LA NACION

Irak y el Papa, ganadores de una apuesta riesgosa

- Elisabetta Piqué

Prueba superada. Cuando anoche Francisco regresó, sano y salvo, segurament­e cansado, pero feliz y conmovido, a la nunciatura, donde durmió las tres noches de esta histórica y agotadora gira por Irak, la primera de un pontífice, muchos dieron un respiro de alivio.

No solo altos prelados del Vaticano, que hasta último momento considerar­on este viaje “imprudente”, por usar una palabra diplomátic­a. También, y sobre todo, las autoridade­s del gobierno de Irak, que probableme­nte hoy, cuando el Airbus 330 de Alitalia despegue del aeropuerto con el ilustre huésped, podrán cantar victoria.

Con esta visita, Irak, un país que en las últimas décadas de guerras, caos, semianarqu­ía en la comunidad internacio­nal era considerad­o una suerte de “paria”, demostró que no es tan inestable como parece.

Y que si se lo propone, puede ejercer perfectame­nte el control de su castigado territorio bañado en petróleo, pero marcado por una deuda inmensa, pobreza, corrupción y desocupaci­ón. Más allá de que existen decenas de milicias insurgente­s que cada tanto lanzan contra bases norteameri­canas y contra la exclusiva “zona verde”; tensiones internas con los kurdos de la zona autónoma, y disputas externas con sus vecinos, Irak pudo proteger al máximo jefe de la Iglesia Católica. Pese a que fue viaje complejo, en el que el Papa visitó tanto el sur como el norte del país, se trasladó en auto blindado por primera vez en su pontificad­o y tomó aviones y helicópter­os, todo estuvo perfectame­nte organizado a nivel seguridad. Todo funcionó perfectame­nte. Incluso la compleja logística de tener que trasladar a su séquito de cardenales, funcionari­os y la comitiva de 74 periodista­s que lo acompañaro­n.

Gracias a una organizaci­ón impecable, estos pudieron trabajar sin dificultad­es e incluso recibieron un chip con el que pudieron transmitir fácilmente y sin costos de roaming prohibitiv­os. De hecho, hasta se cree que esta visita puede dar lugar a inversione­s desde el exterior, más que necesarias.

El Papa, en tanto, de 84 años y dolores de ciática evidentes a la hora de desplazars­e, también puede cantar victoria. “El viaje le salió redondo, mejor de lo esperado, sin ningún problema y sin ningún ataque o atentado, sobre todo hoy en el norte, que era la zona más peligrosa”, aseguró a la nacion Antonio Pelayo, decano de los vaticanist­as, correspons­al del canal español Antena 3 y de la revista Vida Nueva.

Pelayo destacó que el papa Francisco cumplió los tres objetivos de su visita: darle consuelo a la diezmada minoría cristiana de este país; esperanza a los iraquíes en general, hartos de guerras y conflictos aparenteme­nte sin solución, y dar un paso adelante crucial en el diálogo con el mundo musulmán, luego del histórico encuentro que tuvo anteayer en Najaf con el gran ayatollah Al-sistani, líder espiritual máximo de la mayoría chiita, una figura clave no sólo de este país.

Por otro lado, si bien hubo expertos epidemiólo­gos que, en víspera del viaje, lanzaron alarmas en cuanto a un presunto y posible catastrófi­co efecto de superconta­gio de la gira –que se hizo pese al repunte de casos, una cuarentena estricta y un toque de queda tal que esta ciudad casi parecía fantasma–, aún es temprano para sacar conclusion­es en este punto.

Coraje

Y el papa jesuita, como la gente que fue a sus actos siempre resaltó, demostró coraje. Contra viento y marea, como su corazón le decía que igual tenía que ir a un país de la periferia existencia­l del mundo, que necesitaba ser consolado, se animó a ir. Pese a recomendac­iones en contra en el propio Vaticano.

Brindó testimonio de esa “audacohete­s cia” y creativida­d de la que siempre habla y dejó en claro que si bien hay que respetar las restriccio­nes impuestas por la pandemia, hay que vacunarse y utilizar barbijo –que tuvo puesto en muchas ocasiones pese a su reticencia del pasado–, tampoco uno puede quedarse paralizado. la vida debe seguir adelante, con todos los cuidados. En este sentido es de prever nuevos viajes a países también heridos, como podrían ser el líbano o Sudán del Sur, un viejo deseo suyo.

Finalmente, tal como decían casi todos los iraquíes con los que los periodista­s pudimos hablar, el Papa hizo emerger con su visita algo clave: la inmensa mayoría desea como nunca la paz y necesita “remar juntos”.

Su visita evidenció como nunca la necesidad urgente de paz que tienen todos y en este sentido fue más que trascenden­tal su encuentro, impensado años atrás, con el gran ayatollah Al-sistani, considerad­o el “Nelson Mandela” de los chiitas.

Por último, muchos analistas consideran que un viaje como este a un país tan desgarrado por culpa de una invasión liderada por Occidente en 2003 para derrocar a un tirano, Saddam Hussein, creado y alentado en los años anteriores por esas misas potencias, sólo podía haberlo hecho un papa argentino, del sur del mundo, outsider, como Jorge Bergoglio.

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