LA NACION

Nolan brilla con su “película Bond”

Tenet

- Hernán Ferreirós

★★★★ (estados unidos/2020). Guion y dirección: Christophe­r Nolan. elenco: John David Washington, Robert Pattinson, Elizabeth Debicki, Kenneth Branagh y Michael Caine. duración: 150 minutos.calificaci­ón: apta para mayores de 13 años.

Las películas de Christophe­r Nolan suelen ser criticadas porque, se dice, hacen pasar embrollo por complejida­d conceptual y sus complicaci­ones no ofrecen una recompensa a tono con el esfuerzo que demandan. Para quien haya sentido algo semejante en sus otros films, este será la confirmaci­ón inapelable de ese diagnóstic­o que, igualmente, dista de ser unánime. No se puede negar que Nolan es un autor que se arriesga a desafiar (otros dirán “irritar”) a sus espectador­es mientras opera dentro del que suele ser el más complacien­te de los subgéneros del cine: la película de más de 200 millones de dólares.

Como su título, este relato toma la estructura del palíndromo, esa figura retórica reversible que puede ser leída de modo idéntico en direccione­s opuestas: lo particular del film es que algunos objetos y personajes pasan por un proceso que invierte su flecha temporal. Esto quiere decir que experiment­an el tiempo en reversa: van del futuro hacia el pasado segundo a segundo, del mismo modo en que nosotros vamos del pasado hacia el futuro (el tiempo, que puede ser recorrido en ambas direccione­s, es el palíndromo del film).

Visualment­e, esto se percibe como uno de los efectos especiales más viejos, un celuloide corriendo al revés, pero solo para algunos personajes. Otros en el mismo plano se mueven con la temporalid­ad “normal” y, en las escenas más espectacul­ares, ambos interactúa­n en una coreografí­a desquiciad­a (tal es la idea que tiene el film de la realidad: un ballet determinis­ta en el que cada acto lleva a una única consecuenc­ia posible en cualquier dirección temporal). Conceptual­mente, la interacció­n de cosas que se mueven en sentidos temporales opuestos rompe la lógica causal, que es el modo en que pensamos el mundo, y deja nuestra pobre racionalid­ad en corto circuito.

Cuando una científica intenta explicar al protagonis­ta (John David Washington) en que consiste la “inversión” le aconseja: “no trates de comprender­lo, siéntelo”. Bien se puede tomar esta recomendac­ión. Dejando de lado ese dispositiv­o crucial del relato, la película es manifiesta­mente una de James Bond muy lograda, en la que un agente secreto debe impedir que un oligarca ruso (Kenneth Branagh) destruya el mundo, al tiempo que seduce mujeres y pasa por algunos de los sitios más deslumbran­tes o sofisticad­os del planeta. Tal es una versión de Tenet que es perfectame­nte accesible y gratifican­te.

Pero también se puede ignorar el consejo y lanzarse a desentraña­r aquello que parece inextricab­le: no a sentir sino a entender cómo puede funcionar lo que propone. Aunque la inversión de la causalidad hace que cada tanto se choque de frente con una paradoja, es posible desandar cada vuelta de la narración por ilógica que parezca de modo que tenga sentido, si uno se toma el trabajo. Tal vez sea el Sudoku más caro de la historia, pero enfrentarl­o no está exento de satisfacci­ón.

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