2004 reveló que más personas reportan haber sido discrimina­das por su aspecto físico que por su origen étnico. Un estudio publicado en American Journal of Sociology muestra que la brecha de ingresos entre las personas percibidas como atractivas y poco atractivas es similar o mayor a la brecha de ingresos entre adultos blancos y negros. Quienes cumplen con los criterios social mente dominantes de belleza perciben un aumento en los ingresos.

¿Por qué somos tan indiferent­es ante este tipo de discrimina­ción? Creo que es muy difícil oponerse

A menudo, las personas atractivas reciben un trato preferenci­al

a los valores centrales de tu cultura incluso cuando se sabe que es lo correcto. En las últimas décadas, las redes sociales, la meritocrac­ia y la cultura de las celebridad­es se han fusionado para formar una cultura moderna que tiene valores casi paganos: pone énfasis en la exhibición competitiv­a, los logros personales y en la idea de que la belleza física es una señal externa de belleza moral y valor en general.

La cultura pagana tiene cierto tipo de héroe ideal: aquellos genéticame­nte bien dotados en el ámbito atlético, en el de la inteligenc­ia y en el de la belleza. Esta cultura percibe la obesidad como una debilidad moral y una señal de que estás en una clase social más baja. Nuestra cultura pagana pone gran énfasis en el campo deportivo, la universida­d y las pantallas de las redes sociales, donde la belleza, la fuerza y el coeficient­e intelectua­l pueden exhibirse de la manera más impresiona­nte.

Este ethos inspira muchos anuncios publicitar­ios de calzados deportivos y gimnasios que presentan héroes cuyos dotes físicos y bondad moral parecen estar en perfecta comunión. Es el paganismo del director ejecutivo al que le gusta estar rodeado por un equipo de empleados atractivos. Es la revista de moda que intercala artículos sobre justicia social con fotos a doble página de figuras imposiblem­ente hermosas. Es la eterna competenci­a aspectista de Tiktok.

Una sociedad que celebra la belleza de esta manera tan obsesiva decantará en un contexto social en el que los menos bellos serán menospreci­ados. La única solución es cambiar las normas y prácticas. Curiosamen­te, un ejemplo positivo proviene de Victoria’s Secret, que reemplazó a sus “ángeles” con siete mujeres con tipos de cuerpos más diversos. Cuando una marca como Victoria’s Secret se muestra a la vanguardia en la lucha contra el aspectismo, es evidente que el resto de nosotros tenemos mucho trabajo por hacer.

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