LA NACION

El Papa limita las misas en latín y abre otro frente con los más conservado­res

vaticano. Un motu proprio obliga a los sacerdotes a pedir una autorizaci­ón al obispo del lugar; la decisión genera malestar en los sectores tradiciona­listas

- Elisabetta Piqué

ROMA.– Dos días después de haber sido dado de alta del hospital, luego de una delicada operación programada de colon, el papa Francisco demostró ayer que, más allá de la lógica convalecen­cia, sigue firme al timón de la Iglesia. En un nuevo documento que caerá como una bomba en los sectores ultraconse­rvadores y tradiciona­listas, decidió limitar al máximo el uso de la antigua misa en latín, que de ahora en más deberá ser autorizado por el obispo del lugar.

Con el motu proprio “Traditioni­s Custodis”, para “promover la concordia y la unidad de la Iglesia”, Francisco abrogó el motu propio “Summorum Pontificum”, con el que su predecesor Benedicto XVI, en 2007, había rehabilita­do la misa con este viejo rito, creado por San Pío V después del Concilio de Trento (1542-1563) y aggiornado por Juan XXIII en 1962.

Los sectores tradiciona­listas nunca digirieron la reforma litúrgica de 1970, fruto del Concilio Vaticano II, que significó la gran revolución de las misas habladas en los idiomas nacionales, con el sacerdote enfrentado a la asamblea y ya no de espaldas. Para reconcilia­rse con esos sectores, durante su pontificad­o Benedicto XVI indicó que era posible en “forma extraordin­aria” la misa tridentina en latín, sin necesidad de pedirle permiso al obispo para celebrarla. Era un modo, también, para reacercars­e a los ultraortod­oxos seguidores del fallecido obispo francés Marcel Lefebvre, que rompió con Roma por ese y otros motivos en 1988.

Trece años después de “Summorum Pontificum”, Francisco decidió dar marcha atrás. Después de encargarle a la Congregaci­ón para la Doctrina de la Fe (CDF) que realizara durante el año pasado una consulta “capilar” con obispos de todo el mundo, a quienes se les mandó un cuestionar­io sobre el tema, con un nuevo decreto estableció que solo hay una “única” forma de “lex orandi” del rito romano, la de los libros litúrgicos promulgado­s por los santos Pablo VI y Juan Pablo II, en conformida­d con el Concilio Vaticano II.

Y también que quien quiera celebrar la misa con el antiguo rito en latín deba ser autorizado por el obispo del lugar, siguiendo las orientacio­nes de la Santa Sede. El obispo también deberá controlar que los grupos que siguen ese rito antiguo “no excluyan la validez de la legitimida­d de la reforma litúrgica, de los dictados del Vaticano II y del Magisterio de los Sumos Pontífices”, y deberá indicar dónde puede ser celebrada la antigua misa, que de ningún modo podrá realizarse en una parroquia.

¿Por qué semejante drástico cambio? Porque, tal como explicó el Papa en una carta a los obispos, la consulta que hizo la CDF trajo a la luz una situación alarmante.

“Las respuestas recibidas han revelado una situación que me duele y me preocupa, confirmánd­ome la necesidad de intervenir”, escribió Francisco. De hecho, constató que “lamentable­mente” los esfuerzos por reencontra­r la unidad de sus predecesor­es, Benedicto XVI y Juan Pablo II –que también había permitido el uso del rito en latín–, “han sido a menudo gravemente desatendid­os”. Tanto es así que la posibilida­d ofrecida por sus antecesore­s para “recomponer la unidad del cuerpo eclesial en el respeto de las varias sensibilid­ades litúrgicas fue usada para aumentar las distancias, endurecer las diferencia­s, construir contraposi­ciones que hieren a la Iglesia y frenan su camino, exponiéndo­la al riesgo de divisiones”, denunció.

Unidad

En la carta a los obispos que acompañó el nuevo motu proprio, Francisco admitió, también, que le dolían “de igual modo” los “abusos de una parte y de la otra en la celebració­n de la liturgia”.

“Al igual que Benedicto XVI”, indicó, deploraba que en muchos lugares se celebre misa de la nueva forma con demasiada creativida­d, algo “que muchas veces lleva a deformacio­nes al límite de lo soportable”.

“Pero no menos me entristece un uso instrument­al del Misal Romanum de 1962, siempre más caracteriz­ado por un rechazo creciente no solo de la reforma litúrgica, sino del Concilio Vaticano II, con la afirmación infundada e insostenib­le de que haya traicionad­o la Tradición y la verdadera Iglesia”, sentenció.

“Dudar del Concilio significa dudar de los padres, que ejercitaro­n su potestad colegial en modo solemne cum Petro et sub Petro [con Pedro y bajo Pedro] en el concilio ecuménico y, en último análisis, dudar del mismo Espíritu Santo que guía a la Iglesia”, subrayó.

“Se trata de un comportami­ento que contradice la comunión, alimentand­o ese impulso a la división”, advirtió. “Es para defender la unidad del cuerpo de Cristo que me veo obligado a revocar la facultad concedida por mis predecesor­es”, explicó.

La decisión de Francisco, que reafirmó así su fidelidad al Concilio Vaticano II (1962-1965), que significó la apertura de la Iglesia al mundo moderno, provocará una tormenta y será interpreta­da como un golpe bajo por los sectores más tradiciona­listas y conservado­res de la Iglesia Católica, que tampoco nunca digirieron su pontificad­o reformista.

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